Zombie 5: Killing Birds

Zombie 5: Killing Birds

Análisis crítico de Zombie 5: Killing Birds
Zombie 5: Killing Birds es una de esas joyas cinematográficas que, más que desentrañar preguntas existenciales sobre la condición humana, plantea otras interrogantes: ¿cómo llegamos aquí? ¿Por qué estamos viendo esto? Y más importante aún, ¿qué tiene que ver con zombis… o con pájaros?

Primero, el título es en sí mismo un enigma. El espectador entra con expectativas claras: zombis. Pájaros. Y, quizás, algún tipo de venganza aviaria apocalíptica. En cambio, se enfrenta a una experiencia que hace pensar que el equipo creativo pudo haber decidido el título lanzando dardos a un tablero con palabras aleatorias. Spoiler: los pájaros tienen una presencia tan limitada que podríamos considerar que “Killing Birds” es más una sugerencia que una promesa.

La trama, si es que podemos llamarla así, se centra en un grupo de ornitólogos (¿casualidad que estudien aves?) que se topan con una casa embrujada en la que, por razones tan inescrutables como las decisiones del director, residen zombis sedientos de sangre. Los zombis aquí no siguen las convenciones típicas del género. En lugar de ser seres torturados que emergen del inframundo en busca de carne humana, parecen más interesados en aparecer esporádicamente para recordarte que estás viendo una película de zombis, por si lo habías olvidado entre tanto caos aviar.

El desarrollo de los personajes es, digamos, “minimalista”. Tenemos al héroe genérico, a la chica que grita, y al villano (un ex soldado ciego que, curiosamente, es también el mayor culpable de este caos) que es tan inescrutable como el guion. Los diálogos son una poesía moderna que roza lo absurdo: frases como “¡Algo no está bien aquí!” se repiten con la seriedad de quien descubre que el café se ha acabado, pero enfrentándose a zombis. Y luego está el gran misterio: los pájaros. Aparecen brevemente, pero no en el papel protagónico que sugiere el título. Quizás están en huelga. Quizás simplemente no les importan los zombis.

A nivel técnico, la película es una obra maestra… si tu referente técnico es un proyecto de clase de secundaria. La iluminación parece querer reflejar el estado de ánimo de la película: confusa. Los efectos especiales son, en su mayoría, ausentes o risibles, con sangre que parece más jugo de tomate que sustancia vital. Y la música, bueno, si alguna vez te has preguntado cómo sonaría un teclado Casio en manos de alguien con tres horas de práctica, Zombie 5 tiene la respuesta.

Sin embargo, Zombie 5: Killing Birds tiene un encanto que, curiosamente, logra sobrevivir al mismo apocalipsis zombi que retrata. Es una película que se toma tan en serio a sí misma que inevitablemente te hace reír, aunque el humor no sea intencional. Es una celebración del mal cine, un testimonio de lo que sucede cuando las reglas del guion, la coherencia narrativa y el buen gusto se lanzan por la ventana en favor de una mezcla caótica de sustos baratos y momentos de incomprensible genialidad.

Al final, uno no puede evitar sentir una especie de respeto por una película que se atreve a ser tan descabellada. Zombie 5: Killing Birds no es una película que verías por su arte, ni siquiera por su narrativa, pero en algún nivel extraño, es una experiencia que te deja pensando… aunque lo que estés pensando sea: “¿Por qué lo hice?”

En resumen, es una película que representa el pináculo de las malas decisiones artísticas, pero con tanto compromiso que es casi imposible no admirarla. O, al menos, reírse.