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El desvelo de lo siniestro: una crítica a Sombras en la oscuridad (1970)
La década de 1970 marcó el auge de un cine que, a través del horror y la psicología, exploró las zonas oscuras de la mente y los miedos más arraigados de la sociedad. En este contexto, sombras en la oscuridad se destaca como una obra singular que, aunque en su tiempo pasó relativamente desapercibida, ha resurgido en la crítica como un ejemplo fascinante del cine psicológico de terror. La cinta, dirigida por el enigmático realizador Michael Covell, se adentra en el terreno de lo perturbador, pero con una visión que va más allá del susto fácil o de la pura estética macabra: aquí, la oscuridad es un elemento tanto físico como metafórico, en el que se condensan las inquietudes existenciales y la fragilidad de la mente humana.
La trama como un descenso a las tinieblas
El argumento de Sombras en la oscuridad parece sencillo a primera vista: Alice Kendall, una joven y retraída escritora en busca de inspiración, decide mudarse a una solitaria casa de campo, con la esperanza de encontrar el ambiente idóneo para crear. Sin embargo, a medida que pasan los días, comienza a percibir fenómenos inexplicables en la casa. Una serie de presencias, sombras que se deslizan por los rincones, ecos que parecen resonar desde otro tiempo y una figura que emerge desde el pasado de Alice para confrontarla en un inquietante juego de realidades.
Este planteamiento, aunque aparentemente tradicional, oculta una profundidad que va revelándose gradualmente. La casa es el laberinto donde Alice desciende a su propio subconsciente; un espacio que se transforma en un reflejo de su psique fragmentada. La tensión se construye de manera atmosférica, con un guion que apuesta por el misterio y el simbolismo. Covell se adentra en el juego de lo sugerido, evitando una narración explícita y optando por un lenguaje visual donde cada sombra, cada silencio, son tan reveladores como las palabras.
Lo oculto y la otredad: una exploración psicológica
A diferencia del cine de terror más comercial, Sombras en la oscuridad utiliza la amenaza no como un elemento externo, sino como una extensión de la protagonista. Alice no solo se enfrenta a figuras fantasmales, sino a sus propios temores, a recuerdos reprimidos que cobran vida. La figura de la “sombra” en el título se convierte en una metáfora del inconsciente: aquellos aspectos de nosotros mismos que negamos o tememos reconocer. Covell explora este concepto de forma sutil, revelando que el verdadero horror radica en lo que el personaje descubre de sí mismo en esa oscuridad.
Este enfoque psicológico resulta profundamente innovador, ya que nos presenta a una protagonista que se encuentra atrapada en el limbo entre la realidad y la alucinación, entre la lógica y el impulso. Alice representa al ser humano que, al desentrañar el misterio de su propia identidad, debe enfrentarse a sus propios demonios. En este sentido, el director parece hacer una reflexión sobre la naturaleza misma del horror, no como algo que se encuentra en lo exterior, sino en lo que yace en nuestro propio interior.
Estética y atmósfera: un juego de luces y sombras
Uno de los elementos más destacados de la película es la dirección de fotografía, obra del talentoso Arthur Fenton, que imprime a cada escena una intensidad claustrofóbica y una belleza sombría. La iluminación es utilizada con maestría, generando un juego de claroscuros donde las sombras parecen cobrar vida propia. Las escenas nocturnas, en las que la oscuridad se convierte en un personaje más, logran sumergir al espectador en un estado de angustia y suspenso, intensificado por la elección de planos cerrados y composiciones asimétricas. Fenton captura el aislamiento de la protagonista con una fotografía que revela tanto como oculta, manteniendo la tensión entre lo visible y lo desconocido.
La música, compuesta por el enigmático Julius Krohn, refuerza esta atmósfera de misterio y tragedia. Con una mezcla de melodías disonantes y silencios prolongados, Krohn crea una banda sonora inquietante que, lejos de imponer emociones al espectador, actúa como un eco de la psique de Alice. Es en estos momentos de silencio y en las notas suspendidas donde el horror de sombras en la oscuridad alcanza su máxima intensidad, recordándonos que el miedo es, a menudo, el vacío en el que se proyectan nuestras peores imaginaciones.
Una crítica al miedo y la modernidad
Sombras en la oscuridad no es una película que intente dar respuestas o finales felices. En lugar de eso, nos presenta una mirada crítica a la modernidad y a la alienación inherente a ella. En la búsqueda de soledad y desconexión, Alice encuentra la raíz de su angustia. La casa, a medida que se va poblando de sombras y recuerdos, se convierte en una representación de la memoria colectiva y de la carga emocional que la acompaña. Covell parece sugerir que, al aislarnos en una búsqueda de paz o creatividad, nos enfrentamos inevitablemente a lo reprimido, a lo que hemos dejado atrás, pero que nunca se desvanece del todo.
En este sentido, sombras en la oscuridad trasciende el género de terror psicológico para ofrecer una reflexión sobre la identidad, el tiempo y el precio de enfrentarnos a nuestras propias sombras. Covell nos sumerge en un universo donde el horror no proviene de lo sobrenatural, sino de la fragilidad de la mente y de los recuerdos que no podemos silenciar.
Conclusión: una joya sombría y subestimada
Sombras en la oscuridad es una obra única en su tiempo, una joya sombría que desafía las convenciones del género para adentrarse en las profundidades de la mente humana. Su enfoque poético y su exploración de los miedos existenciales la convierten en una pieza destacada del cine de terror psicológico, digna de redescubrimiento y de apreciación en el panorama actual. La película ofrece una experiencia de desasosiego íntimo, una reflexión sobre el peso de la memoria y el horror que representa enfrentarse a uno mismo.
Esta obra maestra de 1970, con su estética elaborada y su trasfondo filosófico, es un recordatorio de que el horror más efectivo no siempre proviene de monstruos y espíritus, sino de las sombras que llevamos dentro.