News from Home (1976)
Chantal Akerman filma imágenes de la ciudad de Nueva York. Un paso de peatones, una calle poco transitada, otra abarrotada, un paseo en el metro, el exterior de un negocio, un paso subterráneo, un establecimiento de comida rápida…
Sobre estas imágenes, la cineasta narra las cartas que recibe desde su casa en Europa. En ellas, su madre le cuenta cómo les va en el Viejo Continente, le da consejos, le envía dinero y le pregunta cuándo volverá aunque sabe que no será pronto. «Lo más importante es que estés feliz» dice a menudo.
Imágenes compuestas de asfalto, hormigón, hierro, aluminio, plástico y madera. Grandes y pequeñas construcciones, quietas o en movimiento, frías o calientes, de seres vivos o de objetos inanimados. La imagen es lo concreto, lo tangible, lo instantáneo, la insípida y seca realidad.
Sonidos que forman palabras, palabras en francés que hablan de otra vida, de otra gente en otro lugar. Palabras que hablan de otro tiempo, en otras circunstancias. Palabras llenas de tristeza por la ausencia del ser querido y de infinita alegría por su felicidad. La palabra es lo abstracto, lo intangible, lo esquivo, lo inaprensible, el ilusorio e inalcanzable recuerdo.
La imagen es el presente.
La palabra es el eco del pasado.
Las imágenes de «News from Home», por sí mismas, no valen nada. Las misivas desde Francia, por sí mismas, no tienen mayor interés que el valor emocional pueda encontrar en ellas quien las recibe. No es la grandeza de las partes, es la belleza del conjunto. Pocas cosas más hermosas he podido experimentar como la emocionante reacción que surge de combinar la imagen seca, fría y muerta del presente con la tierna voz del pasado que en la oscuridad de una lluviosa calle de Manhattan susurra:
Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles
Hay tantos modos de interpretar una lista como de no hacerlo. Las listas son entretenidas, caprichosas, documentadas, rigurosas o simplemente arbitrarias. Es más, quizá lo son todo a la vez. Y siempre están ahí para mover tanto a la reivindicación que -y más en estos tiempos- a la indignación. Que ‘Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles’, de la directora belga Chantal Akerman, haya sido elegida la mejor película de todos los tiempos por un panel de expertos compuesto por 1.600 críticos, editores, cineastas y programadores de todo el mundo (el que firma incluido) dice mucho de casi todo: de la obligación de renovar los cánones, de las formas cambiantes del lenguaje (cinematográfico incluido), de la irrupción efectiva de la voz de la mujer y hasta de la sensatez común en un tiempo tan procaz y globalmente mente obtuso.
Celébrese. Hay esperanza. La lista que cada década elabora la revista ‘Sight & Sound’ con una generosidad y entrega loable consigue que junto a Vittorio de Sica (‘Ladrón de bicicletas’, primera en 1952), Orson Welles (‘Ciudadano Kane’, líder máxima en 1962, 1972, 1982, 1992 y 2002) y Alfred Hitchcock (‘Vértigo’, en 2012) aparezca por fin la grafía verista, desnuda, comprometida y salvajemente moderna de una cineasta que alejada del gran público ha determinado el sentido de todo lo que entendemos por cine moderno, contemporáneo o simplemente nuestro. Como se quiera.
‘Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles’ cuenta la historia aparentemente anodina de una mujer interpretada hasta los huesos por Delphine Seyrig. Nada se mueve ante los ojos de un espectador atónito que es invitado a una extraña ceremonia cotidiana donde la realidad y la ficción se confunden. Todo sucede como lo haría en la vida real, que, como sabemos, no es más que una fabulación común y atravesada de intereses. No hay artificios, gestos alborotados, aspavientos.
Las cosas simplemente suceden hasta mostrarse como nunca antes. Poco a poco la mirada va penetrando en cada gesto compuesto en la pantalla como un espejo inmisericorde donde todo cobra sentido. Dielman es una joven viuda, se lee en el argumento, que por la mañana cuida primorosamente de su hijo y por al noche se prostituye. Y todo lo hace en un continuo trágico y silente que nos apela como lo haría un terremoto a la hora exacta y en el momento justo en la que se cruza con un tornado.
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Si se quiere, la película pone sobre la pantalla (o el tapete, a la clásica) cuestiones como el sentido del trabajo, las formas del poder y las gramáticas de la violencia. Seguro que a estas alturas han oído hablar de la cultura de la violación. Pues eso. El trabajo doméstico como algo más que trabajo, quizá explotación; el trabajo sexual como algo más que sexo, quizá, de nuevo, violación; el trabajo sin más como algo más que simple trabajo. Y de su mano, la soledad que a todos nos incumbe y especialmente en el terreno siempre despreciado de la cocina (cortar verduras puede ser un acto político). Y de su mano, las arbitrarias, éstas sí, representaciones de la vida burguesa disfrazas de respetabilidad. La película fue rodada en 1975 y bebe tanto del Buñuel más ácido o de la Varda más dolorosamente lírica como preludia las amargas pesadillas que vendrán con Haneke. Y no sólo eso, todo el cine que se quiera llamar de ahora sabe de la importancia del tiempo medido en espacios de espera. Sin duda, la lista acierta. ¿Cómo entender la nueva revolución del cine español que nos llega con Carla Simón, Isaki Lacuesta, Elena López Riera, Meritxell Colell, Neus Ballús o Sorogoyen sin Akerman?
Por lo demás, los votantes, que este año han doblado de número con respecto a años anteriores, tampoco se han lanzado a una revolución. Ahí siguen, ‘Vértigo’, de Hitchcock, en segundo lugar, con ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles, ‘Cuentos de Tokyo’, de Yasuhiro Ozu, y, otro salto de fusible, ‘In the Mood for love’, de Wong Kay Wai, en quinto lugar. O ‘Mullholland Dr’, de David Lynch, en el puesto 8. Si se preguntan por ‘El padrino’, la más querida por todos, esperen al 12. El japonés Ozu sigue siendo el más respetado con dos de sus películas (la citada y ‘Primavera tardía’) entre las 20 primeras. La más modernas son ‘Retrato de una mujer en llamas’ (30), de Céline Sciamma, y ‘Parásitos’ (90), de Bong Joon ho. Y hay que irse al puesto 84 para encontrar la única aportación de la cinematografía española: ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice. Listas.