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BREVE CRÍTICA DE ‘LIRIOS ROTOS’ by D.W. Griffith
David Wark Griffith fue uno de los creadores del lenguaje cinematográfico. No sólo fue actor, escritor y director en los orígenes del cine, sino que teorizó públicamente y por escrito sobre los cambios y las innovaciones que había supuesto su aportación personal. Autor de dos obras monumentales: “El nacimiento de una nación”, (1915) y “Intolerancia”, (1916), vino a dar lo mejor de sí mismo en este emotivo melodrama. Este género sería de los primeros en desarrollarse por la influencia del teatro y la novela del siglo XIX, que al cineasta le sirvió para alejarse de la aparatosa grandilocuencia que dominaba sus dos anteriores obras, concretando así un discurso sereno y coherente, que roza el sentimentalismo sin llegar a caer en él, y que irradia maestría y refinamiento en cada plano.
«Lirios rotos o El Hombre Amarillo y la chica»: Una joven (Lillian Gish) vive en un claustrofóbico ambiente en el barrio londinense de Limehouse, brutalmente maltratada por su padre, un exboxeador alcohólico (Donald Crisp). En este sórdido lugar, vive una historia de amor con un noble chino, el Hombre Amarillo (Richard Barthelmess), que lejos de su hogar trata de aplicar su filosofía oriental de paz y harmonía, sin obtener muy buenos resultados. El drama se desencadena cuando el padre, sabedor de cierto contacto, se opone a cualquier tipo de relación entre el hombre chino y su hija.
En «Broken Blossoms» (1919), D.W. Griffith utilizó planos generales, descriptivos, elipsis temporales, primeros plano (por ejemplo, de los ojos furibundos del padre o de los asustadizos de la hija) o el montaje paralelo característico del director de «Intolerancia», llamado con razón el padre de la técnica cinematográfica. En esta ocasión, nos cuenta una tierna y conmovedora historia que, más allá de la relación intercultural que se plantea, supone una historia sentimental de gran fuerza. Con tres personajes principales: el Hombre Amarillo, noble chino, ahora modesto tendero en Londres; Battling Burrows, exboxeador alcohólico; y la hija de éste, Lucy, apalizada por su padre. Griffith recurre a tres «flashbacks» con tonalidades diferentes de color que se corresponden con cada uno de los personajes: el hombre chino recuerda el templo budista; Battling Burrows, su victoria como boxeador ante el Tigre de Limehouse; y Lucy, que recuerda los consejos de una mujer casada y los de unas prostitutas («hagas lo que hagas, no te cases», «hagas lo que hagas, no hagas la calle», respectivamente). Griffith nos ha presentado ya los tres personajes protagonistas de la historia que está contando, y además, cierta perspectiva de sus vidas en el sórdido barrio londinense. Demostrando así su dominio de la sintaxis cinematográfica.
El film suma drama y romance. Desarrolla una historia trágica de resonancias shakespearianas. El guión enfrenta la crueldad y la injusticia con la inocencia, de acuerdo con las constantes del autor. Aporta un mensaje de tolerancia y aboga en favor del amor interracial, un tema tabú en aquellos tiempos. Presenta una buena construcción de caracteres. El relato se desgrana con sensibilidad, emoción y delicadeza. Siendo una obra modesta de Griffith, se cuenta entre las más celebradas de su extensa filmografía. La escenografía, de diseño imaginativo, refleja la pobreza de Limehouse, la oscuridad de sus calles, la humedad del ambiente, la melancolía de sus rincones y la marginalidad de sus gentes (borrachos, jugadores, fumadores de opio, chulos, prostitutas, delincuentes…). Con lucidez asocia la intolerancia y la ignoracia con la xenofobia y relaciona maltrato doméstico con alcoholismo y paro.
El realizador ofrece una magnífica narración visual depurada, rica en recursos y habilidades técnicas. Incorpora tres «flashbacks»: el exboxeador recuerda sus éxitos en el ring, el chino rememora los consejos que recibió en el templo budista y la muchcha repasa mentalmente los consejos de una dama («No te cases») y de dos prostitutas («No trabajes la calle»). Añade escenas fuera de campo, elipsis temporales, planos generales descriptivos, primeros planos psicológicos (rostro enfurecido del padre), acciones paralelas, fundidos encadenados, desglose de las escenas en series de planos, movimientos de cámara, etc. Acaricia con devoción la figura y el rostro de Lucy, de la que extrae imágenes de gran belleza. Juega con luces ultraterrenas (rosto de Lucy), tétricas, amenazadoras, nebulosas, opresivas, etc. La interpretación de Gish (25 años) traspira fragilidad e inocencia. En la escena del cuarto de baño ofrece uno de los mejores momentos dramáticos del cine.