CARATULA-VHS-CINEMATTE-FLIX-1

Un escuadrón de ocho soldados de las Fuerzas Especiales son asignados a una misión suicida que consiste en rescatar a un científico de una ciudad dirigida por muertos vivientes.

Redcon-1 aúna absolutamente todos los clichés de película de acción ochentera en sus excesivos 115 minutos de metraje, teniendo infectados de por medio y héroes ingleses que, entre fantasmada y fantasmada, se enfrentan a la amenaza. Chee Keong Cheung se lanza a la dirección recuperando ideas formales de películas de zombis como La tierra de los muertos vivientes (2005), del padrino del género George A. Romero o 1997: Rescate en Nueva York (1981), del prolífico John Carpenter para, con un estilo que bien recuerda al cine Wuxia, hacer de todo ello una película que enorgullecería a Michael Bay. La premisa es simple: infección masiva y zona asolada próxima a la erradicación, pero con un científico dentro que podría tener la cura, por la que un puñado de súpersoldados están dispuestos a apostar su vida en una misión de extracción. Algo visto hasta la saciedad en películas como La batalla de los malditos (Christopher Hatton, 2013) y similares, pero, esta vez, con el añadido de la carencia total de creatividad que lleva a esta producción al desastre.

Quizás sea en esa ruptura con el patrón clásico de zombi lo que podría hacer interesante la película de Keong Cheung, en la que los infectados tienen habilidades heredadas de sus antiguas personalidades, rasgo que les permite crear una sociedad o mente colmena. Aunque ya se experimentó con esta idea en 1985 con El día de los muertos (George A. Romero) y su ya icono del cine de terror Bub, y a pesar de que Shinsuke Sato la adaptó con mucha profesionalidad en I Am a Hero (2016), Keong Cheung solo recurre a ello cuando le interesa con el objetivo de elevar la acción a planos que, por obvias razones de presupuesto, le vienen grandes, viéndose obligado a solventar esos problemas con acciones muy poco ortodoxas respecto a sus convicciones iniciales. El pequeño arco donde infectados armados, compenetrados como un pelotón de defensa, se enfrentan a nuestros héroes, es gran ejemplo de ello. El director anglo-chino pretende dar un espectacular show bélico donde ambos bandos intercambian balas hasta solo quedar uno, pero, al ser imposible mantener ese nivel de espectacularidad, traslada la acción a combates cuerpo a cuerpo y a resoluciones ilógicas precedida del tramposo montaje que infecta la película, actitud que emplea casi desde el planteamiento. Más que parecer que las circunstancias arrinconan a sus personajes, pareciera como si el propio guion arrinconara poco a poco a su director llevándole a constantes giros argumentales para salir de problemas a los que él mismo accede.

Es cierto que por razones de ritmo es casi imposible crear personajes de cierta complejidad psicológica en este género, pero, siendo así, no me metas tal cantidad de secundarios de los que sobran más de la mitad. Las muertes, siempre heroicas, no aportan nada al argumento más allá de los problemas internos radicados en arquetipos de personalidad. El que mira por el bien de todos, el más humano y, por tanto, el protagonista, Marcus Stanton (Oris Erhuero) y el que mira por el bien de la misión, el creador de conflictos y subtramas que apelan a la sensibilidad del espectador, Frank Pérez (Mark Strange), en un tira y afloja encargado de aportar la clásica reflexión vacua de lo que es correcto y lo que no. El resto, meros complementarios que ayudan a la simple evolución de ambos, como Frederick Reeves (Carlos Gallardo) para Frank o Alicia (Jasmine Mitchell) para Marcus. Los demás soldados, en fin, no tienen mucho que decir. Para más inri, el único japonés-americano lleva katanas.

Y, obviamente, el estrés en el que se trata de incidir con la cuenta atrás mediante planos aéreos que simulan la vista de un dron militar, el carácter a contrarreloj que debiera agobiar tanto a personajes como a espectador, queda suspendido en el aire por el absurdo de muchas acciones de sus personajes. Tienen tiempo para enterrar a los caídos, para darse una duchita e incluso para partirse la cara entre colegas, no hay problema ninguno en que la zona vaya a explotar en horas. Este aspecto tiene más funcionalidad en dividir los actos de la película que en el que debiera ser su propósito. Pero, algo que sí está divertido son esas peleas cuerpo a cuerpo, extraídas directamente del cine Wuxia chino con slow motion, planos cerrados y movimientos imposibles del que Mark Strange, como buen artista marcial, consigue escenas bastante chulas.

Entretiene en algunos momentos, cansa en muchos otros y le sobra mucho metraje, aunque tampoco es tan basura como muchos la pintan. Es, simplemente, puro espectáculo momentáneo que consigue su única pretensión y, si no, lo intenta, aunque sea a base de reventados tópicos. Pudiera haber llegado a ser mejor producto si se hubiera revisado el guion, incluso cortado, y haber aprovechado el excipiente en los efectos visuales y maquillaje ya que ellos son la razón de que la edición, en su afán de enmascarar sus claras carencias, traten de engañar al espectador. Y un mínimo de creatividad también se hubiera agradecido.