Sí, ELLOS, los “elegidos”, los que mueven realmente los hilos –porque, ¿no seréis tan ingenuos como para pensar que esos politicuchos paniaguados e hipócritas que “elegimos” pintan algo, verdad?-: los que desde sus bonitas y estériles mansiones en Beverly Hills, Malibu, Palm Springs o similar deciden qué ropa debemos vestir, qué coche debemos comprarnos, qué debemos comer o cuándo, dónde y con quién es lícito joder; los que a través de sus televisiones y periódicos nos dicen qué debemos pensar, a quién debemos votar, qué guerra es justa o qué país (preferentemente petrolífero) terrorista; los que deciden, mientras echan una partidita de golf, que este año, aun de costa de millones de muertos –C’est la vi-, bajará el cacao y subirá el coltán; los que, levantando un teléfono, destrozan la carrera de vete tú a saber qué actriz porque se le olvido sonreír en la última fiesta o no quiso abrirse de piernas; los mismos que dejan en espera al Honorable presidente del Tribunal Supremo para atender al distinguido vicepresidente de Microsoft, que entra por la otra línea.
Sí ELLOS mandan…Y mandarán siempre, porque, por supuesto, sus hijos, que irán a las más caras universidades y gozarán de ventajas inalcanzables para la chusma como tú o yo, serán acogidos con los brazos abiertos en su pequeño e impenetrable club de titiriteros: “Hay para ti un puesto vacante en Washington, hijo”. Pero, sobre todo, amigo mío, porque nosotros se lo permitimos.
Porque, lo repito, ¿qué clase CHUPÓCTEROS, de SABANDIJAS CHUPASANGRES y de MONSTRUOS DEGENERADOS, controlan el mundo?
Pues bien, Brian Yuzna se hace esta misma pregunta en su primera película, y su lúcida y sentida respuesta consiste, simplemente, en quitarle los signos de interrogación.
Una película valiente, venenosa e “hija puta”, que, a pesar de sus evidentes fallos e imperfecciones, de su ritmo irregular y de su gusto por lo bizarro –no en vano es una película de Yuzna-, merece ser vista; aunque sea como premio a un descarnado y lleno de mala leche ataque de sinceridad.
Me planteo si ahora, veinte años después, hubiera sido posible…