Astronautas en mono de pintor corriendo como pollos sin cabeza por los pasillos de lo que, por la música de fondo y las lucecitas de colores, bien podría ser un salón recreativo. Me ha parecido reconocer, en el frenesí de las idas y venidas, al lagarto bueno de “V” y la cara de Edward Albert, bien adherida a su sempiterno bigotito estilo Ned Flanders.
Naves en poder de una capitana no sé si psicótica, borracha o recién divorciada dando locos hipersaltos de un extremo a otro del universo para rescatar a no sé quién de las manos de alguien o algo (no preguntéis, por favor). Para matar el rato y recordarse a sí misma lo pirada que está, la capitana juega a marcianitos en una PSP del tamaño de un armario ropero. ¿Estaremos realmente en un salón recreativo?.
Harpo Marx, desdentado y vestido de zíngara como en “Una noche en la ópera”, jugando al Simón con un encendedor humano que resulta ser, fíjate, el amo de algo gordo, aunque no sé exactamente qué. (Que se trata de alguien importante lo he deducido de su inmensa sabiduria, plasmada en frases tan profundas y trascendentes como “La duda es el hermano demoníaco de la desesperación” o “La fama es el alimento de los muertos”. Ahí queda eso, Spinoza). Tampoco sé quién gana la partida de Simón. Ah, y Harpo, gracias a Dios, no toca el arpa.
Una tripulación de auténticos tarados y descerebrados, reclutados, supongo, en algún frenopático interestelar, que llevan escrito en la cara, desde el primer fotograma, que van a morir todos de la forma más horrible y retorcida posible y que se empeñan en ponérselo bien fácil a quien se encarga de matarlos, rezagándose, apartándose del grupo o quedándose a solas a la menor oportunidad, como si intuyeran que lo mejor que les podría pasar sería salir cuanto antes de esta peli y encerrarse en sus casas para enfrentarse en soledad a la vergüenza de haber participado en ella. Yaphet Kotto es blanco, calvo y barbudo y se pirra por las figurillas de cristal. La hermana de Sigourney Weaver se ve gorda en el mono de pintor y decide perder unos kilitos. La capitana supera su récord de puntos y se hace un lifting para celebrarlo. El bigote de Edward Albert, por suerte, resiste los cambios de presión y las bajas temperaturas.
El planeta Morgantum creo haberlo visto también, aunque no estoy seguro, tal es la oscuridad que reina en él. No ayudan mucho las mochilas tuneadas con faros de desguace de los astronautas. Aun así, creo haber entrevisto gusanos de distinto tamaño, unos chupones, otros simplemente asquerosillos y otro, el más gordo, calvo y baboso, salaz y cachondón como ninguno. El tío cumple como un campeón, pero hay que admitir que se porta fatal con la rubia. Salta a la vista que le tiene miedo al compromiso.
Al final creo que sale Dios, pero ya nada importa, porque todos estos momentos se perderan como lágrimas en la interminable lluvia de caspa que barre el planeta Morgantum.