Cuarta realización de Alfred Hitchcock y su primer gran éxito. Primera obra que refleja su estilo personal. Rodada en Londres, se basa en la novela «The Ledger» (1913), de Marie Belloc Lowndes, inspirada en «Jack el destripador».
La acción tiene lugar en Londres en 1925/26. Narra la historia de Jonnathan Drew (Ivor Novello), hombre tranquilo y silencioso, que alquila una habitación en la casa de la Sra. Bouting (Marie Ault). Sus frecuentes salidas nocturnas levantan las sospechas de que él es el autor de los 7 asesinatos de jóvenes rubias, cometidos en la ciudad siempre en martes. Frente a las sospechas familiares se alza la hija de la casa, Daisy Bouting (June Tripp), novia del policía Joe Betts (Malcom Keen). Éste, movido por los celos, arresta a Drew y le acusa de ser «El vengador». Jonnathan explica a Daisy que su hermana fue una de las víctimas del Vengador y que anda tras él para llevarlo ante la Justicia. Asaltado por una multitud enfurecida, queda sujeto a una verja en un clima de linchamiento.
La película contiene una de las constantes más características del autor, su preferencia por las mujeres rubias. Las heroínas de su filmografía son mujeres distantes, elegantes y rubias (Marnie Edgard, Marion Crane, Melanie Daniels, etc.). Ésta es la primera producción dirigida por Hitchcock en la que aparece un cameo del autor. La atmósfera de tensión, angustia y suspensse, se apoya en recursos que el autor usará en obras posteriores, como el drama personal de un inocente acusado de crímenes que no ha cometido, una multitud dispuesta a lincharle, un policía que le arresta por celos, las sospechas del público al que el autor ha hurtado información y le ha mostrado un Drew misterioso, que sale a la calle bajo una capa negra, maneja un extraño maletín y guarda un secreto que no quiere desvelar. Presenta una secuencia en flashback, evocadora de la habilidad del maestro en el manejo del tiempo cinematográfico. Hace uso de una estética sombría, tomada del expresionismo germánico, que el autor conoció durante su estancia en Alemania.
La fotografía, de Gaetano Ventimiglia («El jardín de la alegría», 1925), también acreditado como Barón Ventimiglia, resalta el claroscuro y la expresión exagerada del rostro, en el marco de un clima excitante y angustioso. Los encuadres optimizan la belleza visual de las imágenes. El guión combina la angustia con golpes de humor e ironía y se sirve de la arbitrariedad y la injusticia para provocar en el público una intensa sensación de peligro. Las interpretaciones de Novelo, Gripp y Keen, se mueven a la altura de las circustancias y realizan sus papeles con convicción. El director, de 27 años, crea un thriller de alto voltaje, en el que la narración visual crea una atmósfera de inquietud, que absorbe la atención del público.
Pocos conocen la etapa muda de Hitchcock, pero el genio británico ya empezó su andadura cuando los films no hablaban. Seguramente la película más brillante de esta etapa sea El enemigo de las rubias (1927), una traducción poética que nos desvía del sentido original de la película, que en su idioma original se conoce como The Lodger (A story of the London fog). Precisamente este subtítulo describe muy ingeniosamente la esencia de la película. Es cierto que Hitchcock rodaría cuatro películas mudas más después de esta, pero no serían tan valoradas (ni tendrían un impacto comercial como el que tuvo esta), y además hay un aspecto muy importante que hace que El enemigo de las rubias sea continuamente revalorada, y es la aparición de uno de los rasgos que encontraríamos continuamente en la obra de Alfred Hitchcock: El falso culpable.
Se pensó en Hitchcock para la adaptación de una novela de intriga y misterio, que había tenido un éxito notable, The Lodger, una obra de Belloc Lowndess, que precisamente trataba los famosos crímenes de Jack el destripador, que se cometieron en la Londres Victoriana. Como revela Donald Spoto en muchos de los múltiples libros que ha tratado el historiador sobre la figura de Hitchcock, el productor de la película, pensó que Hitchcock sería la figura ideal para retratar un ambiente tan sórdido y tenebroso como el que desvela el argumento de la película, seguramente porque Hitchock se había empapado hacía relativamente poco de la tradición cinematográfica alemana (el expresionismo alemán y sus fantasmas), en un viaje que le había llevado hacía esas tierras. El caso es que la película nunca cita expresamente a Jack el destripador, pero está claro que el genial director recurre constantemente a esta figura para que el público pueda reconocer elementos populares y que le sean cercanos. De hecho la primera secuencia del film es más que reveladora en este aspecto, y uno no puede dejar de recordar los ambientes de niebla, tétricos y oscuros, en los que una multitud descubre el primer crimen del vengador.
El falso culpable es la figura que más destaca como rasgo característico de la película. Ivor Novello representa un personaje enigmático que decide alquilar una habitación, en la cual acabará conviviendo con diferentes personajes y enamorándose (oh casualidad) de una joven rubia que es hija de la dueña. Como el asesino (el pseudónimo de Jack el destripador) tiene una fijación especial por las rubias y si a nuestro protagonista Ivor Novello, le añadimos la sensación que siente por esta joven, más el comportamiento errático de su figura (que guarda la fotografía de otra rubia en la cartera y se dedica a hacer paseos a altas horas de la madrugada) es normal que las sospechas de ser el asesino caigan sobre él.
Contaba el propio Hitchcock en reiteradas ocasiones y siempre que concedía entrevistas, una historia que le sucedió de pequeño, y es que fue detenido cuando era un niño, después de que entregará una nota de parte de su padre a la comisaría. La nota simplemente ponía que el comisario lo encarcelará durante unas horas como castigo por una mala acción que había cometido el pequeño. Supuestamente este hecho acabaría marcando la vida del niño para siempre, que se sintió precisamente como un falso culpable, porque según él, no había hecho nada para que lo encerraran en la cárcel. Sea o no sea cierto el impacto que pudo tener esta historia en la carrera profesional de Hitchock en el cine (ya sabemos que Hitchock era muy propenso a mitificarse a sí mismo), lo que es verdad es que la figura del falso culpable se repite en una gran cantidad de veces a lo largo de su carrera, por no decir que tiene incluso una película con el mismo nombre, Falso culpable, rodada en el 1956 y en la que el personaje interpretado por Henry Fonda, es acusado de un crimen que no ha cometido.
Ya en una película tan primeriza como el enemigo de las rubias, podemos rastrear esta figura, y la encarna el actor Ivor Novello. Como ya hemos dicho todas las sospechas caen sobre él, culminándose en una persecución que resulta seguramente lo mejor de la película (por la manera en como dirige la secuencia el director). Aún así hay que decir que el guión resulta un poco tramposo en este aspecto. Si el propio Hitchcock deseaba que la película quedará con un final abierto (es decir, que nunca el espectador podría saber si Novello era o no el auténtico autor de los crímenes) los productores le obligaron a dejar bien claro que el personaje principal no era autor de dichos crímenes, con una respuesta que tenía evidentemente una concesión comercial hacía el espectador, que nunca habría perdonado que Novello quedara bajo sospecha. El caso es que la película se queda en tierra de nadie, porque deja sin resolver la identidad del auténtico criminal, con lo que la trama principal se convierte en nada más que una interesante pero endeble construcción artificial.
La película muestra muy bien una combinación del mundo alemán que Hitchock había asimilado (tanto en la creación de atmósferas como en muchas maneras de colocar la cámara, especialmente con esos planos que realiza la cámara cuando dirige las escenas ambientadas en el piso) con el propiamente británico (sin duda alguna, el tema del asesinato y la búsqueda del criminal forman parte sin duda alguna de la temática más habitual de la Inglaterra de aquella época, no sólo en el cine sino también en la literatura)
El Enemigo de las Rubias The Lodger de Alfred Hitchcock
Hitchcock a menudo afirmó que pese a no ser su debut cinematográfico, El Enemigo de las Rubias era su verdadera primera obra. Y no le faltaba gran parte de razón, porque fue en su tercera película cuando un joven y por entonces desconocido Hitchcock empezó a dar indicios de genialidad. No era nada casual que el film en cuestión fuera su primera película de intriga, como si ya desde el inicio el director británico intuyera que era en ese género donde podría dar rienda suelta a sus ideas sobre el cine.
El argumento estaba basado en una obra teatral y se inspiraba en la historia de Jack el Destripador. Un peligroso psicópata está extendiendo el terror por Londres, un asesino que se apoda a sí mismo “El Vengador” y que mata a mujeres rubias. Mientras la policía intenta en vano atrapar al criminal, un misterioso hombre llega al humilde hogar de los Bunting para alojarse en una habitación alquilada. Ese inquietante desconocido, que dice llamarse Jonathan Drew, se enamorará de la hija de los Bunting, Daisy, quien está comprometida casualmente con Joe Chandler, el inspector de policía encargado de descubrir a El Vengador. Pronto empezarán a surgir sospechas de que Jonathan podría ser el asesino tras el cual anda la policía.
Resulta difícil imaginarse hoy en día hasta qué punto debió causar impresión en el público de entonces un film como éste. Por supuesto no era la primera vez que se trataba en el cine una historia sobre un psicópata, pero la forma como lo encaró Hitchcock demostraba una inteligencia y una modernidad absolutamente apabullantes. Hitchcock no da la más mínima importancia a la identidad del verdadero asesino y de hecho no lo mostró en ningún momento del film, lo cual enfureció al productor Michael Balcon hasta el punto de plantearse si debía haber apoyado la carrera de ese prometedor director. Lo que a Hitchcock realmente le interesaba era la idea del falso culpable y si esa misteriosa figura sería el asesino, un enfoque que hoy en día vemos como puramente hitchcockiano pero que por aquel entonces resultaba bastante más novedoso. La ambigüedad que le da el director al personaje de Jonathan junto a la amanerada interpretación de Ivor Novello hacen de éste un ser fascinante del que uno no sabe qué esperar exactamente.
Más que una clásica historia de caza de un asesino, El Enemigo de las Rubias es un magnífico retrato sobre las sospechas y la culpabilidad.
Si el planteamiento ya resulta por sí solo interesante y fuera de lo normal, más aún lo habría sido si el desenlace hubiera sido el previsto por Hitchcock: un final abierto en que el personaje de Jonathan desaparece entre la niebla y las sombras de Londres dejando a los espectadores con la incógnita sobre si era él El Vengador o no. Como le pasaría años después con Sospecha (1941), los productores se negaron a permitir un final que dejara en el aire la sospecha de que la estrella de la película pudiera ser un asesino.
El film se inicia con un memorable primer plano cerradísimo de una mujer gritando. A continuación le siguen una serie de planos en que se dan a conocer nuevas noticias sobre el asesino (entre los que se encuentra el primer cameo de Hitchcock sentado en unas oficinas de prensa de espaldas a la cámara) y las reacciones de diversos personajes ante ese hecho tan horroroso. Seguidamente se nos transporta al hogar de los Bunting, la luz de la casa se apaga y, al mismo tiempo que vuelve a encenderse, aparece un extraño en la puerta recién surgido de la niebla que señala el anuncio de una habitación libre. En esos pocos minutos, Hitchcock ya ha creado un clima opresivo y oscuro que domina todo el film y que aún hoy en día resulta bastante inquietante.
El director británico además se sirvió muy inteligentemente de recursos visuales muy ingeniosos y típicos del cine mudo que demostraban su imaginación e inventiva, heredados en gran parte del expresionismo alemán. Uno de ellos lo podemos encontrar cuando el inquilino se mueve inquieto de un lado a otro de su habitación, momento que se nos muestra con un contrapicado del techo del piso de abajo que de repente se desvanece para que veamos a Jonathan caminando nerviosamente en su cuarto a través de un suelo de cristal. Ya por entonces resultaba obvio que Hitchcock era un director eminentemente visual creando algunos planos de una belleza y sugestión magistrales, como la escena en que Jonathan ha huido de su casa y se refugia con Daisy bajo la luz de una farola. Los juegos con la luz de la farola y las sombras crean un ambiente visual íntimo y misterioso, mientras que el beso entre los dos amantes está filmado con delicadeza y cierto erotismo recreándose en los gestos y sus rostros.
La escena final en que una multitud persigue al inocente Jonathan es el momento cumbre del film, especialmente cuando éste queda atrapado en una verja por sus esposas, un plano de una angustia e impotencia que ya anunciaban el estilo del futuro Hitchcock y que visualmente tiene incluso ciertas reminiscencias de la crucifixión.
Afortunadamente El Enemigo de las Rubias no solo fue el primer Hitchcock auténtico sino el primer éxito de su carrera. Aunque en el resto de su periodo mudo nunca volvería a igualar la calidad de este film, nos sirve hoy en día como ejemplo del potencial de Hitchcock como director de cine mudo así como una prueba de que ya por entonces estaba dejando entrever ese estilo personal tan inconfundible que le haría famoso.