Colosal película e hito del género, «Asalto a la comisaria del distrito 13» no se conforma como tal sencillamente porque sepa generar una atmósfera opresiva, resuelva con maestría una escasez de medios patente y haya quedado, para los anales, como una de las mejores cintas de acción de la historia del cine. Tras ella aun hay más.
Si tuviesemos que realizar una crítica corriente sobre el film de un Carpenter casi primerizo, me da la sensación que nos dejaríamos muchas cosas en el tintero, porque más allá de lo que supuso una joya como la que nos ocupa, multitud de detalles se dan cita dentro de esta obra sin paragón que aprovecha con una pericia fuera de lo común sus mejores bazas para jugarlas a su favor. Ya no se trata de si el guión cumple con lo que se supone que ha de hallarse en una película que se encuadra en un género aparentemente tan fácil pero en el fondo tan complicado como el de la acción, sino además, que en éste se observa una inteligencia y minuciosidad en la distribución de diálogos y toma de decisiones por parte de los protagonistas, que va más allá de lo imaginable. ¿O es que nadie se pregunta todavía, a día de hoy, porque el metraje está repleto de silencios y los diálogos son escasos? Carpenter, a sabiendas de que sus personajes, en la situación que se encuentran, poco pueden o deben decir, aprovecha ese factor para construir una atmósfera sucia y palpitante, que sólo se quebranta cuando los atronadores disparos surcan las ventanas de la comisaría o el poco soporte que se pueden ofrecer entre ellos encuentra como vía otro método que no sean las balas arrojadas al exterior.
Por si ello fuera poco, y adelantándose a toda una generación que durante la década de los noventa crearía personajes a cada cual más emblemático, Carpenter ya había dado con la clave muchísimo antes: no era necesario el contrapunto cómico, ni siquiera había que cargar todas las tintas sobre esos personajes, bastaba con hacerlos interactuar en el momento preciso, con medir nuevamente el diálogo para que éste complementase los intervalos realizados en la historia para dar descanso a nuestros protagonistas, y ello se refleja aquí a la perfección. Los breves incisos realizados por los personajes de Napoleon Wilson y Leigh, que se complementan magníficamente gracias a dos interpretaciones notables (más teniendo en cuenta el terreno en que se manejan), logran dar a «Asalto a la comisaria del distrito 13» una envergadura distinta, el encanto de aquel que es conocedor de que no sólo se debe componer un preludio para que el espectador pueda volver a retomar ese asedio sin que el sonido de los disparos atrone en su cabeza, sino también lograr una conexión anímica, una empatización que vaya más allá del simple razonamiento (que sería el de que los asaltados deben salvarse simple y llanamente porque Carpenter los presenta como tal), y que nos encandile del mejor modo posible.