Hubo un tiempo donde las buenas películas pasaban desapercibidas, era tal la cantidad de información y publicidad que se vertía sobre el cine comercial, que lo que no conseguía triunfar en taquilla o festivales de renombre pasaba al olvido en 5 minutos, vamos, como ahora con los productos de plataformas solo que estos es lógico que se olviden. Y entre estos productos olvidados, se encuentra la película de hoy, un thriller negro con tintes de ‘Chinatown’ o incluso más bien ‘Two Jakes’, que vista hoy impresiona casi tanto su calidad, como su olvido.
Hablamos de ‘Ocho millones de maneras de morir’, una película escrita por Oliver Stone y dirigida por el menos talentoso del grupo de «los Barbas» e interpretada por un Jeff Bridges irreconocible en su caratula, una de esas carátulas molonas que tanto han plagiado obras contemporáneas como por ejemplo ‘Gran Theaf Auto’.
Como es habitual, en una película de cine negro siempre hay un buscador de la verdad (detective privado, policía, investigador de una agencia de seguros…) que suele ser un perdedor más o menos atormentado. Siempre le persigue un pasado que no le deja en paz y siempre tiene cierta afición por el alcohol. Por supuesto siempre hay una dama peligrosa con mirada de soslayo y viciosa que está vez recae en la preciosa Rosanna Arquette. Y finalmente está el villano de la función, un Andy Garcia prometedor cuando empezó su carrera que en esta película a tiene su primer papel relevante interpretando una réplica a escala de Tony Montana. Reaparecen un montón de caras conocidas de los 80, actores secundarios que completaban con oficio el reparto de las producciones estándar. Alexandra Paul, la única Vigilante de la Playa que se mojaba los pies en la ducha.
Y luego está la estética, esa estética ochentera tan marcada apoyada por un inevitable sintetizador en la banda sonora, la gran innovación musical de los 80 que dan como conjunto una obra que posteriormente han plagiado gente como Nicolas Winding Refn con ‘Drive’. Y el ninguneado de «los barbas», Hal Ashby, no se desempeña mal y muestra escenas de gran talento como por ejemplo el opening basado en un plano secuencia aereo que nos dice que la película puede prometer y promete. Pero no solo en lo estético destaca la obra ya que es en los diálogos o más bien en los duelos dialécticos donde la película alcanza la mayores cotas de tensión, como ese que ejecutan de forma tan perfecta, Jeff Bridges y Andy García.
De este modo nos encontramos con uno de los más notables thrillers de los 80 en el cine americano, mucho más conseguido y depurado que otros de más fama.
Este thriller tiene y mantiene a lo largo de todo su metraje una sólida atmósfera pesimista, ruda, áspera, en un tono crítico hacia el caracter rayano lo podrido de la sociedad que nos circunda (visto ahora 20 años después resulta premonitorio) y las carencias afectivas de los individuos que viven en ella. Jeff Bridges está muy adecuado y muy bien en el papel y Andy García se revela interpretando a un villano muy peculiar.
En fin, un thriller que huele a cierto clasicismo y que lanza buenos aromas.