Ante todo avisar primero que le tengo todo el respeto del mundo a Chantal Akerman y su obra, la cual reconozco también que no he visto salvo su famosa película elegida como la mejor de la historia del cine. Segundo, denunciar el flaco favor los imbéciles de la «maquinaria» en este caso ‘Sight & Sound’ han hecho a una filmografía concebida de forma distinta a los que todos entendemos como «cine». Con ‘Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080’ nos podemos poner estupendos y fabular diciendo que nos encontramos ante el mayor filme de terror de la historia o ante una obra que desmonta el alma del ser humano hasta límites insospechados, o ante una prosa poética que normaliza el pavor de lo cotidiano hasta su máxima expresión o que ‘Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080’ es una jaula cuyos barrotes están formados por las líneas de separación de cada fotograma. Por decir podemos decir mucho, pero, la película en cuestión es eso, una especia de filmación de 3 horas donde mostrar o denunciar la verdad de las mujeres de aquella época, o al menos de un tipo de mujer de clase media delineada por la sociedad para vivir en la soledad de un hogar, perdón, de una casa como sirvienta de su propia familia. Así tenemos planos largos y cerrados para mostrar el tapiado que puedes suponer el hogar; ausencia de diálogo para representar la soledad; hombres objeto para simbolizar la debilidad y autosuficiencia de los varones ya sean niños, jóvenes, maduros o ancianos y sobre todo, acciones cotidianas y una normalidad en la protagonista que enfatiza de forma magistral y terrorífica esa cárcel donde un gran número de mujeres vivían en la sociedad de aquellos años y seguramente todavía en la de estos. Y repito que como denuncia es una obra magistral por eso, por la valentía de mostrar 3 horas de aburriemiento en una sala de cine y por la genialidad de hacer que ese monótono aburrimiento afecte a todos excepto a la protagonista.
Pero claro, dicho esto y después de reconocer los valores críticos de esta especie de obra reivindicativa concebida para ser expuesta en una sala de cine, en un museo o en un teatro, nos viene ese grupo de hienas políticas dispuesta a sacar rentabilidad a todo lo que se les cruce por el camino y es ahía donde ‘Sight & Sound’ juega a buscar publicidad engañosa y a estafar al público y al propio cine, porque está claro que definir cual es la mejor película del cine es algo complicado y decir si ‘Centauros del Desierto’ es mejor que ‘Cuidadano Kane’, que ‘Vértigo’, que ‘El Padrino’ o que ‘E.T.’ por decir unas entre centanas es algo que no corresponde a nadie ni siquiera a la democracia pero, dicho esto, lo de ‘Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080’ es un engaño, un bulo y una mentira que ha creado un lobby de ideas muy concretas que personalmente me paso por el forro de los cojones. Por cierto agradecer a Filmin que traiga toda la filmografía de este directora.
Ahora os dejo con un ejemplo de como hacer daño al cine o de como un crítico es capaz de creerse más importante él, que la propia película que analiza:
Al oir hablar de esta película supe que tendría que verla, tarde o temprano: 3 horas y 15 minutos de la vida de un ama de casa (y prostituta ocasional), todo un reto. Minimalismo extremo, hiperrealismo que hace que cualquiera de De Sica parezca «Un Perro Andaluz» a su lado. Pedantería? Yo iba con mi armadura y mi espada, para defenderme de una basura pretenciosa francesa en toda regla, pero al final me quité el casco y ladeé mi cabeza como hace mi perro cuando ve algo curioso. Porque como decía Neil Young «hay más en esta película que lo que ve tu ojo». Si, unos tijeretazos no vendrían mal, pero la mayoría de aparatos de DVD de hoy en día tienen un «fast forward» de buena calidad, y no deja de ser una apuesta arriesgada y necesaria. Podríamos quitarle minutos, pero es imposible que esto funcione en dos horas.
Todo transcurre entre planos «Ozu», sin mover la cámara jamás, a base de viñetas… y entre la cantidad de cosas que hace Jeanne y que aparentemente no tienen mayor relevancia, uno va captando simbolismos, señales de socorro, muestras de la espiral descendiente de la protagonista. Y ahí es donde, si lo miramos con apertura de miras y sin tener el gatillo anti-pedantería demasiado flojo, se encuentra lo bueno de esta película. Y para cuando termina y sigues mascando ciertas partes, inquieto, te das cuenta de lo que pretendía la directora.
Si uno no hace ascos a Haneke (sobre todo sus primeras películas, que tienen mucho en común con esta), a Jaime Rosales, a Aki Kaurismaki o al maestro Ozu, creo que debería enfrentarse con Jeanne Dielman, procurando rascar esa capa de «tortilla francesa» que la recubre.
Y si al final no os gusta esta película, por lo menos aprendereis la forma correcta de empanar unos bistecs, de hacer un buen café y otras tareas del hogar.
Esta película es larga. Ya está dicho. Esta película es lenta y morosa. Ya está dicho. Esta película alarga los planos de una manera aparentemente innecesaria con una cámara que encuadra impasible, gélida, irritantemente inmóvil. Ya está dicho. En esta película se narra la historia monótona y tediosa de un ama de casa. Vemos cómo limpia, cómo cocina, cómo se asea, cómo cuida a su hijo, cómo realiza sus tareas cotidianas rutinarias, repetitivas, interminablemente, una y otra vez hasta la desesperación. En alguna otra crítica están enumeradas todas. Allí las tienen. También está dicho. He leído incluso a alguien escribir que esta película podría haberla rodado él mismo en un amplio porcentaje solamente con grabar el día a día de su madre. Decidme si no es el comentario de quien no ha entendido absolutamente nada. Decidme si no es terrorífico. Por otro lado, están los que animan a visionarla en modo avance rápido porque, según ellos, no aporta nada a esta historia alargar tanto las escenas, escenas que al parecer no desarrollan una historia entretenida. Y yo me pregunto, si una película no conecta contigo, si te parece, hablando en términos coloquiales, mala, ¿por qué no simplemente dejas de verla? ¿De qué le puede servir a alguien una crítica en la que nos limitamos a decir me aburrí, no me gustó o es lenta, cuando se trata de una película que en ningún momento cuenta con el objetivo de entretener entre sus pretensiones?
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Deberíamos entender que hay distintas maneras de usar el cine, no sólo la convencional para el entretenimiento y para los gustos. No, no mola ser un ama de casa. ¿Y qué? El cine es también, aunque muchos no lo tengan en cuenta, un vehículo para expresar ideas, para transmitir experiencias, para ponernos bajo la piel y entender las motivaciones, las soledades y las sensaciones de personajes que en mucho o en nada se parecen a nosotros. Dejaré en cambio estos tópicos al margen. Tampoco sé escribir críticas, también termino cayendo en ellos. Lo que sí sé es que prefiero una interpretación, ya sea mala o buena, de lo que se ha visto a un insustancial me gusta o no me gusta, o un «como me aburrí os recomiendo verla en 4x 8x o 31416x». Fijaos que no es necesaria una documentación del contexto histórico del año de realización para saber si hay algo en lo que la directora nos quería hacer pensar, no es necesaria una comparativa con películas o directores que hayan usado un lenguaje similar, ¿forman parte de alguna escuela?¿cuáles son sus características, por qué usaban los recursos del lenguaje audiovisual de esta manera? Nada, toda esta necesidad didáctica la podemos dejar en manos de los que sí saben hacer críticas y las hacen útiles. A nosotros, aficionados, nos queda algo mejor. Dar una interpretación. Una simple, llana, vulgar incluso si se quiere, interpretación de la película para que aquellos que se acerquen a ella y nos hayan querido leer antes o después, (en el después es cuando realmente son útiles las críticas), tengan herramientas para enriquecerse con una manera distinta en la que otros vieron lo mismo.
Bajo mi punto de vista, Jeanne Dielman es sin ningún género de dudas una película de terror. Y es por cierto una buena película de terror. He llegado a la conclusión de que el tiempo se ha dilatado y redunda por un sencillo motivo, para hacernos sentir que Jeanne Dielman es una muerta viviente. Efectivamente, Jean Dielman es un zombi. Así pues, Chantal Akerman hizo con «Jean Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles”, y aunque no lo creáis, una película de muertos vivientes. Concretamente la de uno solo y además desde un punto de vista muy original, tan sutil como para hacer emanar la inanición de los actos más cotidianos de un zombi. Lo que hace la directora es ni más ni menos que transmitirnos cómo se siente siendo uno, cómo se vive siendo uno, cómo suceden y se ven las cosas a través de los ojos de uno. Y por supuesto, como intuíais y aunque no os guste, ser un zombi es rutinario, es lento y, por supuesto, es aburrido. La interpretación de la estupendísima Delphine Seyrig, a la que por cierto uno no se cansa de mirar durante las tres horas, ya sea empanando un filete o desmontando el sofá cama, es reveladora, contenida y elocuente en este sentido. Insisto, hasta tal punto es de terror este cuento que no tiene nada en su trasfondo que tenga algo que ver con su apariencia. Incluso lo que en primera instancia pudiera resultar más llamativo, una señora compaginando la prostitución y los asuntos domésticos en su propia casa, queda relegado a un plano completamente accesorio una vez nos hemos metido en la entrañas del personaje. La película nos deja a expensas de lo verdaderamente cruel, la atroz soledad doméstica de un ama de casa viuda y la conciencia del sinsentido. Jeanne Dielman transmite, a mi manera de ver y muy meritoriamente, el modo en que llenamos nuestros días de rutinas mecanizadas para evitar enfrentarnos al terror, al vértigo que nos produce enfrentarnos cara a cara a la nada o al todo que hay detrás de nuestros numerosos automatismos.
Jeanne Dielman es una película radical. De acuerdo, va a la raíz, no se queda en las ramas. Los planos fijos en «tiempo real» son indispensables, no hay nada de superfluo en ellos. No dicen nada y ,precisamente por eso, son de lo más elocuentes. He ahí la paradoja. Son anodinos, fríos y precisos (duran lo que tienen que durar, ni más ni menos). La información que nos ofrece Akerman de los dos personajes es la estrictamente necesaria: retazos del pasado y del futuro (Jeanne decidió ser libre, independiente y su hijo se está convirtiendo en un hombre, esa es una de las claves). La película es un presente perpetuo. Los diálogos, casi siempre banales, decidirán el destino de la protagonista (el que mantiene con su hijo sobre sexo es muy revelador).
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Chantal Akerman toma una decisión ética y estética: no hay belleza en ningún plano, ninguna manipulación artística (ni hay música, sólo sonido ambiente) salvo dos licencias: las luces de neón intermitentes que iluminan el salón y el poema de Baudelaire «El enemigo».
Jeanne es la perfecta alienada, su apariencia de maniquí le hace parecer de plástico. Determinada como un robot, hace movimientos casi automáticos. Esa es su libertad. Es la perfecta ama de casa, la perfecta madre y la perfecta puta. El sueño de todo Manolo barrigón futbolero. No es un feminismo de proclama enfática de derechos de burguesa aburrida, es un feminismo de «pequeños gestos» y grandes resultados. Al principio, feliz en su rutina y en su apatía, vamos descubriendo la ansiedad y el vacío en pequeñas acciones y en pequeños gestos de Jeanne: una cuchara o un cepillo que se resbalan de las manos, una carta a la que no sabe contestar, un botón irreemplazable, un cliente que llega tarde….
Dos son los grandes logros de la película:
- Consigue que te concentres en los planos, que descubras cualquier pequeño detalle que da información sobre el estado psicológico de la protagonista. Es decir, te implica en la obra.
- Hace de lo cotidiano algo inolvidable. Nunca olvidaré ese pequeño apartamento, como tampoco olvido la casa ni el vecindario de «La ventana indiscreta».
La película no ha envejecido nada, como todas las obras maestras. Y es que, «Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Buxelles» es una obra maestra. Pese a quién le pese.