‘El último mercenario’ es una comedia de acción que rara vez consigue ser divertida más allá de lo que aporta Van Damme. Él está inspirado en su papel de padre ausente que regresa para proteger a su hijo pero sin decirle quién es realmente. Eso le permite mostrar cierta inseguridad en lugar de ser otro personaje invencible con poco que aportar más allá de las escenas en las que reparte estopa.
No obstante, es una pena que los momentos reservados para su lucimiento físico no sean más abundantes. Es verdad que el montaje de ‘El último mercenario’ no resulta especialmente inspirado potenciando el espectáculo, pero el protagonista de ‘Timecop’ demuestra que sigue en plena forma a sus 60 años, sobre todo en la secuencia que transcurre en una sala de recreativas que es la que más encanto tiene de toda la función.
Más allá de eso, Van Damme también es lo mejor en las escenas más relajadas, sabiendo primero exprimir el lado más misterioso del personaje para posteriormente jugar con esa relativa fragilidad a la que se expone e incluso aportando la credibilidad necesaria a ciertas soluciones de guion que a priori deberían haber dado pie a escenas rozando la vergüenza ajena.