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La vida futura (1936): un manifiesto visual de los futuros posibles
El cine, a menudo espejo de las inquietudes y sueños de una época, se erige también como la cartografía de futuros posibles. En este contexto, la vida futura (Things to Come), dirigida por William Cameron Menzies y basada en un guion de H.G. Wells, emerge como una obra de resonancias proféticas, cargada de un simbolismo que desborda los confines de la pantalla para dialogar con el espíritu del tiempo y la incertidumbre de la modernidad.
El conflicto como génesis y vértigo del futuro
La película arranca con la imagen de una Europa al borde de una guerra inminente, una predicción que en 1936 resonaba como ominoso presagio. Lo que Wells plantea es un relato cíclico, donde el conflicto se convierte en la chispa que reconfigura la humanidad, pero también en su eterna condena. La devastación que sigue al conflicto inicial es tratada con una crudeza que adelanta el tono lúgubre de la ciencia ficción postapocalíptica moderna. Ver La vida futura (coloreada)
Menzies, célebre por su manejo del diseño de producción, ofrece un retrato visual inquietante de la desolación: ciudades destruidas, masas deshumanizadas por la peste y la pobreza, y una naturaleza convertida en ruinas. Aquí, el lenguaje visual se convierte en narrativa pura; los encuadres amplios, plagados de detalles arquitectónicos caídos, evocan las pinturas románticas de John Martin, donde la insignificancia del hombre frente al colapso cobra un matiz casi sublime.
La estética del progreso: máquinas, orden y utopía
Tras el caos, la película se despliega como un himno a la reconstrucción y al poder de la racionalidad científica. El mundo que emerge bajo la guía de Wings Over the World —una organización tecnocrática que promueve la unión global a través de la ciencia y la tecnología— se nos presenta como un escenario de pureza arquitectónica y orden total. La influencia del diseño Bauhaus es palpable en las líneas minimalistas y funcionales de las ciudades del futuro, un contraste radical con el caos de la guerra.
Sin embargo, esta utopía visual también suscita preguntas: ¿hasta qué punto el progreso técnico deshumaniza al individuo? ¿Es posible sacrificar el alma humana en aras del perfeccionamiento mecánico? En este punto, la vida futura abre un diálogo con el pesimismo humanista de Fritz Lang en metrópolis (1927). Ambas películas comparten una fascinación por las estructuras monumentales, pero mientras Lang denuncia la alienación de las masas, Wells y Menzies parecen confiar en el dominio racional como único camino hacia la salvación.
Sensaciones y texturas: el arte como vehículo de esperanza
La textura sensorial de la película se articula a través del diseño sonoro y la música de Arthur Bliss, que refuerzan los contrastes entre la barbarie y la civilización. Las primeras escenas, marcadas por sonidos disonantes y estallidos abruptos, se transforman gradualmente en acordes majestuosos que celebran la capacidad humana para soñar con un mañana mejor.
En términos cromáticos, aunque la película es en blanco y negro, el juego de luces y sombras intensifica las emociones. Los oscuros abismos del pasado se abren paso hacia los brillantes espacios abiertos del futuro, donde la luminosidad se convierte en metáfora de la razón triunfante. Ver La vida futura (coloreada)
La dialéctica entre pasado y futuro
El clímax de la obra, con la construcción de una gigantesca torre de lanzamiento que llevará a la humanidad a las estrellas, es tanto una celebración de la audacia como una advertencia. El monólogo final, en el que se cuestiona si la humanidad debe seguir avanzando o detenerse ante el abismo de lo desconocido, encapsula el ethos de la modernidad: la tensión entre el miedo y el asombro ante el progreso.
Este final resuena con ecos de Nietzsche y su idea del eterno retorno, al tiempo que establece un diálogo con la literatura utópica de Thomas More y los mundos visionarios de Julio Verne. Wells, al igual que estos gigantes intelectuales, construye un relato que no solo interroga las posibilidades tecnológicas, sino también las éticas, culturales y espirituales que definen a la humanidad.
Legado y resonancia contemporánea
A casi un siglo de su estreno, la vida futura sigue siendo una obra profundamente relevante. Su visión de un mundo desgarrado por la guerra, unido bajo una tecnocracia global, y finalmente lanzado hacia las estrellas, encuentra paralelismos inquietantes en los debates actuales sobre inteligencia artificial, cambio climático y exploración espacial.
Como artefacto cinematográfico, la película es una pieza fundacional de la ciencia ficción visual, un puente entre las visiones distópicas del primer tercio del siglo XX y los relatos más esperanzadores —aunque igualmente críticos— de cineastas como Stanley Kubrick y Ridley Scott.
En definitiva, la vida futura es una experiencia tanto intelectual como sensorial: una invitación a soñar, reflexionar y temer por los futuros que construimos en el presente. Como el eco de su monólogo final sugiere, la humanidad sigue caminando hacia la luz, enfrentándose al infinito con valentía e incertidumbre. Ver La vida futura (coloreada)