En el verano de 1935, en la frontera entre China y Mongolia, dominada por señores feudales y bandidos, los miembros de una aislada misión americana se encuentran desamparados tras la invasión del país por parte de Tunga Khan. En respuesta a la urgente petición de un médico por parte de la misión, es enviada la doctora Cartwright, una persona de ideas modernas.
La última película del gran John Ford supuso un bofetón a todos aquellos que intentaron (e intentan) encasillarle.
Quizás por eso no triunfó en su día y en la actualidad sigue siendo de sus películas más desconocidas, además de no tener buena prensa en Estados Unidos.
Acostumbrado Ford a rodar con toda su gente, en esta su última película, cambia de tercio y con excepción de los actores secundarios Strode y Mazurki, el resto del equipo tanto técnico como artístico eran la primera vez que trabajaban con él.
Acusado de misoginia toda su vida, reunió a un grupo de actrices en su última película y las convirtió de protagonistas absolutas destacando la maravillosa Anne Brancroft.
La película de John Ford es polémica, no contenta a nadie, por un lado los que se identificaban con él, una derecha más conservadora reciben un varapalo al encontrar una crítica a la religión, al sistema de valores conservador y mojigato, y en definitiva como los hechos y no las palabras son lo que importa cuando de verdad hay que ayudar, por su parte el sector históricamente más reacio a Ford no iban a dar su brazo a torcer cuando el maestro, una vez, más se sale de guión y les demuestra que puede ser más provocador que cualquier pancartista. Total que la película no agradó a nadie.
Los que llaman fascista entre otras lindezas a John Ford deberían ver ”Siete mujeres”, película transgresora donde las haya y muy adelantada a su tiempo, además de ser una despedida atípica para lo que nos tenía acostumbrado.
Una estética de teatro, con unidad de espacio prácticamente, basado en los diálogos y protagonizada por mujeres y polémica en el terreno sexual como moral y religioso, fue la despedida del director que mejor rodó los espacios abiertos, a los actores hombríos como Wayne, el movimiento (de caballos por ejemplo) y en general todo aquello que tuviera vida y mereciera ser filmado con humanismo.