Trueno es un joven indio que regresa a las Montañas Rocosas, para ver a una hermosa muchacha y visitar a su anciano abuelo, Gran Jefe de los Cheyennes. Trueno descubre que una compañía de prospecciones petrolíferas está horadando y destruyendo la Montaña Eterna, donde se encuentran enterradas las reliquias de las tribus Sioux y Cheyennes. El joven indio intenta que se respete el culto a sus muertos pero la policía interviene, y se desencadenan contra él una serie de acusaciones.
Si el cine en su conjunto fuera un cuerpo humano y cada película formara parte de un órgano o debiera cumplir una función fisiológica determinada, Thunder, bodrio dirigido por el italiano Frabrizio de Angelis en 1983, sería con toda probabilidad… un pedo. Es lo mejor que puede decirse de este truño italiano filmado en localizaciones del Oeste americano (distintos puntos de las reservas de los indios navajos en Arizona) que tiene al joven de las greñas de diseño que en la foto sostiene tremendo escopetoncio (parece una cámara con enorme objetivo para sacar fotos a pie de pista en Roland Garros, pero no, escupe granadas del tamaño de un melón de Villaconejos, o de Aragón, que son igual de buenos, o hasta mejores…) como protagonista absoluto. Criatura monstruosa surgida del “fenómeno emulación”, parida (nunca mejor dicho) al calor del tremendo éxito de Acorralado (Ted Kotcheff, 1982), primera parte de las andanzas del John Rambo de Sylvester Stallone, ya desnaturalizada en su conclusión y convertida en parodia de sí misma y en pura propaganda política en sus secuelas, Thunder sigue más o menos las mismas líneas argumentales y narrativas, casi se diría que incluso estéticas más allá de la precariedad de medios, que la película de Stallone, si bien en un tono y un ambiente de cutrez intrínseca que da vergüenza ajena.
La trama, pues calcadica. Thunder, un joven indio con melenas, vaqueros, botas y zamarra militar (interpretado por un musculado de gimnasio bastante triste y ramplón que responde al rimbombante nombre artístico de Mark Gregory), regresa a su tierra (de no se sabe dónde porque nadie dice ni mú al respecto a lo largo de los sólo, afortunadamente, 82 minutos de pestiño; eso sí, el chaval no lleva equipaje, ni siquiera un petate como Rambo, así que no debe de volver de muy lejos) para encontrarse que una empresa está realizando prospecciones, se supone que de petróleo, explosión va y explosión viene, en la llamada Montaña Eterna, que es donde están enterrados sus antepasados (no perdérselo, señalados por lápidas como si fuera Pere Lachaise) y que va camino de dejar de ser eterna en un pispás. El mozo va al sheriff (Bo Svenson; se desconoce si tiene algo que ver con los tratamientos capilares del mismo nombre…), con el pergamino de un antiguo tratado en mano, para denunciar la tropelía, pero el tipo no le hace ni puñetero caso, aunque al principio se muestra medio razonable. Su ayudante tiene más mala leche, y desde el principio ya se postula a candidato para estudiarle las caries a la novia de Thunder a lengüetazo limpio. Visto el éxito de la cosa, Thunder se va al banco que financia el asunto para montar un pollo, y como pasan de él, se sienta en la puerta a hacer una protesta silenciosa. El ayudante del sheriff va a tocarle la moral, y lo echa del pueblo. Pero por el camino, unos obreros de la empresa con los que ya ha tenido sus más y sus menos a porrazos en el cementerio indio, lo cazan como a un gamusino y le patean los bajos con fruición. Así que Thunder, que es más bien cortito, vuelve al pueblo a denunciar la agresión, y claro, los guardias, que lo tienen calado, le dan otra paliza de propina. Eso sí, ahora Thunder se rebota y en dos segundos los pone mirando a Cuenca… A partir de ese momento, Thunder se refugia en las montañas y combate a los distintos grupos que van tras él, los policías del sheriff, los obreros de la empresa y todo quisque, porque empieza a salir gente, a pie y a caballo, en todo terreno y camionetas, en avionetas y helicópteros, a la caza del melenas. A ellos se une un reportero televisivo y un pinchadiscos radiofónico, que empiezan una campaña a favor de Thunder (así porque sí, porque no saben nada de él ni lo conocen ni nadie les explica lo que ha pasado) para denunciar su persecución y reivindicar la legitimidad de su causa. Desde entonces, pues tiros, violencia, momentos de acción cutre y poco o ningún seso puesto en el tema.
Para ser un producto de acción y contar con dos continuaciones (o una, porque son del mismo año, 1987), Thunder es cutre con ganas. No sólo porque el diálogo más “brillante” que contiene es este que pronuncia el sheriff: “ese Gerónimo de mierda me ha hecho perder mi cita con el dentista”, sino porque, no nos engañemos, el amigo Mark Gregory no sabe ni simular un puñetazo. La cosa empieza mal ya en la pelea del cementerio: ahí, Thunder golpea a un obrero en la espalda con algo que parece un pesado cilindro de metal, pero, aunque el tipo se retuerce y bufa, a Thunder le falta medio metro por lo menos para impactar en su rival. El director, sin duda dio la toma por buena porque estaba demasiado beodo para prestar atención a su propia película, y en distintos momentos optó por la misma “técnica”. Así, cuando Thunder, después de apalizar a los policías entra a la fuerza en la tienda de armas para hacerse con unas peladillas arrojadizas con las que hacer pupita al personal, entra a saco lanzándose contra la ventana ¡¡¡con la cabeza!!! Así, en seco, como si fuera de Zaragoza y le dijeran “a que no hay bemoles…”. Pero eso no es todo, porque Thunder, del que ya se ha dicho que es más cortico que las polainas de Torrebruno, en el momento en que se ve acosado por los obreros de la petrolera, se conduce como un aténtico mendrugo. La cosa merece descripción:
El tipo va caminando por el desierto de Arizona como si tal cosa, eso sí, sin quitarse la zamarra (en el desierto, en pleno mediodía, conviene ir abrigado…), y los de la empresa, que son cuatro y van montados en un jeep, pues van por su caminito de arena, se supone que a casa después de una dura jornada laboral. Cuando ven al indio, y como se la tienen jurada porque antes les ha fastidiado los empastes a gorrazos, intentan divertirse a su costa, ¿y qué hacen? Pues cazarlo al lazo, como si de ganado se tratara. Entonces Thunder echa a correr para huir (uno de los mayores defectos de Mark Gregory como presunto héroe de acción es el trote cochinero que se gasta corriendo: serán las botas en la arena o entre las piedras y tal y cual, pero corre peor que Harrison Ford, que ya es decir; da la impresión de que una abuelita con andador puede adelantarlo igual que un 2CV al Ferrari de Fernando Alonso, que se parece cada día más a un Renault 9…) pero para que la secuencia que a Fabrizio de Angelis (que también es coautor del guión, ojo, que no estamos hablando de cualquier cosa…) ha pensado con tanto esfuerzo tenga el sentido de la espectacularidad cutre-salchichera de la que el director dota a todo el producto tenga sentido, ¿qué hace Thunder? Pues en vez de echar a correr campo a través y alejarse del jeep, ¡¡¡corre junto al camino para que los chicos puedan perseguirlo a gusto, echarle el lazo, tirarlo al suelo, arrastrarle unos pocos metros y luego patearle las tripas!!!
Este nivel de planificación-cagarro se mantiene a lo largo de las demás secuencias, pero tiene otro momento clamoroso: el secuestro de la novia de Thunder en la gasolinera a cargo de los esbirros de la empresa. No es que sea lamentable ya la forma en que tienen de incendiar una gasolinera, sino que el bofetón que le sacuden a la chica para hacerle perder el sentido ¡¡¡no la toca ni de lejos!!! Es más, no llega a ser ni bofetón: el actor apoya la mano abierta y rígida en el hombro de la chica cuando ésta ya ha fingido (fatal, por cierto, parece más bien que le ha llegado una vaharada de ventosidades de búfala el Himalaya) la violencia de un golpe en la mejilla y un desmayo del copón. Fallos de sincronización como éste, achacables tanto a la penosa profesionalidad del horrible reparto como al desinterés de Fabrizio de Angelis por filmar algo medianamente digno, salpican toda la producción (otro momentazo: cuando Thunder salva al policía de caer por el precicipio, lo deja sin sentido después de palmearle la chepa; luego este guardia, cuya abuela, curiosamente, era india, será la mano salvadora de Thunder cuando se le pongan por corbata…). Esto ocurre no sólo en las peleas: Thunder dispara su lanzagranadas contra la reja tras la que se esconde la caja fuerte del banco y, atención, revienta la caja (de acero, de un grosor enorme, de un espesor impenetrable, a pesar de que esa misma arma sólo podía hacer saltar por los aires el capó delantero de los coches patrulla que le perseguían…) y logra quemar todo lo que contiene ¡¡¡¡sin dañar la reja!!!! Qué gran ojo De Angelis…
Las persecuciones motorizadas no son mejores: no sólo que la policía sea totalmente incompetente para establecer barreras e impedir el paso (Thunder se cuela en todas ellas por unos huecos por los que podría desfilar la Legión con cabra, orquesta y todo), sino que las salidas de la carretera de sus coches, sus choques y sus vueltas de campana, se producen porque sí, sin causa aparente: los coches siguen recto y se van a la cuneta, pierden el control donde es imposible hacerlo o chocan entre sí cuando no hay nada más alrededor en centenares de metros…
El dramatismo de chichinabo, amparado en las presuntas frases trascendentes del abuelo de Thunder (no perderse cuando es asado a la parrilla en el cementerio…), en las loas que recibe del reportero televisivo, y en los risibles monólogos radiofónicos del pinchadiscos, son de lo más patéticos, aunque para patetismo, el ayudante del sheriff: cuando Thunder lo sorprende entre unos matojos en plena noche (la verdad es que en la película, en ese momento, no se ve ni torta) y le dispara tres o cuatro flechas muy bien puestas, este personaje, malo maloso él, no llega a morir, solamente está herido. Pero cuando lo vemos en el jardín de su casa, sentado en una hamaca y tomándose una birra tranquilamente después de que lo han trinchado cual pavo navideño, el tío ¡¡¡¡lleva vendadas las plantas de los pies!!!! ¿No es maravilloso? Eso sí que es sanidad, y no la pública…
Por todas estas razones, y por sus ínfulas de heroísmo épico y trascendente en plan lamentable, Thunder se eleva a la categoría de plasta insufrible, y ocupa ya un lugar de honor entre las mayores bazofias de esta sección.