Los Cronocrímenes nos narra con bastante ingenio la recurrida historia de los viajes al pasado para solucionar el futuro, pero búscando con un meritorio espíritu de innovación dar un nuevo enfoque más profundo y complejo de estas historias basadas en los viajes en el tiempo.
La película cuenta con un sólido guión, cuya lectura no es inmediata, ni mucho menos trivial. Vigalondo nos ofrece una historia con un desarrollo temporal no lineal, que termina por ser un bonito rompecabezas que más de uno no interpretará correctamente, o por lo menos no comprenderá en toda su profundidad.
Únicamente una detenida reflexión posterior nos permite entender bien un argumento en apariencia sencillo pero bastante denso en conceptos que no resultan triviales, como pueden ser las líneas temporales paralelas en las que Los Cronocrímenes se desarrolla, la coexistencia de varios individuos en una misma línea temporal, y ante todo la motivación del protagonista a lo largo de todo el metraje, que en un principio puede parecer algo «cogida con pinzas», pero que en cuanto se entiende bien el guión se ve claramente que es todo lo contrario: los cabos están bastante bien atados.
Por mucho que me quiera dejar llevar por la magia del cine, no puedo evitar comerme el coco con dilemas espacio-temporales, esos dilemas que, inevitablemente, abren algún que otro agujero en la coherencia de esta peli. Preguntas sin resolver y falta de explicación necesaria (no explicación para bebés típica del cine hollywoodiense actual). Total, que el espectador acaba haciéndose de la picha un lío, y con razón. Pero aún así no puedo evitar imaginarme a Vigalondo sentado a las tantas frente a su ordenador, con barba de tres días, y envuelto en humo de porro, sacándole brillo a su historia, apasionado, totalmente volcado con ella. Flipándolo. Y no puedo evitar cierta empatía por él. Y mucha simpatía.
Porque Nacho, a pesar de cometer errores, creó una historia original y diferente. Una de esas que, de vez en cuando, hace falta.