Un escultor ciego obsesionado con la «belleza» de la piel femenina, Michio (Eiji Funakoshi), vive recluido junto a su madre (Noriko Sengoku) en un estudio lleno de reproducciones parciales o totales de mujeres. Decidido a crear su obra magna, secuestra a una bella modelo, Aki (Mako Midori), y la retiene hasta que esta accede a posar para él.
«Blind Beast» existe para echar por tierra ese tópico de que todo el cine romántico necesita estar cargado de azúcar. Bizarra, oscura, perturbadora, onírica por momentos y lisérgica en casi todo su metraje. Dura, cruel, directa y, con todo, asombrosa. Yasuzo Masumura filmó en 1969 la que posiblemente sea su Obra Maestra, una cinta de un realizador que pese a no haber trascendido como otros clásicos del cine japonés, ciertamente poco tiene que envidiarles a bestias sagradas como Kurosawa, Ozu o Mizoguchi.
Masumura, considerado el precursor del cine trasgresor de Tsukamoto o Miike, entre otros, nos narra cómo un artista ciego se obsesiona con el cuerpo de una mujer, hasta el punto de querer tomarla como modelo para realizar su próxima escultura. Lo que empieza como un secuestro por parte del hombre termina siendo una fantasía surrealista totalmente lynchiana en la que nos vemos inmersos pasados los primeros quince minutos. Todo en la obra es trasgresor, presentándosenos apenas tres personajes totalmente desquiciados en una ambientación opresiva y bizarra. Incesto, el amor como acto de degradación y consumición, la búsqueda del placer más puro o la obsesión con un objetivo concreto son algunos de los escabrosos temas que trata «Blind Beast».
Y lo hace de forma honesta y fascinante, sin aburrir ni llegar a ser incomprensible, incluso diría que sin escandalizar. Al menos hasta sus minutos finales, una brutalidad absoluta que cierra el film de forma fría y contundente. Un hachazo directo a la cara del espectador. Olvidaos de Noa o de los pijos esos de Romeo y Julieta. «Blind Beast» es la mejor película romántica de la historia. Y lo es por que no es sólo eso, sino que podría considerarse algo así como «La chaqueta metálica» del cine romántico. Cine extremo, no apto para todos los paladares, pero que disfrutará cualquiera con la mente suficientemente abierta como para apreciar las propuestas que escapan de las fórmulas preconcebidas.