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El guerrero rojo (1985), dirigida por Richard Fleischer, es un exponente atípico de la corriente de cine fantástico y de espada y brujería que proliferó en los años ochenta, un subgénero marcado por su mezcla de mitologías prestadas, estilizaciones kitsch y una estética deliberadamente camp. Sin embargo, esta obra, más que destacar como una reinterpretación mítica o como una epopeya visual, se convierte en un ejercicio narrativo confuso y derivativo que subestima la inteligencia de su público, sacrificando cualquier profundidad dramática en aras de una superficialidad ostentosa.
Protagonizada por Brigitte Nielsen como Red Sonja, el film se presenta como un intento de empoderar a una heroína en un universo dominado por figuras masculinas hiperbólicas como Conan, encarnado por Arnold Schwarzenegger (aunque aquí bajo otro nombre debido a cuestiones legales). Pero la película, irónicamente, cae en contradicciones flagrantes al sustentar el viaje de su protagonista en una dependencia constante de aliados masculinos, diluyendo así el impacto de su supuesto mensaje de autonomía.
El guion, escrito por Clive Exton y George MacDonald Fraser, es una amalgama torpe de clichés y escenas expositivas mal ensambladas que no logra generar ninguna conexión emocional o tensión narrativa. Los personajes, más que humanos, son arquetipos desgastados y caricaturescos: la villana Gedren (Sandahl Bergman) es un despliegue de maldad unidimensional, mientras que los secundarios son relegados al puro utilitarismo en la trama.
Visualmente, el guerrero rojo intenta evocar un mundo de fantasía épica, pero sus limitaciones presupuestarias y decisiones de diseño terminan produciendo escenarios y vestuarios que oscilan entre lo anodino y lo risible. El uso de colores chillones y texturas brillantes, lejos de añadir profundidad estética, contribuyen a una sensación de artificialidad que contrasta desfavorablemente con obras contemporáneas como conan el bárbaro (1982), la cual ofrecía una atmósfera cruda y tangible.
En cuanto a la dirección de Fleischer, sorprende por su falta de inventiva. Este cineasta, responsable de clásicos como 20,000 leguas de viaje submarino (1954), aquí parece operar en piloto automático, con una puesta en escena rutinaria y secuencias de acción mecánicas que carecen de dinamismo o tensión real.
En última instancia, el guerrero rojo es un ejemplo de cómo la superficialidad puede convertirse en el peor enemigo de un relato fantástico. Más allá de sus obvias deficiencias técnicas y narrativas, lo que verdaderamente decepciona es su incapacidad para aprovechar el potencial del material base. Red Sonja, como personaje de los cómics de Robert E. Howard (a través de las reinterpretaciones de Roy Thomas y Barry Windsor-Smith), tenía los cimientos para ser una figura icónica del cine. Sin embargo, este largometraje la reduce a una figura plana, desprovista de la ferocidad y complejidad que merece.
La obra, más que una odisea épica, termina siendo un ejemplo paradigmático de cómo no trasladar a la pantalla un universo mítico. En su fracaso, sin embargo, revela algo sobre los peligros de abordar lo fantástico sin un auténtico compromiso con la imaginación y la narrativa, dejando un legado que, si bien no es glorioso, resulta fascinante como artefacto cultural de su tiempo.