En los años 80 el cine italiano aún intentaba combatir, de manera desigual, contra el rodillo cinematográfico estadounidense. Instinto de supervivencia de una industria longeva, que se inició en los albores del cine, ya en el cine mudo y que tuvo sus años de gloria en los años 50 y 60, con los estudios de Cinecittà como su enseña. Atentos a la demanda de los espectadores, descubrieron y aprovecharon en los años 80 tres subgéneros – el cine «bárbaro» , el de «Rambo» y el «post-apocalíptico» – infestando el mercado de productos de imitación de las originales – Conan, Acorralado y Mad Max II- pero de baja calidad fílmica, pocos medios, menos ideas y cuyo destino serían las estanterías de los videoclubs, donde los adolescentes picarían y alquilarían esas cintas, apoyadas en unas prometedoras carátulas.
El Exterminador de la carretera más bien extermina poco. Y principalmente en los caminos polvorientos de los paisajes almerienses. Poco asfalto se ve. Toma referencias de los dos filmes iniciales de Mad Max, con unos iniciales patrulleros rarunos, una banda de forajidos que parecen una copia cutre-salchichera de las hordas del Hummungus de Mad Max II, una tierra prohibida y unos civiles pacíficos que precisan de ayuda, todo ello en un paisaje desértico y sin gota de agua. Si en Mad Max II la lucha era por el petróleo, en este filme el objeto de codicia es el agua. Sin agua no hay vida ni desarrollo.
Aunque barata, con actores de pena y personajes pésimamente definidos- un cliché manido tras otro -, hay que destacar el esfuerzo en el guión – al menos nos presenta una historia – en la escenografía y vestuario, con un diseño de vehículos más que aceptable. También las escenas de persecución automovilística están bien rodadas y resultan espectaculares, para el producto en el que se encuentran. Muy profesional. Es un filme italiano como tantos de aquellos años, no es aburrido, hay numerosas escenas de acción y tienen su cierto encanto, junto a un aroma a programa doble, cines de barrio y tardes en el video-club.