Supergirl desnuda poder
Supergirl: la caída de la mujer de acero y el naufragio del blockbuster superheroico
Hace cuatro décadas, Supergirl (1984) aterrizaba en las pantallas como una promesa que se desmoronaría rápidamente en un cúmulo de despropósitos estilísticos y narrativos. Este intento de extender el universo del Superman de Richard Donner, bajo la dirección de Jeannot Szwarc, es una obra que, aunque no carente de cierto candor y honestidad, termina naufragando en un mar de convencionalismos y de un tono ingenuo (naif) que desvirtúa las posibilidades heroicas y mitológicas que su premisa ofrecía.
La película, protagonizada por una jovencísima Helen Slater como Kara Zor-El, pretendía replicar la fórmula que había catapultado a Christopher Reeve a la inmortalidad cinematográfica: un rostro desconocido para el rol principal, secundado por intérpretes de prestigio como la oscarizada Faye Dunaway, aquí en un papel caricaturesco como la villana Selena. No obstante, donde las dos primeras entregas de Superman lograron construir un equilibrio entre la solemnidad de la epopeya moderna y el entretenimiento ligero, Supergirl se tambalea, víctima de un guion que trivializa la profundidad potencial de su heroína, ofreciendo un relato más propio de un melodrama fantástico que de un auténtico mito contemporáneo.
El lastre de un estilo desvirtuado
Si el Superman de Donner se alzó como un símil cinematográfico del poema épico, con ecos que recuerdan a la Eneida de Virgilio en su narración del héroe exiliado que encuentra su destino en un mundo nuevo, Supergirl opta por un tono más pueril, casi de cuento infantil, que no hace justicia a la potencia narrativa de Kara Zor-El. En lugar de explorar la dimensión trágica y resiliente de una sobreviviente del holocausto kryptoniano, la película se conforma con un relato de enfrentamiento simplista que diluye la carga emocional y mitológica que podría haber tenido.
Es inevitable comparar esta cinta con el retrato heroico y solemne de las primeras películas de Reeve. Donner, influido por los ideales de Joseph Campbell y la estructura del monomito, ofreció en Superman (1978) una historia de transformación y sacrificio que resonó con la épica clásica. En cambio, Supergirl apenas roza esta profundidad, sumergiéndose en una narrativa episódica y superficial que la acerca más a una versión diluida de la serie He-Man y los amos del universo que a una digna continuación del legado de los El.
La advertencia de un fracaso
El contexto de producción no favoreció a Supergirl: nacida como un intento desesperado por revitalizar una franquicia tambaleante tras el fiasco de Superman III (1983), la cinta se convirtió en un símbolo del desinterés de Hollywood por las historias protagonizadas por mujeres. A pesar de ello, posee destellos de una fantasía desbordada que, aunque torpe, resulta más entretenida que muchas de las superproducciones modernas, demasiado obsesionadas con lo grandilocuente para cultivar el alma de sus personajes.
Supergirl desnuda poder
El fracaso comercial y crítico de Supergirl se usó durante décadas como argumento para evitar el protagonismo femenino en blockbusters, reforzando un prejuicio estructural que no comenzó a desmantelarse hasta el éxito de Wonder Woman (2017). Este paralelismo resulta amargo: mientras que los personajes masculinos podían fallar repetidamente sin consecuencias para sus franquicias, los femeninos eran juzgados con una severidad que bordeaba lo punitivo, condenando su representación a un limbo narrativo.
El futuro incierto
Hoy, mientras James Gunn perfila su renovado universo DC, queda por ver si Kara Zor-El recibirá el tratamiento que merece, no como un subproducto menor del legado de Superman, sino como un símbolo de fortaleza y resiliencia. La historia reciente del cine, desde Wonder Woman hasta Black Panther, demuestra que los mitos aún pueden ser contados con fuerza y frescura cuando se les aborda con la seriedad y el respeto que merecen.
En retrospectiva, Supergirl puede considerarse un fascinante eslabón perdido: una obra fallida, pero entrañable, que anticipa los conflictos de identidad y representación que el cine de superhéroes aún lucha por resolver. A pesar de sus carencias, posee una cualidad casi arqueológica: un reflejo de los temores y limitaciones de una industria que, cuarenta años después, todavía busca equilibrar la balanza entre lo que es y lo que podría llegar a ser.
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