Silverado (1985): El ocaso del mito y la resurrección del western en clave posmoderna

Silverado (1985): El renacer del western bajo la mirada pop de los ochenta

El año 1985 fue un punto de inflexión para el western, un género que parecía desvanecerse en la memoria cinéfila, devorado por el auge del cine de acción, el thriller y la ciencia ficción. Sin embargo, dos películas consiguieron revitalizarlo y devolverlo a la gran pantalla con una nueva energía: El jinete pálido de Clint Eastwood y Silverado de Lawrence Kasdan. Esta última, lejos de ser un mero homenaje al western clásico, se erige como una fusión entre la solemnidad de John Ford y la exuberancia pop del cine ochentero, logrando lo que podría considerarse el primer western de acción de la historia moderna.

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Kasdan, guionista de obras monumentales como El imperio contraataca y En busca del arca perdida, llevó su narrativa ágil y su sentido del espectáculo a un western que, sin traicionar las esencias del género, las actualizaba con un dinamismo inédito hasta el momento. Silverado no es simplemente una revisión nostálgica de los cánones del Oeste, sino una relectura vibrante donde las puertas batientes de los salones aún crujen con la elegancia de Ford, pero donde los duelos y tiroteos adquieren un ritmo vertiginoso, casi coreográfico, propio del cine de acción de los ochenta.

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La historia sigue a cuatro forasteros que, por diversas circunstancias, terminan cruzando sus caminos en el pueblo de Silverado, donde las luchas de poder, la corrupción y la venganza los empujarán a unirse. Aquí, Kasdan toma la esencia de Los siete magníficos de John Sturges, reduciéndola a cuatro figuras que condensan los arquetipos del western clásico, pero dotándolos de una profundidad psicológica y un carisma moderno que los hace inolvidables. Scott Glenn encarna la imperturbabilidad del vaquero curtido por la vida, Kevin Kline aporta una ambigüedad moral que recuerda a los antihéroes más icónicos del género, Danny Glover representa la justicia con una intensidad conmovedora, y un jovencísimo Kevin Costner irrumpe con un entusiasmo desbordante que lo convertiría en una estrella de la década siguiente.

A esta galería de protagonistas se suman figuras secundarias que enriquecen la narración: Brian Dennehy, en la piel de un villano de múltiples matices; Rosanna Arquette, otorgando sensibilidad a la historia sin caer en el rol de simple damisela en apuros; Linda Hunt, con su inigualable presencia escénica; y Jeff Goldblum, cuya magnética excentricidad añade un matiz inesperado al conjunto. El reparto, un desfile de talento icónico de los ochenta, refuerza la sensación de que Silverado es tanto una celebración del western como una radiografía de su tiempo.

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Desde el punto de vista artístico y técnico, la película brilla con una fotografía en Cinemascope a cargo de John Bailey, que captura con maestría los vastos paisajes del Oeste, llenándolos de una calidez dorada que evoca las pinturas de Frederic Remington. La banda sonora de Bruce Broughton, con su grandilocuencia orquestal, no solo rinde tributo a las composiciones de Elmer Bernstein y Dimitri Tiomkin, sino que dota a la película de una identidad propia, elevando la épica y la emotividad de cada secuencia.

Más de tres décadas después de su estreno, Silverado se erige como un clásico del western moderno, una obra que ha ganado en prestigio con el tiempo y que hoy se disfruta más que nunca. Su energía lúdica, su respeto por la tradición sin miedo a innovar y su elenco brillante la convierten en una joya cinematográfica que, como las mejores historias del Oeste, resiste el paso del tiempo con la misma firmeza que sus heroicos protagonistas. En un género donde el crepúsculo suele teñir el horizonte, Silverado sigue brillando con luz propia, demostrando que, en el cine, las grandes leyendas nunca mueren.

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