En marzo de 2012, cuando John Carter se estrenó, el mundo experimentaba una serie de acontecimientos trascendentales. La crisis en Siria alcanzaba niveles alarmantes con decenas de miles de víctimas, mientras que Egipto vivía la condena del expresidente Hosni Mubarak. La NASA celebraba la llegada del rover Curiosity a Marte, en un hito para la exploración espacial. En el ámbito cultural, fallecían figuras como Ray Bradbury y Neil Armstrong. Además, Disney aún no había adquirido Lucasfilm, lo que afectó la estrategia de promoción de la película.

John Carter: el ocaso de una epopeya jamás contada
Existen películas que fracasan con dignidad, aquellas que, a pesar de su destino trágico en taquilla, encuentran refugio en el tiempo, reconfiguradas en su narrativa hasta convertirse en piezas de culto. John Carter (2012), sin embargo, es un fracaso que nunca logró resignificarse del todo. Su caída no fue solo la de un filme, sino la de una filosofía de producción que Disney intentó sostener hasta que la realidad del mercado la pulverizó. En su esencia, John Carter es el reflejo de un Hollywood en transición, atrapado entre el peso de la historia y la voracidad de una industria en la que la nostalgia ya no basta.

La película se estrenó en un 2012 peculiar, un año en el que Disney aún no había consolidado su dominio absoluto sobre las franquicias de entretenimiento. Marvel estaba en ascenso con Los Vengadores, y la compra de Star Wars aún no se concretaba. En ese espacio intermedio, John Carter se concibió como la gran respuesta de Disney a la ciencia ficción épica: una producción colosal basada en la mitología de Edgar Rice Burroughs, que paradójicamente había inspirado las mismas sagas que ahora la eclipsaban. Su fracaso fue, por tanto, casi metafísico: una película que llegaba demasiado tarde, narrando una historia que la cultura popular ya había asimilado por otros medios.

Pero John Carter no solo erró en su llegada, sino en su lenguaje. En una década marcada por la necesidad de inmediatez, por la ironía como escudo narrativo y la hiperconectividad como forma de consumo, la película se presentaba con un tono serio, con un protagonista melancólico y una estructura narrativa que exigía paciencia. Su solemnidad la hizo parecer anacrónica; en un Hollywood post-Iron Man, post-Avatar, y a las puertas de la explosión de los universos cinematográficos, John Carter no ofrecía un lugar claro para el espectador.
A nivel sensorial, la cinta juega con una paleta de colores árida, casi crepuscular, en la que los tonos ocres de Barsoom evocan una melancolía propia de un western en el que la grandeza de un mundo agoniza. Su protagonista, interpretado por Taylor Kitsch, encarna esa misma sensación: la de un forastero atrapado en una historia que, al igual que la película, parece condenada al olvido. Andrew Stanton, en su salto del mundo de Pixar al cine de acción real, concibió la cinta con la meticulosidad de un demiurgo visual, pero sin la energía arrolladora que el género demandaba en aquella época.

El fracaso de John Carter no fue solo económico, sino simbólico. Para Disney, representó el fin de una era de proyectos grandilocuentes y riesgos inciertos. Su pérdida de más de 200 millones de dólares consolidó una nueva dirección en la compañía, marcada por la adquisición de franquicias en lugar de la construcción de nuevas mitologías. Si Piratas del Caribe había demostrado que Disney podía moldear su propio universo cinematográfico, John Carter sentenció que el futuro no estaba en la creación, sino en la expansión de lo ya conocido.
Con el paso del tiempo, la película ha sido revisitada y, en algunos círculos, reivindicada. Sin embargo, sigue siendo un eco de lo que pudo haber sido y no fue: una epopeya sin linaje, un fracaso sin redención. No es que John Carter no encontrara su público, sino que su público ya había encontrado sus propias epopeyas en otras sagas, dejando a la película suspendida en una paradoja cruel: la de ser pionera y epígona a la vez, la de ser la base de un género que, en el momento de su estreno, ya no la necesitaba.

Causas, penas y bondades terraqueas
El fracaso comercial de John Carter (2012) ha sido objeto de numerosos análisis desde su estreno. A pesar de contar con un presupuesto de aproximadamente $250 millones, la película apenas recaudó $284 millones en todo el mundo, lo que la convirtió en uno de los mayores descalabros financieros de Disney. Sin embargo, su rendimiento en taquilla no fue solo resultado de una mala película, sino de una combinación de factores que incluyeron errores de marketing, expectativas poco claras y un contexto cinematográfico adverso.
Factores del fracaso comercial
- Marketing deficiente: Disney no supo vender John Carter al público moderno. La promoción de la película fue confusa, omitiendo referencias clave como “de Marte” en el título y evitando enfatizar su relación con la ciencia ficción clásica. Esto llevó a que el público general no entendiera bien de qué trataba la historia, y muchos asumieron que era un blockbuster genérico sin identidad propia.
- Competencia y fatiga del género: En 2012, el cine de ciencia ficción y aventuras ya estaba dominado por franquicias establecidas como Star Wars, Los Vengadores y Avatar. Para una audiencia que ya había asimilado elementos de John Carter en otras películas, el film de Andrew Stanton no ofrecía una novedad significativa.
- Costos inflados: La película tuvo un presupuesto exorbitante debido a problemas en la producción y la costosa recreación digital de Barsoom. Para que fuera rentable, necesitaba superar los $600 millones, una meta inalcanzable sin una sólida campaña de marketing.
- Falta de una base de fans moderna: Aunque las novelas de Edgar Rice Burroughs fueron revolucionarias en su tiempo, no contaban con un fandom activo en 2012 que impulsara el interés. A diferencia de sagas como El Señor de los Anillos o Harry Potter, John Carter no tenía un grupo masivo de seguidores esperando su adaptación.

Bondades de la película
A pesar de su fracaso financiero, John Carter posee virtudes notables:
- Una ambientación visual impresionante, con una representación de Barsoom rica y detallada, que mezcla el western con la ciencia ficción.
- Un tono épico y clásico, evocando la narrativa pulp de Burroughs sin convertir la historia en un simple festival de efectos digitales.
- Una banda sonora destacada, con Michael Giacchino entregando una partitura que eleva los momentos de mayor intensidad dramática.
- Homenajes al cine de aventuras, con referencias a Centauros del desierto y el cine clásico de exploración.

Errores en la puesta en escena
El principal problema de John Carter no radicó en su historia, sino en su tono y ejecución:
- Dificultad para equilibrar la épica con el entretenimiento: El film no supo encontrar el punto medio entre ser un producto accesible para el gran público y una adaptación fiel a su material de origen. El exceso de seriedad pudo haber alienado a quienes esperaban una aventura más ligera.
- Un protagonista sin carisma suficiente: Taylor Kitsch, aunque competente, no logró dotar a John Carter del magnetismo necesario para convertirlo en un héroe icónico. Su interpretación se siente fría en momentos en los que se necesitaba mayor expresividad.
- Pérdida del tono original de las novelas: Disney eliminó la sensualidad y crudeza presentes en la saga de Burroughs, reduciendo el impacto de la historia y haciéndola parecer más genérica de lo que realmente es.

¿Cómo pudo haberse salvado?
Si Disney hubiera manejado mejor la promoción y el tono de John Carter, su destino habría sido diferente. Posibles soluciones habrían sido:
- Una estrategia de marketing más clara, enfatizando la conexión con Star Wars y la influencia de Burroughs en la ciencia ficción moderna.
- Un casting más impactante, con un protagonista de mayor carisma o un director con un enfoque más atrevido, como George Miller o Ridley Scott.
- Un enfoque más adulto, aprovechando el material original en lugar de suavizarlo para hacerlo más familiar.
A más de una década de su estreno, John Carter es cada vez más reivindicada, y algunos la consideran una película adelantada a su tiempo. Quizá en el futuro, Barsoom tenga una nueva oportunidad en la gran pantalla.

John Carter: el regreso del pionero
Ha sido necesario un siglo para que el héroe original de Marte, John Carter, encontrara su lugar en la gran pantalla de manera contundente y con los recursos adecuados para plasmar su vasto universo. A lo largo de estas décadas, la impronta de su mitología ha permeado numerosas adaptaciones y sagas de la ciencia ficción, pero hasta el estreno de John Carter (2012), dirigida por Andrew Stanton, nunca se había hecho justicia cinematográfica al personaje ideado por Edgar Rice Burroughs.
Burroughs, el mismo visionario que dio vida a Tarzán, es sin duda uno de los padres fundadores de la ciencia ficción fantástica moderna. Su serie de Barsoom sentó las bases para la construcción de mundos exóticos, razas alienígenas y mitologías propias, configurando un modelo que inspiraría a generaciones de escritores y cineastas. Sin su legado, sería difícil concebir la obra de autores como Robert E. Howard, cuyo Almuric resuena con ecos de John Carter, o Michael Moorcock, quien dio sus primeros pasos literarios en un fanzine dedicado a prolongar el estilo narrativo de Burroughs.

Más allá del ámbito literario, la influencia de Barsoom se extendió a otros íconos de la cultura popular. Flash Gordon y Buck Rogers, pioneros del serial cinematográfico y la historieta, bebieron del arquetipo aventurero forjado por Burroughs. Con ellos, la estela de John Carter alcanzó la saga más emblemática de la ciencia ficción cinematográfica: Star Wars. George Lucas no ocultó nunca su deuda con la serie marciana, y es paradójico que, con el paso del tiempo, el propio John Carter haya terminado asimilando los códigos visuales y narrativos de la franquicia galáctica, generando una relación de influencia recíproca.
Una epopeya atrapada en el tiempo
La película de Stanton logra un equilibrio entre fidelidad a la obra original y adaptación a la sensibilidad contemporánea. Sin embargo, su estreno en 2012 se vio ensombrecido por un contexto adverso. Disney, en un periodo de transición y antes de consolidar su dominio sobre Star Wars y Marvel, optó por una estrategia promocional errática que no supo comunicar la relevancia de John Carter dentro del género. La cinta, con un presupuesto considerable, fracasó en taquilla y se convirtió en uno de los mayores descalabros financieros de la compañía, eclipsando sus logros técnicos y artísticos.

A pesar de ello, el film ofrece un espectáculo visual de primer nivel, con una cuidada recreación de Barsoom y una estética que remite tanto al western clásico como a la space opera. La impronta de la animación digital de Pixar, con Stanton como su artífice, dota a la película de una solidez narrativa inusual en el cine de aventuras contemporáneo. Michael Giacchino, con su partitura, refuerza la épica del relato, otorgándole un aire de clasicismo que la acerca a los grandes referentes del género.
No obstante, la adaptación de Disney suaviza ciertos aspectos esenciales de la novela. La crudeza y sensualidad presentes en la obra de Burroughs se diluyen en favor de una aproximación más accesible, propia del sello de la compañía. Uno no puede evitar preguntarse qué habría sucedido si un director con una sensibilidad más cercana al salvajismo literario de la saga, como John Milius en su época dorada, hubiera asumido el proyecto. Sin embargo, la realidad del cine moderno impone otras normas, y lo que se nos ofrece es una reinterpretación que dialoga con las sensibilidades actuales.

El lugar de John Carter en la historia
A día de hoy, John Carter ha comenzado a experimentar una revalorización. Al igual que ocurrió con Avatar, su recepción inicial fue dispar, pero el tiempo ha permitido una apreciación más justa de su alcance y méritos. Lejos de ser un simple espectáculo palomitero, la película encierra un meticuloso trabajo de world-building y una serie de homenajes que la vinculan con el cine de aventuras clásico. Desde los ecos de Centauros del desierto hasta las reminiscencias del cine de piratas, la cinta de Stanton se inscribe en una tradición cinematográfica que trasciende el mero entretenimiento.
Si bien John Carter no alcanzó el reconocimiento inmediato que su historia merecía, su legado se mantiene intacto. Es posible que el cine no haya sido justo con el héroe marciano en su primer gran intento de conquistar la pantalla, pero, como ha demostrado el paso del tiempo, la mitología de Barsoom sigue viva en el imaginario colectivo. Y quizá, en algún futuro, John Carter encuentre su verdadera redención cinematográfica.