Una joven norteamericana encuentra trabajo en Londres como secretaria personal de una dama inglesa, cuyo hijo es un hombre enigmático con una profunda cicatriz en la cara. El encuentro con este personaje será el comienzo de una terrible pesadilla.
Probablemente las cualidades pedagógicas de Nina Foch estuvieran por encima de las artísticas, dado el número de años dedicado a las enseñanzas cinematográficas, tantos que, bien podría decirse que murió «con las botas puestas». Actriz básicamente de reparto, estamos ante uno de sus escasos papeles protagonistas, de la mano de Joseph H. Lewis con quien volvería a trabajar de forma algo anodina y poco lucida en Relato Criminal. Pero aquí, en Mi nombre es Julia Ross, ella es la auténtica star, bien acompañada por Dame May Whitty (Alarma en el expreso, Alfred Hitchcock) y por el semidesconocido George Macready (Gilda, Charles Vidor), madre e hijo en la ficción.
Y haciendo referencia al reconocido universalmente como maestro del suspense, tal vez resulte osado por mi parte aventurar algunas coincidencias entre este film de Lewis y la filmografía de Hitchcock. Tal vez no alcancen siquiera la categoría de casualidades pero me pareció ver algo de la enfermedad del hijo y ficticio marido de Julia Ross en las Psicosis de Norman e incluso ciertos detalles pueden asociarse con la trama tejida alrededor del invisible mister Kaplan de Con la muerte en los talones. La agencia de colocación que «desaparece» mas que colocar, nos descoloca lo mismo que aquella mansión señorial donde Cary Grant se tomaba unas cuantas copichuelas. Son pequeños atisbos. ¿Copias? No me atrevería a decir tanto. Tal vez sean simple y llanamente influencias que se tienen en el mundo del celuloide.
Como habrán deducido, suspense hay. Y es bueno. Lo suficientemente bueno para mantenernos frente a la pantalla plenamente alertas durante los breves 65 minutos que dura la proyección. También hay sus inconsistencias y algún que otro detalle del guión que no soportaría un examen siquiera somero. Pero como de lo que se trata es de entretenernos y esto se consigue plenamente, damos por buenas las lagunillas. Nina Foch me convenció. La fotografía muy interesante. Y en conjunto, un notable trabajo de un buen director del que, sin duda, seguiré repasando su filmografía.