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El arte siempre debe vivir en su propia geografía y no ser un reflejo de la realidad. Van Gogh no quería imitar un cielo estrellado sino crear uno distinto que no existiese en la naturaleza al igual que la octava de Bethoven no imita el canto de un ave sino que crea un canto nuevo y único y es ahí, donde Robert Clouse y Bruce Lee dan en la diana con la película de artes marciales más famosa de la historia.

Operación Dragón ocurre en una isla simbólica alejada del mundo real y es en ese lugar donde la realidad se transforma en Van Gogh. En la isla de Han los colores no son como en el resto del mundo, el sonido tampoco es como en el resto y la gente ni mira ni habla ni gesticula como en el resto del mundo. Y así en ‘Operación Dragón’ se crea un rincón inedito donde las artes marciales son el flujo sensorial donde todo se desliza ante el espectador. Las miradas de Bruce Lee, el sonido de sus puños al rozar el aire, el sonido de sus golpes o el sonido de su voz alcanzan el extremo de lo irreal para crear esa propia realidad llamada ‘Operación dragón’. La escena final nos deja a Lee rompiendo la ficción de los reflejos de varios espejos para acabar con el enemigo real, al igual que ‘Operación Dragón’ rompe cualquier otra ficción anterior para coronarse como obra cumbre de su propio universo.

Decir que ‘Operación Dragón’ no es una buena película es fácil, solo hay que abrir la boca o pulsar unas teclas pero demostrarlo ya no es tarea tan fácil porque esta película no falla en el terreno técnico, ni siquiera lo hace en el actoral, su música es un clásico que no se puede menospreciar y el apartado artístico del filme también roza a gran altura. Quizás algún erudito nos pueda hablar de su guión argumentando que no hay fondo ni mensaje pero es que, nadie busca fondo ni mensaje en esta película a excepción de algún perdido que no se ha enterado que ha entrado dentro de los límites de la isla de Han donde lo real y lo cotidiano no tienen cabida ya que allí como hemos dicho habitan luchadores negros con pelo afro junto a norteamericanos con peluca y también nos encontramos a luchadores asíaticos con los pectorales casi tan grande como los pechos desnudos de las damas de la función y todos bajo la atenta mirada del mito que hizo de las artes marciales una disciplina cinematográfica.

Lo dicho, única e irrepetible