Puntuación: 10
Laura pertenece a ese grupo de obras misteriosas donde gracias a la pluralidad de trabajo que necesita un film, se produce el milagro de gestar una obra única e inclasificable a la cual no se le debe otorgar un padre y un género porque el género es ella misma, y el padre el fenómeno de una conjunción irrepetible.
Ya pudimos ver como también Casablanca es una de esas obra donde \»no hay autor\» y por ende, no hay etiqueta posible. Laura se hermana con esta de igual forma y estamos ante una película que flota inerte por los caminos del misterio, del cine negro y del romanticismo más extremo y aunque Laura si que tiene clara la figura de Otto Preminger como director, no es menos cierto que los 10 días de rodaje de Rouben Mamoulian hasta su sustitución, marcan de una forma única el resultado final el cual también debe ir unido de forma directa tanto a las líneas de diálogo de la adaptación de la novela original, como a la propia novela, como a la fotografía etérea en Blanco y Negro de Joseph LaSelle.
De este modo, Laura no es un trabajo que podamos vincular de forma automática a un creador como por ejemplo ocurre con las obras de John Ford o Alfred Hitchcock, ya que aunque Preminger tiene fuerza suficiente para ser identificado en fragmentos, el conjunto es algo más que le otorga esa aura sin L de obra clásica, genial y obra maestra sin más.
Laura nació de forma más bien prosaica, a base de audacias, improvisaciones y remiendos. El proyecto dio sus primeros pasos en la esfera de los filmes de serie B de la 20th Century Fox, es decir, sin excesivas ambiciones, pero todo, incluso los comienzos de su gestación, tiene en esta asombrosa película algo de mágico. De ahí que la historia de su rodaje, que más bien fue una carrera de obstáculos, sea tan extraordinaria como la propia cinta, donde todo el mundo rehusaba bruscamente por participar en el proyecto: desde Lewis Milestone y Walter Lang, pasando por realizadores de corte artesanal, como John Brahm y Rouben Mamoulian, un sofisticado cineasta cuya carrera había conocido tiempos mejores y que al final se lanzó a iniciar el proyecto.
Pero, una vez iniciado el rodaje, la productora volvió a complicar más el asunto hasta que al final, la producción cayó en manos de un tipo austriaco llamado Otto Preminguer que no se amilanó ante dicho proyecto; hombre cuya sensibilidad vienesa nos regaló algunas obras maestras como Cara de ángel o Anatomía de un asesinato.
La película tenía un guión y poco más. El argumento lo había escrito uno de los guionistas a sueldo de la casa, Jay Dratler, tomando como inspiración una novela de Vera Caspary, Ring twice for Laura, y publicada en España por la espléndida colección Club del Misterio de la editorial Bruguera titulada Laura. Preminguer encargó al poeta Samuel Hoffenstein la ingente tarea de convertir en un buen guión el discreto libreto de Dratler. Luego se le añadió el nombre de Ring Lardner, que reescribió los diálogos. Laura es un filme elegante y misterioso. Cuenta con una trama llena de giros inesperados, sorpresas, sospechosos, nuevas pruebas y revelaciones inusitadas. El periodista acaudalado Waldo Lydecker (Clifton Webb) se enamora de una joven llamada Laura (Gene Tierney) tan completamente que su pasión le vuelve posesivo. Muy poco después de contraer matrimonio con un joven y atractivo conquistador Shelby Carpenter (Vicent Price), Laura aparece asesinada. Conmovido por la belleza de su retrato y las encendidas evocaciones de sus admiradores, el detective encargado del caso Mark McPhenson (Dana Andrews) quedará a su vez irresistiblemente embrujado por la figura de la joven muerta.
La película sigue los pasos de la investigación que lleva a cabo el detective para aclarar la desaparición de una mujer de gran belleza. Su rostro, que admiramos en todo momento gracias a la presencia obsesiva de un cuadro, quedó destrozado por el disparo a quemarropa de una escopeta de dos cañones. La víctima había sido convertida en figura idolatrada gracias a los esfuerzos del refinado y cáustico crítico teatral, Waldo Lydecker, que hizo de una muchacha ingenua y nada excepcional el ilusorio objeto de su deseo. McPherson, impotente, observa cómo esta borrosa cara cobra vida ante él por el poder de evocación apasionado del cultivado pigmalión que la amó desde la distancia, bajo la forma de una criatura bella, esquiva y exquisita. Hasta el extremo se deja llevar el detective por tal ilusión, que acaba hechizado por una mujer a la que cree muerta, se enamora de la fantasía etérea creada por su imaginación hasta que está, reaparece ante nosotros…
Pero, de forma paralela a ese popurrí tan bien compuesto de thriller, cine romántico y noir, vemos cómo el film es también una obra cosmopolita donde se ve reflejado de forma perfecta el Nueva York de la época y más concretamente, ese sector donde los grandes pensadores y artistas del momento moldean la que acabaría siendo la capital del mundo. Ese submundo real de plumas y pensadores, es expuesto al público de una forma explícita para lo que era su tiempo. La maldad, las envidias, el odio e incluso algo tabú por entonces como la tendencia sexual homosexual, se ven de forma clara en una obra tan moderna y atípica ahora, como en el día de su estreno.
Así pues, Laura es uno de esos fragmentos aislados de la historia del cine que no guardan parentesco con nada. Es una obra tan personal que no tiene persona concreta que la represente. Es cine negro, pasión y fantasía, son diálogos y personajes para el recuerdo. Laura es una atmósfera onírica y poesía sin igual unida a una aparente sencillez narrativa que consigue que pueda ser devorada como un suspiro.
“todavía recuerdo el fin de semana en que murió Laura”. Así empieza una de las grandes obras maestras del cine.
Gene Tierney en mitos eróticos del cine
Por supuesto, no podíamos despedirnos de Laura sin nombrar a la actriz que la hizo real. Hablamos de Gene Tierney, una de las grandes divas del cine negro de los 40 y por supuesto uno de los grandes mitos eróticos del cine ya que estamos hablando sin lugar a dudas, de uno de los rostros y uno de los cuerpos más bellos y perfectos de su época. Gene Tierney quizás no tenga la leyenda de algunas de sus contemporáneas pero si alguien ve Laura o cualquier otro de sus films, rápidamente quedará atrapado por la ternura y dureza de un rostro único e irrepetible.