‘Anora’ y Mikey Madison: lo desnudo y lo erótico en el Oscar 2025

Mikey Madison desnuda en Anora

Premios Oscar 2025: Anora gana el premio a mejor película y le da el triunfo al cine indie con cinco estatuillas
Adrien Brody se hizo con el Oscar a mejor actor y Mikey Madison dio la sorpresa arrebatando la estatuilla a Demi More y a Karla Sofía Gascón, que vio desde el patio de butacas la debacle de Emilia Pérez

Los Premios Oscar 2025, los más inciertos de últimos años, fueron también los más repartidos, los más divertidos (buen trabajo el de Conan O’Brien) y, pese a la declarada agenda anti-Trump de la mayoría de las películas nominadas, los menos políticos. O eso parecía hasta que sobre el escenario aparecieron Basel Adra y Yuval Abraham.

Anora, 5 Oscar…
Y la prioridad era Sean Baker, antes incluso que su película Anora. Para él, en persona, fueron hasta cuatro estatuillas. Suyo es el guion, suyo el montaje, suya la dirección, obviamente, y suya de manera radical –por forma, argumento y universo que habita– la película que se convirtió en la protagonista de la noche. Cuando, contra todo pronóstico, Mikey Madison fue nombrada además como mejor actriz del año por encima del mito Demi Moore y de la mismísima Karla Sofía Gascón, ya no hubo vuelta atrás. La Academia se rendía al riesgo, la verdad y hasta la cruda realidad. En verdad, casi todo lo que ganó Anora, que por número de candidaturas apenas figuraba en el sexto puesto de las favoritas, lo ganó Baker en primerísima persona. Y justo es que así fuera. Desde que se hizo con la Palma de Oro en el último festival de Cannes, la propuesta más ambiciosa de un director que ha retratado como ningún otro y con toda su crudeza, además de ternura, el rostro más agrio del sueño americano estaba destinada a protagonizar el año. Y así ha sido.

Hollywood ha premiado de esta manera muchas cosas. Y todas buenas. Primero, la carrera entera de un cineasta que desde Prince Of Broadway (2008) ha dedicado una vida entera a mirar donde generalmente falta la luz. Así fue en Starlet (2012), en Tangerine (2015), en The Florida Project (2017), en Red Rocket (2021) y ahora en Anora. Anora, si se quiere, es un cuento conocido: Cenicienta. Una borrachera lleva a otra, una fiesta a la siguiente y así hasta una boda de desenfreno en Las Vegas entre una trabajadora sexual (Mickey Madison) y un rico heredero de la mafia rusa (Mark Eydelshteyn). Luego viene la realidad y con ella, los padres del chaval dispuestos a acabar con el propio cuento. Es Cenicienta, pero del revés. En efecto, Anora es simplemente un cuento que desnuda, en sentido literal y figurado, su propia condición de cuento ante los ojos del espectador. La estrategia no es otra que leer del revés los lugares comunes que, a su modo, dibujan la parte más conformista de la mirada, el sueño americano, decíamos. No es un cuento de hadas sino su parte de atrás, la oscuridad que le da sentido. Y tampoco es una comedia, sino lo que viene luego, que puede hacer mucho daño. Lo que queda no solo es brillante, divertido, desconsolado y siempre enérgico, sino también muy triste y muy bello. Todo a la vez. Lo opuesto a los relatos que conocíamos de siempre con final y moraleja resulta ser un relato deslumbrante que se cuenta a sí mismo en el momento justo de contarnos a todos nosotros. Tal cual.

Debacle de Emilia Pérez
Sean Baker y su película se impusieron de este modo a la otra favorita para el premio mayor, Cónclave, de Edward Berger, que se tuvo que conformar con el Oscar al guion adaptado por Peter Straughan de la novela de Robert Harris. Y también lo hizo a Emilia Pérez, de Jacques Audiard, y sus 16 nominaciones de récord, que también tuvo que dar por bueno su par de estatuillas a la actriz de reparto, Zoe Saldaña, y a la canción El Mal. El de película internacional que hace unas semanas parecía cantado a su favor se le escapó también a la cinta protagonizada por la española Karla Sofía Gascón. Fue para Aún estoy aquí, de Walter Salles. ¿Cuánto ha influido en su debacle (pues debacle es) el escándalo de los tuits y el posterior acoso y derribo a la actriz? Esa pregunta quedará ahí por los restos en la ceremonia que, se quiera o no, se recordará como la gala que pudo ser y no fue de Karla. Y tal vez por ello, para siempre gala de Karla.

Y de la misma manera, Baker y Anora superaron a The Brutalist, la más abrasiva, sorprendente e indefinible de todas las candidatas que se fue de la gala con el premio obligado al derroche de su protagonista, Adrien Brody, como arquitecto testigo de todos los errores y de todas las revoluciones de la humanidad; con la no menos forzosa mención a la fotografía sonámbula y abrasiva de Lol Crawley, y con la descomunal e hipnótica música firmada por Daniel Blumberg. Brody volvía al estrado tras su logro por El pianista, de Roman Polanski, cuando se convirtió en el actor más joven en hacerse con el Oscar. Hace 23 años. Mikey Madison desnuda en Anora

Y Baker y Anora también quedaron por encima de La sustancia, de Coralie Fargeat, que se apropió de la categoría del maquillaje únicamente para incierta gloria de la mayor desilusión de la noche: pobre Demi Moore. Es decir, todos se rindieron a Baker. Incluida Wicked, de Jon M. Chou, que se hizo con el vestuario para Paul Tazewell, el primer hombre negro en conseguirlo, y con el diseño de producción. Y sin olvidar ni a Dune 2, que logró las menciones al sonido y a los efectos especiales, ni a A Real Pain que engrandeció un poco más al siempre desesperante Kieran Culkin, ganador como actor de reparto.

Triunfo del cine independiente
Pero más allá de marcas y números de estatuas conquistadas, lo que quedó de la ceremonia número 97 de los Oscar fue el empeño de la Academia por reconocer como suya esa otra parte de la industria que siempre ha sido definida en negativo, por indie. Indie de independiente, indie de indómita, indie de, por qué no, indio. Nadie como Baker representa el cine que no atiende ni a estudios ni a algoritmos ni a dictados de plataformas de streaming ni a modas. Anora es el último ejemplo de una filmografía empeñada en construir su propio mundo sin otro dictado que la voluntad de crear y de creer. La última película de Baker no es la de un francotirador ocasional, es la de un francotirador tozudo que cuando no tenía dinero, rodaba con la cámara de su móvil (Tangerine fue filmada así). Y desde ahí hasta la Palma de Oro primero y el Oscar después.

Por lo demás, bien por el conductor de la gala Conan O’Brien. Un espectáculo consistente en repartir 23 premios es, por definición, un antiespectáculo. Así ha sido año tras año y el de éste sin ser diferente del todo, sí logró ser diferente en parte. Con eso nos conformamos. Cada una de sus intervenciones, desde el delirante y genial monólogo inicial surgido del cuerpo de La Sustancia a la no menos ocurrente conversación con los bomberos de Los Ángeles pasando por el desmadre de Adam Sandler, cada una de sus intervenciones, como poco, dio ánimos.

No fue la gala más política, decíamos, pero tuvo su momento emocionante y político. Y ese fue cuando No Other Landfue señalado como el documental del año. De la mano de sus dos directores –el palestino Basel Adra y el judío Yuval Abraham– se vivió el gran instante de la noche. La película –que es además un grito de auxilio y un canto esperanzado– cuenta con pulcritud, emoción y un sentido de la verdad que duele el acoso a la familia del primero en Cisjordania por parte del gobierno y los conciudadanos del segundo. «Hay un camino diferente, una solución sin supremacía étnica. La política exterior de este país [por Estados Unidos] bloquea este camino», dijo Yuval y en la frase quedó resumido el sentido de todo esto. Hasta llegar este momento, apenas una referencia a Ucrania de Daryl Hannah, un pin por Palestina en la solapa de Guy Pearce y ni una mención desde el estrado ni en la alfombra roja al presidente que no ha parado de criticar a la Academia y sus gentes desde la noche de los tiempos. No fue la gala más política, eso quedó para el argumentario de las propias películas, pero sí la más incierta, la más repartida, la más independiente y, gracias a la belleza triste de Anora, la más bella incluso.

Lo primero que llama la atención de Anora, la protagonista de la película homónima de Sean Baker, es su pelo. Es negro como el azabache, y brilla hasta en la oscuridad. Pero la nueva película del realizador estadounidense no es Blancanieves, sino más bien Cenicienta, cuya protagonista empieza sumida en la pobreza y acaba en el más suntuoso de los palacios. Y para interpretarla, Baker ha elegido a la actriz Mikey Madison, a la que ya hemos visto en varias ocasiones a caballo entre el cine independiente y las franquicias de gran presupuesto. En Anora interpreta su primer papel importante, que sospechamos podría lanzarla al estrellato. O al menos eso merecería, ya que su interpretación logra un equilibrio casi perfecto entre la rabia y la delicadeza. Hablamos con la joven actriz el pasado mes de mayo en la Croisette, donde presentó Anora, que acabó haciéndose con la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2024. Sin duda, su futuro será brillante.

Mikey Madison desnuda en Anora


A diferencia de su personaje en Anora, que deambula por Brooklyn tratando de emanciparse, Mikey Madison creció en la soleada California. «Imagínate cómo fue para mí rodar en invierno en Nueva York», bromea. «¡Me congelaba! Pero me encantó rodar fuera de los grandes estudios». Sin embargo, la interpretación no era precisamente la profesión que más atraía a la Mikey más joven, que era buenísima como saltadora de obstáculos, una pasión que le transmitió su madre: pasó su infancia rodeada de caballos, y hasta los 15 años se pasaba el día en los establos. Fue entonces cuando llegó el cambio. Años después, la película de Sean Baker la muestra muy lejos de su Brighton Beach natal. Mikey Madison desnuda en Anora

Mikey Madison se familiarizó con el cine desde muy niña, s obre todo gracias a su padre, que le ponía películas de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y otros grandes nombres del séptimo arte que forjaron su conocimiento del cine estadounidense. Poco a poco, empezó a barajar la idea de convertirse en actriz. Para sus allegados fue una sorpresa, pues la consideraban extremadamente tímida. ¿Ella, en el centro de un plató? Imposible. Pero así fue: la Madison adolescente se apuntó a clases de interpretación y pronto una cosa llevó a la otra.


El primer papel destacado de Mikey Madison no fue en la gran pantalla. Tras aparecer en varios cortometrajes, dio las primeras muestras de su talento en Better Things, una serie estadounidense de Louis CK emitida en el canal FX. En ella interpreta a Max Fox, una niña revoltosa y colérica, hija de madre soltera (a quien interpretaba Pamela Adlon). Con un reparto exclusivamente femenino, Better Things fue la antesala de su gran puesta de largo, a sus 19 años, en la película Érase una vez… en Hollywood, de Quentin Tarantino. Deseosa de empaparse del mundo del director, se lio la manta a la cabeza y en los castings se sumergió de pleno en la vida de la familia Manson (que ocupa un lugar destacado en la película): pintó cuadros psicodélicos, leyó poemas que ella misma había escrito, se cortó el pelo y lo pegó a los cuadros… Su actuación fue tan convincente que le valió el papel de Susan «Sadie» Atkins, una seguidora de la familia Manson. Era un papel secundario, pero ella lo considera el pilar de su carrera, que derivó enseguida hacia un terreno más mainstream, sobre todo con el reboot de una de las sagas más famosas del mundo: Scream. Mikey Madison desnuda en Anora

Mikey Madison desnuda en Anora

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