Críticos idiotas

Críticos idiotas

En la era de la sobreinformación y la exacerbada democratización de la opinión, la más reciente y ambiciosa obra de Francis Ford Coppola, Megalopolis, ha sido el inesperado campo de batalla donde el ruido ensordecedor de la multitud digital se ha alzado, no en busca de un análisis ponderado, sino para regurgitar un eco vacío de falsedades y prejuicios. En esta vorágine de opiniones, parece que no es tanto la película la que está en juicio, sino la capacidad, o más bien la falta de ella, de la plebe contemporánea para abordar cualquier obra de arte con la profundidad que exige.

Las plataformas digitales, las redes sociales y lo que es peor, la teórica crítica profesional, han dado espacio a voces que, sin la preparación o la sensibilidad que requiere el análisis cinematográfico, se arrojan a criticar con la ligereza propia de quienes confunden el atrevimiento con la capacidad crítica. Aquí, la distancia entre el creador visionario y el comentarista aficionado se ha desdibujado peligrosamente. Megalopolis no es sólo una película; es el lienzo sobre el cual una multitud de personas se proyecta, no para valorar el trabajo de Coppola, sino para protagonizar su propio y efímero momento de atención, aunque sea a costa de mostrar su ignorancia.

A lo largo de la historia, el arte ha tenido la facultad de desafiar y dividir opiniones. Pero lo que ocurre con Megalopolis es sintomático de un fenómeno más amplio: el culto al protagonismo digital, donde el juicio apresurado y la crítica banal se visten de falsa autoridad. En este ecosistema, muchos de los que se lanzan a criticar no buscan entablar un diálogo con la obra, ni explorar sus complejidades o significados ocultos. Por el contrario, lo que vemos es un desfile de frases vacías, plagadas de insultos y superficialidades, donde el único fin es generar el aplauso fugaz de una audiencia igualmente superficial.

Es lamentable ver cómo aquellos que se erigen en críticos de Megalopolis no se enfrentan a la obra con la seriedad o el respeto que merecen tanto el cine como Coppola, un cineasta cuya trayectoria ha dejado huellas imborrables en la historia del séptimo arte. En lugar de ello, vemos una ola de insultos y desprecios que, en su mayoría, delatan la propia ignorancia y la incapacidad de estos opinadores de reconocer la magnitud del genio creativo que tienen ante sí. Es más fácil destruir que crear, y es aún más fácil insultar que argumentar.

Este fenómeno, que podría calificarse como una suerte de «performancia digital», donde el crítico amateur no busca realmente ofrecer una reflexión coherente, sino tan solo ser notado por su mordacidad y supuesta irreverencia, es un reflejo de la cultura de la inmediatez en la que estamos inmersos. La mayoría de estos comentarios que proliferan en internet no son más que un teatro vacío, donde las palabras se escupen sin conciencia de su peso o su significado. Cada insulto lanzado contra Coppola y su obra es, en última instancia, una confesión de impotencia intelectual.

Megalopolis, como todo gran arte, exige tiempo, paciencia y sensibilidad. Es un proyecto que no puede ser comprendido a través de una rápida ojeada ni a través del filtro distorsionado de la inmediatez. Coppola, a lo largo de su carrera, ha demostrado ser un maestro del cine, y Megalopolis es su última epopeya, un esfuerzo titánico que va más allá de las narrativas tradicionales y se atreve a soñar con un cine que trascienda los límites convencionales. Pero ante semejante obra, el coro de ineptos que se alza en las redes parece incapaz de apreciar el esfuerzo monumental que ello conlleva.

La crítica constructiva es esencial para el desarrollo del arte, pero lo que encontramos en este caso dista mucho de ser crítica. Es, más bien, una suerte de linchamiento digital protagonizado por quienes, al no tener ni el conocimiento ni la sensibilidad para entender el cine de Coppola, se limitan a proyectar su propia mediocridad en forma de desprecio. Se trata de una insólita ironía: mientras intentan ridiculizar a Coppola, lo único que logran es exponer su propio vacío.

En este sentido, los vulgares showmen digitales que critican Megalopolis no son más que actores de un triste y predecible espectáculo. Cada comentario banal es un reflejo de la banalidad de quienes los emiten. Su incapacidad para profundizar en la obra dice más de ellos que de la película misma. Coppola, con Megalopolis, no sólo ha creado una obra maestra para el cine, sino también un espejo brutal que refleja el estado actual de nuestra cultura: una cultura en la que la ignorancia y el atrevimiento se confunden con la crítica, y donde la verdadera reflexión ha sido sustituida por el ruido.

Quizás, con el tiempo, cuando el polvo de la inmediatez se asiente, Megalopolis será vista por lo que realmente es: una obra de arte destinada a perdurar. Mientras tanto, los farsantes y advenedizos seguirán su carrera en busca del próximo objeto que les sirva para lucirse, aunque sea brevemente, en el teatro vacuo de las redes. Críticos idiotas