El impacto de Mazinger Z (1972) en España fue arrollador. Llegado en 1978, el anime dejó una huella indeleble en la infancia de la época, acostumbrada a propuestas más edulcoradas como Heidi o Marco. Sin embargo, la violencia de sus épicas batallas desató la indignación paterna, lo que llevó a TVE a cancelar la emisión tras apenas 30 episodios. No obstante, la fiebre por el colosal mecha se tradujo en una avalancha de merchandising, con cromos, figuras y todo tipo de parafernalia explotando el fervor infantil.
En este contexto de fervor robótico, la picaresca de los distribuidores españoles no tardó en manifestarse. En 1978, los cines acogieron Mazinger Z: El robot de las estrellas (1977), un supuesto largometraje del icónico autómata que no era sino un burdo engaño. Se trataba, en realidad, de un remontaje taiwanés de la serie japonesa de imagen real Super Robot Mach Baron (1974), hábilmente disfrazado de secuela apócrifa. La maniobra resultó un éxito, congregando a más de 700.000 espectadores, a pesar de que el robot protagonista, Mach Baron, poco o nada tenía que ver con el auténtico Mazinger.
Desde el punto de vista cinematográfico, el film es una deliciosa aberración del exploitation setentero. La precariedad del montaje, que entremezcla caóticamente las escenas originales japonesas con las nuevas secuencias taiwanesas, otorga al conjunto un aire delirante. Los personajes humanos, caricaturas de sus contrapartes animadas, deambulan entre descampados y escenarios de cartón, mientras el villano, el inevitable Doctor Inferno, emerge envuelto en una teatral penumbra violeta. Las batallas, resueltas con maquetas de dudosa factura, son tan toscas como fascinantes en su ingenuidad.
Pese a su condición de subproducto de Serie Z, Mazinger Z: El robot de las estrellas ostenta un innegable encanto kitsch. Su legado pervive como testimonio de una era en la que la fascinación por los robots gigantes alcanzó su cénit, dando pie a insólitas mutaciones audiovisuales. Incluso décadas después, el espíritu de Mach Baron resurgió en Brave Storm (2017), una revisión sorprendentemente digna que reinterpreta el género con creatividad y pasión.