El placer voyeurista en Marnie, la ladrona

El placer voyeurista en Marnie, la ladrona

El placer voyeurista en Marnie, la ladrona y la despedida de una era hitchcockiana

El placer voyeurista en Marnie, la ladrona

El filme inicia con una secuencia cargada de ambigüedad y tensión visual. Un plano detalle nos detiene en un bolso amarillo, del que solo podemos intuir su contenido, mientras una mujer de cabello oscuro camina de espaldas por un andén. Hitchcock, maestro del enigma, nos niega deliberadamente el rostro de la protagonista, avivando la curiosidad del espectador y alimentando el deseo de desentrañar lo oculto. Este sencillo gesto inaugural ya articula una de las constantes del cine del director: la fascinación por lo prohibido y el irresistible placer de mirar más allá de lo permitido. Pronto sabremos que la misteriosa mujer es en realidad Marnie Edgar, una rubia camaleónica que vive del robo y de la reinvención de su identidad, llevando consigo los 9.997 dólares que ha sustraído.

El placer desnudo de observar, de escudriñar lo prohibido, se convierte aquí en un acto estético que trasciende el mero entretenimiento. Hitchcock juega con nuestra vulnerabilidad como espectadores, sabiendo que no resistiremos la tentación de mirar, aunque lo que veamos sea inquietante o perturbador. Este acto de mirar, sin filtros ni pudor, es una experiencia primitiva que Hitchcock transforma en arte, haciendo de la cámara un catalizador que amplifica el drama y desnuda las emociones.

El montaje, que el propio Hitchcock prefería llamar “ensamblaje”, se convierte en el motor que da sentido a esta danza visual. Cada corte está pensado para tejer una narrativa visual en la que el ojo humano completa lo que el director insinúa. La música de Herrmann, profundamente entrelazada con las imágenes, actúa como un eco de las emociones de Marnie, reforzando su fragilidad, su ansiedad y, finalmente, su confrontación con un pasado traumático que define su presente. El placer voyeurista en Marnie, la ladrona

El placer voyeurista en Marnie, la ladrona

En este sentido, Marnie, la ladrona no solo marca un punto final en las relaciones laborales de Hitchcock con algunos de sus colaboradores más emblemáticos, sino que también se erige como una de sus obras más complejas y reveladoras sobre el acto de mirar, de narrar y, sobre todo, de sentir. La película nos recuerda que, bajo la superficie del suspense y del drama psicológico, late un cine profundamente humano que nos enfrenta con nuestras propias vulnerabilidades. En esa confrontación radica su grandeza.