Las huellas de un fuego olvidado: la herencia secreta de ‘Bala blindada’ en ‘Jungla de cristal’

Las huellas de un fuego olvidado: la herencia secreta de Man on Fire en Jungla de cristal

Ecos visuales y narrativos: una Italia ficticia en el Nakatomi Plaza

Man on Fire nos transporta a una Italia ficticia, tan estilizada como los entornos urbanos del cine negro clásico, una ciudad de sombras densas, luces espectrales y un aire pesado de fatalismo. Esta atmósfera enrarecida se cuela en Jungla de cristal, donde McTiernan reconfigura el Nakatomi Plaza como un microcosmos de tensión y aislamiento, un entorno en el que la amenaza se diluye en los reflejos de cristales y el resplandor de las luces de neón. Como en Man on Fire, los espacios no son simples escenarios, sino personajes en sí mismos, impregnados de una textura cinematográfica que oscila entre la claustrofobia y la inminencia de la violencia.

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La herencia sonora: de John Scott a Michael Kamen

Uno de los aspectos más sorprendentes de este vínculo subterráneo entre ambas películas es su relación en el plano musical. La partitura de John Scott para Man on Fire es una composición de atmósfera crepuscular, repleta de melancolía y tensión latente. Su tema principal, construido sobre una base melódica minimalista y una instrumentación que alterna entre la sutileza y la estridencia, encontró eco en la banda sonora de Jungla de cristal. De hecho, Michael Kamen, compositor del filme de McTiernan, no dudó en tomar elementos de la partitura de Scott, integrándolos con su característico uso de la música clásica de Beethoven y el jazz disonante. Así, en la secuencia final de Jungla de cristal, cuando John McClane emerge victorioso de entre las ruinas del enfrentamiento, se pueden reconocer acordes reminiscentes del tema de Scott, reciclados con una intención casi subliminal.

El héroe crepuscular: Scott Glenn y Bruce Willis como guardianes desmoronados

Si bien los protagonistas de ambas películas son distintos en tono y contexto, comparten un esqueleto narrativo común. Scott Glenn, en Man on Fire, encarna a un hombre desencantado, un guardaespaldas con una herida abierta en el alma, atrapado en un entorno hostil donde la redención es un espejismo. Bruce Willis, en Jungla de cristal, construye un héroe con las mismas fisuras, un McClane herido en más de un sentido, empapado en sudor y sangre, cuya mayor lucha no es contra los terroristas, sino contra la implacable soledad que lo rodea. Ambos personajes desafían la figura del héroe invulnerable, convirtiéndose en espectros de sí mismos, sobrevivientes de un fuego que nunca se extingue del todo.

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El cine como río subterráneo

El cine, en su flujo constante de referencias y reinvenciones, se alimenta de las obras que lo preceden. Jungla de cristal es un hito indiscutible del cine de acción, pero su ADN está compuesto por fragmentos de muchas películas olvidadas, entre ellas, Man on Fire (1987). Desde su partitura reciclada hasta su concepción del espacio y la figura del héroe desgastado, McTiernan bebió de esta fuente oculta, integrándola en su propio universo fílmico.

En última instancia, esta relación inadvertida entre ambas películas no solo refuerza la interconexión del cine como un arte orgánico y mutante, sino que también reivindica la existencia de Man on Fire como un tesoro perdido, una chispa encendida en la penumbra que, aunque inadvertida, sigue ardiendo en el tejido mismo del cine contemporáneo.

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