La trilogía de Tron: la catedral digital del cine moderno

Tron: la catedral digital del cine moderno

En la historia del cine, ciertas obras no solo narran historias: fundan alfabetos. Tron, estrenada en 1982 bajo la dirección de Steven Lisberger, es precisamente uno de esos casos. Ignorada en su momento por buena parte del público y la crítica —incluso por la propia industria, que la consideró ineligible para competir en los premios por «hacer trampa» con ordenadores—, Tron ha terminado por erigirse como una piedra angular del imaginario digital contemporáneo.

El origen de una estética computacional

Aparecida en un momento en que la informática era todavía un ámbito críptico para la mayoría, Tron no solo introdujo uno de los primeros usos extensivos de gráficos generados por ordenador (CGI), sino que lo hizo al servicio de una visión estética completamente inédita: geometrías resplandecientes, neones flotantes, cuerpos disueltos en datos. Su universo, el Grid, supuso la visualización poética de lo digital antes de que lo digital invadiera la vida cotidiana. De este modo, Tron no solo anticipó un lenguaje visual, sino también una sensibilidad: la del hombre moderno enfrentado a las arquitecturas invisibles del algoritmo.

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Con su fracaso comercial inicial y su posterior consagración como obra de culto, Tron fundó una genealogía estética que resonaría en el ciberpunk, en el videoclip, en los videojuegos y, con el tiempo, en el cine de ciencia ficción más experimental. En su fulgor azul había una promesa de futuro que el cine, hasta entonces, no había formulado con tanta claridad.

Tron: legacy — la resurrección del código

Casi tres décadas después, en 2010, Tron: legacy retomó el testigo con una ambición semejante: reimaginar lo digital como espacio de trascendencia estética. Bajo la dirección de Joseph Kosinski, la secuela fue recibida con tibieza por la crítica y con cierta indiferencia por el público general, aunque el tiempo, nuevamente, se encargó de colocarla en el lugar que le correspondía: como una obra adelantada a su época.

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Legacy propuso una continuación tonal y sensorial del mundo fundado por Lisberger, añadiendo capas de melancolía, abstracción y sofisticación visual. Su diseño de producción, a cargo de Darren Gilford, y su banda sonora —obra del dúo francés Daft Punk— establecieron un nuevo canon para el cine digital. Aquella mezcla de arquitectura brutalista, neón etéreo y música electrónica sinfónica inspiraría no solo a otras películas (Oblivion, Blade runner 2049), sino también a videojuegos, campañas publicitarias y moda. Se trataba de una sinestesia futurista en la que imagen y sonido se fundían para proponer un nuevo tipo de experiencia inmersiva.

La figura del programa solitario en busca de sentido, la reflexión sobre la inteligencia artificial y la persistente pregunta sobre la humanidad dentro del código, convirtieron a Legacy en un relato posmoderno sobre la orfandad tecnológica y la búsqueda de trascendencia en un mundo virtual.

Tron: ares — ¿una nueva génesis?

En este contexto, la anunciada tercera entrega, Tron: ares, se presenta como una oportunidad singular: la de reabrir el diálogo entre cine y tecnología en un momento de profunda transformación cultural. Con Jared Leto como figura central y un equipo creativo que promete una expansión conceptual del universo troniano, esta nueva entrega tiene la responsabilidad —y la posibilidad— de ser nuevamente fundacional.

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La pregunta que flota en el aire no es si Tron: ares triunfará en taquilla, sino si será capaz de condensar y proyectar los dilemas estéticos, éticos y sensoriales del presente digital. ¿Podrá el cine volver a ser un espacio de exploración radical como lo fue en 1982 y 2010? ¿Asistiremos a una nueva reescritura del lenguaje visual, esta vez marcada por la inteligencia artificial, los metaversos y la disolución entre lo real y lo simulado?

El legado de Tron no es únicamente su estética: es su voluntad de vanguardia, su impulso visionario. Si ares está a la altura de ese linaje, entonces no será simplemente una película más, sino una nueva arquitectura del futuro proyectada en luz.

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