La resurrección espectral de Lifeforce: cuando el cine tangible humilla a la era digital

La restauración de Lifeforce: Fuerza Vital (1985) en 4K no es solo un homenaje a una de las obras más singulares del cine de ciencia ficción, sino también un recordatorio de la decadencia creativa del cine contemporáneo. En una era donde el CGI es omnipresente y las producciones parecen fabricadas en serie por comités de mercado, la recuperación de esta joya de Tobe Hooper nos devuelve a una época en la que el cine era una experiencia táctil, tangible y profundamente evocadora.

La película, inspirada en la novela The Space Vampires de Colin Wilson, es un festín visual de terror y ciencia ficción que combina una cinematografía exuberante con efectos prácticos que, casi cuatro décadas después, mantienen una fuerza y una presencia que las imágenes sintéticas de hoy rara vez consiguen emular. La restauración en ultra alta definición resalta los matices de su diseño de producción: los decorados espectrales, la iluminación meticulosamente orquestada y el vestuario, que contribuyen a una atmósfera gótica y desasosegante.

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El argumento de Lifeforce nos lleva desde la vastedad del espacio hasta una Londres sumida en el caos. Un equipo de astronautas a bordo del transbordador Churchill descubre una nave alienígena en la estela del cometa Halley. En su interior, tres figuras humanoides yacen en cápsulas de cristal, esperando ser despertadas para desencadenar un apocalipsis de energía vital drenada y cuerpos marchitos. En una impresionante convergencia de horror lovecraftiano y clásico imaginario vampírico, la película traza una genealogía visual que rinde tributo a la tradición del género mientras la revitaliza con una estética hipnótica y malsana.

El cine de los años ochenta aún poseía un alma manufacturada, con efectos especiales realizados artesanalmente, dotando de física y peso a criaturas y escenarios que hoy parecerían evanescentes simulaciones de ordenador. Lifeforce es un ejemplo paradigmático de esta filosofía: el diseño de los vampiros espaciales, obra del legendario John Dykstra, ganador del Oscar por Star Wars (1977), mantiene una textura orgánica y una sensación de inmediatez que los efectos generados por computadora rara vez alcanzan. La restauración en 4K no solo exalta estos detalles, sino que también evidencia el declive de un cine que, en su entrega al artificio digital, ha renunciado a la solidez de lo tangible.

Pero Lifeforce es más que una exhibición de pericia técnica. Su narrativa se construye con una audacia que hoy resulta esquiva: una historia que no teme ser grandilocuente, desmesurada e incluso excesiva. El erotismo fútil de la alienígena femenina, interpretada por Mathilda May, se enlaza con una pulsación malsana que refuerza la tensión psicológica y sugiere una dimensión primitiva y telúrica del horror. A través de la relación psíquica que la une al protagonista, se teje un subtexto de deseo, posesiones y sacrificios que eleva la película por encima de la simple espectacularidad visual.

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La comparación entre este cine y el actual no puede ser más lacerante. Hoy, los estudios han olvidado que la fuerza de una película no radica en la cantidad de explosiones digitales ni en la fidelidad de sus texturas renderizadas, sino en su capacidad de evocar, de hacer que el espectador sienta cada sombra, cada reflejo de luz y cada estallido de color como algo vivo y pulsante. Lifeforce nos recuerda que la inmortalidad del cine no se encuentra en la tecnología, sino en la pasión con la que es concebido. Y, en un paisaje cinematográfico dominado por franquicias de plástico, este renacimiento en 4K se siente como el último vestigio de un arte que agoniza.

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