La Puerta

La Puerta

Es fascinante cómo, en la vasta y rica historia del cine de los 80, La Puerta (1987) y su secuela La Puerta 2 (1990) se alzan como testigos intemporales de lo que sucede cuando el arte cinematográfico se queda varado en un pantano de mediocridad. Y no, no se trata de esas obras que resplandecen en el panteón del séptimo arte; más bien, estamos ante dos piezas maestras de cómo no hacer cine. En un mundo donde los efectos prácticos inspirados por genios como Ray Harryhausen deberían ser la guinda de un pastel cinematográfico, aquí son el equivalente a un pastel quemado y olvidado en el horno.

Y sin embargo, aquí estamos, más de tres décadas después, viendo cómo algunos intentan con gran empeño, e inusitada falta de criterio, elevar estas joyas del desastre a la categoría de culto. Porque si algo nos enseñaron los videoclubs de barrio en los años 80, es que incluso las películas más abominables pueden encontrar una audiencia incauta, dispuesta a tragarse cualquier cosa siempre que haya monstruos y portales infernales de por medio.

La Puerta (1987), dirigida por Tibor Takács, es una película que algunos pretenden elevar al estatus de culto, pero la realidad es que tanto esta como su secuela La Puerta 2 (1990) representan, sin duda, ejemplos claros de las aberraciones cinematográficas de los años 80. Estas películas son un testamento del bajo nivel al que podía llegar el cine de terror adolescente en esa década, caracterizado por un uso torpe y sobreexplotado de los efectos especiales prácticos, en este caso inspirados por la escuela de Ray Harryhausen.

La primera entrega de La Puerta se centra en una trama destinada a un público infantil, donde dos amigos abren un portal al infierno en el patio de una casa suburbana. Lo que podría haber sido una historia entretenida para los más jóvenes resulta ser un fracaso a nivel narrativo, visual y técnico. A pesar de contar con un Stephen Dorff muy joven en el reparto, la película es un desastre que peca de mal guion, dirección inconsistente y efectos especiales que parecen mal reciclados de mejores producciones de la época.

Para la secuela, La Puerta 2, el público objetivo creció hacia los adolescentes, pero el resultado sigue siendo desastroso. La misma estructura narrativa básica, el uso exagerado de efectos visuales que ya habían quedado anticuados y la pobre dirección de Takács condenan la película al olvido, al menos en términos de calidad cinematográfica. La crítica general ha sido negativa, aunque algunos intenten rescatarla como una joya de culto underground, simplemente porque fue popular entre los videoclubes de barrio en su momento. Sin embargo, esa popularidad no justifica su mala factura técnica y artística.

Lo que ambas películas representan, en realidad, es el lado oscuro de la nostalgia ochentera: la existencia de producciones de bajo presupuesto y peor ejecución que nunca deberían haberse sostenido con el paso del tiempo. Aunque algunos las vean como clásicos menores, no son más que productos fallidos del boom del cine fantástico juvenil de los 80, sin ningún valor real salvo para aquellos nostálgicos sin un mínimo criterio fílmico.