La paradoja de los premios: ‘Joker: Folie à Deux’, entre la excelencia y la infamia

La paradoja de los premios: ‘Joker: Folie à Deux’, entre la excelencia y la infamia

En un panorama cinematográfico donde la excelencia parece una quimera y el juicio crítico se debate entre la grandilocuencia vacía y el desprecio irresponsable, la secuela de Joker (2019), dirigida por Todd Phillips, se ha convertido en la encarnación de una paradoja. Mientras el oscarizado José Luis Garci, una de las figuras más reputadas del cine español, ha proclamado Joker: Folie à Deux como la mejor película del año, la cinta ha sido vilipendiada por los premios Razzie con siete nominaciones, posicionándola como la gran favorita a peor película de 2024.

Esta disonancia nos obliga a preguntarnos si, en la era de la opinología instantánea y el juicio precipitado, la crítica ha perdido el sentido de lo que verdaderamente significa el séptimo arte. La academia de Hollywood, con su nueva presidenta al frente, los críticos de los medios contemporáneos y los organizadores de los Razzie parecen reflejar un preocupante desconocimiento sobre los valores esenciales del cine. Nos encontramos ante un ecosistema donde el arte es reducido a etiquetas maniqueas, y donde obras de gran ambición estilística y discursiva son vilipendiadas sin una evaluación justa de su propuesta.

a020f814-1817-4f37-a6c6-aea03bf9de6b_16-9-discover-aspect-ratio_default_0_x939y521-1024x576 La paradoja de los premios: 'Joker: Folie à Deux', entre la excelencia y la infamia

El caso de Joker: Folie à Deux es revelador: una película que, más allá de su carácter secuelista, asume un riesgo formal evidente al transitar por la hibridación del musical y el thriller psicológico. Joaquin Phoenix y Lady Gaga, ambos en roles que desbordan sus respectivas trayectorias, sumergen al espectador en un universo que reinterpreta la locura como un concepto performático. Sin embargo, el atrevimiento narrativo y la audacia formal parecen haber despertado más rechazo que admiración en ciertos sectores de la crítica.

Lo más preocupante de esta situación no es la disparidad de opiniones, natural en cualquier expresión artística, sino la banalización del juicio cinematográfico. Si la Academia, antaño bastión de cierto academicismo clásico, parece sucumbir ante presiones externas más que a una genuina valoración artística, los Razzie han terminado por consolidarse como una mera farsa mediática, cuya selección de «lo peor» responde más a criterios de viralidad que de verdadera deficiencia cinematográfica.

La ironía de la situación es que, en muchos casos, los premios Razzie han acabado otorgando su «galardón» a películas que, con el tiempo, han sido revalorizadas y consideradas piezas fundamentales de la historia del cine. Ejemplos hay de sobra, desde El resplandor (1980), vilipendiada en su estreno, hasta Showgirls (1995), convertida hoy en una obra de culto. No sería sorprendente que Joker: Folie à Deux siguiera un camino similar, después de todo, el cine es un arte que resiste el juicio efímero y se reivindica en la posteridad.

Así, frente a la miopía de ciertos sectores de la crítica y la hipocresía de las premiaciones, cabe preguntarse si no es el espectador cinéfilo el único verdadero juez del cine. Quizá, en un mundo donde la industria busca moldear el gusto con tendencias efímeras y premiaciones inconsistentes, la mejor postura sea la de aquel que observa, analiza y decide por sí mismo, alejándose del ruido mediático para encontrar, en la penumbra de la sala de cine, la auténtica esencia del arte cinematográfico.

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