La oscura moralidad del castigo: Una reflexión sobre el abismo en No Habrá Paz para los Malvados

La oscura moralidad del castigo: Una reflexión sobre el abismo en No Habrá Paz para los Malvados

Cine negro en estado puro, Enrique Urbizu nos traslada a las vivencias de los últimos días de un héroe.

Nadie puede negar que España hace años que domina el noir. El cine negro o el thriller, son una especialidad patria que hemos ido acuñando a base de grandes obras. Nuevos directores o clásicos como Urbizu dominan las bases de uno de los géneros claves del Hollywood clásico, pero, siempre con sello personal.
Si Hollywood tuvo a Bogart, nosotros decimos lo mismo de Coronado, el actor por excelencia de este género patrio que hoy protagoniza su mejor trabajo dentro de este género. Hablamos de No habrá paz para los malvados, de la cual os traemos la crítica en este ciclo dedicado al cine negro o thriller español.

NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS

La redención de una bala perdida…

Pónme un ron-cola. El cine español está viviendo uno de los mejores años que recuerde en mucho tiempo, sus propuestas me llaman y de paso, me llenan, más que lo que se explota y nos llega de forma masiva desde el extranjero, probablemente sea porque hay ansias por renovar y renovarse (aunque aún hay ciertas lacras para conseguir terminar un proyecto o llevarlo a cabo, sin que se metan demasiados intereses, de todo tipo, en medio de la visión de los autores). Hay ganas por hacer cosas distintas, por ir más allá de los típicos dramas sociales establecidos (en ello incluyo el coñazo que me supone cualquier película de la Guerra Civil), existe una cantera de jóvenes y ya no tan jóvenes que crecieron en una época de grandes cambios, que vieron otro tipo de cine y que les influenció en las formas, en el contenido, necesitando hablar de cosas distintas. Y hoy, toca la nueva película de Enrique Urbizu, uno de esos cineastas que poca gente conoce fuera de los circuitos cinéfilos, pero que goza de gran prestigio por su excelente forma de dirigir, sobre todo en su última etapa, thrillers como La novena puerta o La caja 507. Casi seis años han pasado desde que el bilbaino dirigiese su última obra (Adivina quién soy, 2006), para volver con la que es, por ahora, y en opinión de un servidor que escribe estas líneas, su mejor pieza, una gota de agua en un desierto, un jodido y maravilloso milagro: No habrá paz para los malvados.

A tomar por culo el mundo. El argumento del film empieza con un tipo bastante desaliñado, viejo, casi grotesco, maleducado, jugando a las tragaperras, tomándose un ron-cola como si fuera agua (esto me recuerda a mí…), hasta los mismos cojones de todo cuanto hay a su alrededor, y sobretodo, portando una foto de una muchacha a la que busca. Cuando es echado del bar porque los empleados tienen que cerrar, da con sus pies en un local de mala muerte, que también está cerrado, para exigir otro ron. Cuando la camarera se niega a servirle, viene el jefe del local y su guardaespaldas, todos son colombianos. Nuestro protagonista, en una risotada esperpéntica se saca de su chaqueta una placa. Es poli. Eso es malo, muy malo. La camarera se ve obligada a servirle una copa, mientras el jefe y nuestro protagonista mantienen una conversación. Al agente le tiemblan las manos y acaba tirando la copa, en un momento de falsa vulnerabilidad, para acto seguido, y en un chasquido de dedos, acabar con las tres personas que regentan el club, con absoluta frialdad. Sin miramientos, sin dudar. Sin embargo, una cuarta observa tras las cámaras de seguridad, y en su huida, no entenderá con quien se ha acabado cruzando… Es así como empieza toda una odisea de desdichas donde una situación, conecte con otra y así hasta un final que ya de antemano se prevé, cuanto menos, apoteósico. Y ese poli, ese hombre, ese cazador es Santos Trinidad.

A mi nadie me quiere. Sin duda, uno de los aciertos de este thriller de Urbizu radica en su guión, obra del mismo director y de Michel Gaztambide, conteniendo un arranque espectacular, haciendo que el espectador esté atento en todo momento, para entender ese principio tan contradictorio, la forma en que piensa y porqué actúa así Santos Trinidad, de esta manera, el film es una deconstrucción sutil, casi con cuentagotas, sobre el personaje principal, ya que a medida que se desarrolla el relato iremos descubriendo quién es, su pasado y qué le tortura, y todo hay que decirlo, José Coronado (actor fetiche de Urbizu) hace el papel de su vida. Y no falta la ayuda de unos secundarios de lujo, magníficamente dirigidos, como Juanjo Artero o la bellísima Helena Miquel, entre muchos otros. La película contiene solidez en todos sus aspectos, ya sea en la construcción de personajes, como a la hora de presentar una escena, pasando por la fotografía de Unax Mendía, de tonos fríos y grises, de planos estáticos y de vez en cuando con panorámicas, usando mucho los primeros planos para enfatizar las miradas y las expresiones de cada personaje, donde se insinúan demasiadas cosas, recordando vagamente al cine de Sergio Leone, aportando una pesadez no plomiza, pero que acompaña constantemente a Santos Trinidad, haciéndonos sentir que ese hombre se siente culpable, sin objetivo ni futuro, tan sólo con ansias de redimirse en un mundo caótico, esquizofrénico, enfermizo.

La oscura moralidad del castigo: Una reflexión sobre el abismo en No Habrá Paz para los Malvados

El sonido y la música juegan también un papel importante en ese sentimiento de agobio y desolación, siendo la partitura de Mario de Benito la nota que hace el final más redondo si cabe. Urbizu bebe de fuentes clásicas a la hora de narrar, como también lo hace Clint Eastwood, y probablemente ambos se parezcan más de lo que creen, sin artificios, buscando contar, ante todo, una historia, una realidad. Y para el director, la realidad de ahora es una completa basura, es así como nos presenta, nihilista, un Madrid en pleno siglo XXI, decadente, sucio, oscuro, lleno de personajes pintorescos, de tipos sin escrúpulos, con una doble moral patente, con gente que ha perdido toda ilusión, con el fantasma de la crisis flotando a su alrededor. Un país que va en decadencia mental, como dijo una vez el catedrático Fernando Lázaro Carreter cuando le entrevistaron.

Rock & Roll. Lo que es una pena es que no veamos más aventuras de este antihéroe, pero uno no puede evitar preguntarse qué podría hacer Urbizu con más libertad y mayor presupuesto, ya sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias, y las babas tendrían que recogérmelas con palanganas. Es tal la cantidad de información que se deja leer entrelíneas, que la película cuando acaba, o te quedas con ganas de más, o quieres volver a verla para poder apreciar aún mejor los detalles, y es una lástima que nuestra academia del cine no tenga en cuenta estos productos para su selección a los Oscar, más allá de los mismos de siempre, pues este relato de cine negro y los próximos que narraremos son auténticas obras maestras del género. 

Sin más, solo puedo decir una última cosa: No se la pierdan por nada en el mundo.

La oscura moralidad del castigo: Una reflexión sobre el abismo en No Habrá Paz para los Malvados