La dualidad estilística y tonal de Blue jean cop (1988): entre el infierno urbano y el disparate narrativo

La dualidad estilística y tonal de Blue jean cop (1988): entre el infierno urbano y el disparate narrativo

La dualidad estilística y tonal de Blue jean cop (1988): entre el infierno urbano y el disparate narrativo

En el abigarrado panorama del cine policiaco estadounidense de los años ochenta, Blue jean cop, dirigida por James Glickenhaus, se erige como una obra insólita, desconcertante y, por ello mismo, digna de culto. No tanto por haber alcanzado una celebridad masiva —pues pertenece más bien al corpus de filmes olvidados o relegados al videoclub—, sino por la manera tan paradójica en que conjuga virtudes visuales y narrativas con un desenlace abruptamente risible que dinamita, casi con deleite autodestructivo, todo el aparato dramático anterior. Se trata, por ende, de una obra escindida, una criatura bicéfala: el primer monstruo bello, el segundo grotescamente bufonesco.

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I. La urbe como infierno simbólico

Blue jean cop se sitúa en esa versión alucinada del Nueva York ochentero que el cine reformuló con furia casi expresionista: un espacio más próximo al inframundo de Dante que a una ciudad real. Como en muchas obras de Ferrara o El exterminador del propio Glickenhaus, el Nueva York que aquí se retrata no es documental sino dantesco: húmedo, noctívago, sembrado de luces de neón que parpadean sobre el asfalto mojado como advertencias desde lo profundo. Es un espacio de almas perdidas, cuerpos sudorosos, callejones cargados de humo y escaleras de incendios que crujen con presencias furtivas. La cámara se recrea en los entornos decadentes, en la mugre de los callejones, en la textura sudorosa de una humanidad degradada, y construye así una estética de lo abyecto, heredera de la tradición noir, pero barnizada con el hiperrealismo violento de los 80s.

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Esta ciudad es una Mordor sin dragones pero con policías corruptos, traficantes y prostitutas a la deriva, donde el bien y el mal no se oponen sino que se entrelazan. La atmósfera recuerda más a una fábula postmoderna de corrupción y redención que a un thriller procesal al uso. Y es precisamente esa atípica combinación de géneros la que convierte a Blue jean cop en una rareza fascinante.

II. La mezcla de géneros: buddy movie, cine judicial y romance sucio

Narrativamente, la película articula una estructura híbrida: a mitad de camino entre Serpico, Arma Letal y Una extraña entre nosotros. Comienza como una buddy movie clásica, donde el joven abogado Josh (Peter Weller) debe aliarse con el rudo y ambiguo policía Roland Dalton (Sam Elliott), que es, paradójicamente, uno de los «Blue jean cops», esto es, agentes que actúan como si fueran delincuentes callejeros, encarnando así el oxímoron central del filme: la ley que delinque. El conflicto moral, que podría haber sido explorado con profundidad, se sublima en un ejercicio de estilo donde el trasfondo judicial se entrevera con persecuciones, explosiones y tiroteos.

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Por otro lado, la dimensión romántica, contenida pero presente, añade una capa emocional que contrasta con el cinismo general del film. No se trata de un romance edulcorado sino áspero, insertado en un contexto en el que el deseo se confunde con la necesidad de redención. El erotismo aquí es táctil, casi animal, marcado por el subtexto de culpa.

III. Un desenlace indigno: el sabotaje del pathos

La última parte de Blue jean cop —ese final deudor de los peores excesos del cine de acción de bajo presupuesto— representa una ruptura formal y emocional tan flagrante que raya en lo autoparódico. La lógica interna del relato, que hasta entonces se sostenía en un delicado equilibrio entre crítica social, tensión judicial y drama existencial, se derrumba bajo el peso de una secuencia final que parece extraída de un telefilme noventero sin brújula estética.

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El clímax, con sus explosiones coreografiadas con torpeza, sus tiroteos inverosímiles y su moralina impostada, destruye el capital simbólico acumulado en los primeros 80 minutos. Aquí no hay tensión real ni sentido de consecuencia narrativa: lo que se había perfilado como una odisea urbana termina siendo un circo visual, casi una burla involuntaria del género. Es, en definitiva, una catarsis fallida, una nota disonante que arrastra al conjunto a una zona de ambigüedad tonal difícil de reconciliar.

IV. Una anomalía fascinante

Y sin embargo, como ocurre con ciertas piezas deformes del arte, es precisamente esta disonancia lo que convierte a Blue jean cop en un objeto de estudio valioso. Es una película que no supo —o no quiso— encontrar su centro, y en su desvío, en su incapacidad para estabilizarse, halla su valor más singular. En su primera hora y veinte, es un testimonio sucio y vigoroso de la ciudad como infierno; en su epílogo, un acto de traición hacia sí misma, casi una alegoría de la corrupción interna del relato.

Vista hoy, con distancia histórica, Blue jean cop se nos revela como el espejo de una época donde el cine de acción aún no había sido completamente fagocitado por la fórmula y el algoritmo. Es una obra fronteriza, tan imperfecta como irrepetible, que merece un lugar —aunque sea incómodo— en la galería de las películas que se atrevieron a descarrilar.

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