La decadencia del cine a través de Halloween: el peso del tiempo y la pérdida de esencia
La decadencia del cine a través de Halloween: el peso del tiempo y la pérdida de esencia
El cine es un arte en constante evolución, pero no siempre esta evolución significa progreso. Muchas veces, lo que se gana en técnica se pierde en autenticidad, y los remakes o secuelas modernas de clásicos parecen ser la prueba irrefutable de que la industria cinematográfica ha caído en una espiral de reciclaje sin alma. Un claro ejemplo de esta pérdida de esencia es la comparación entre Halloween (1978) de John Carpenter y su continuación de 2018 dirigida por David Gordon Green. Al analizar ambos films, se hace evidente cómo el cine ha dejado atrás la atmósfera, el minimalismo y la maestría visual en favor de una narrativa sobrecargada, efectismos innecesarios y una dependencia excesiva de la nostalgia.
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Halloween (1978): la maestría del minimalismo
John Carpenter logró, con un presupuesto limitado y una dirección precisa, crear uno de los momentos más terroríficos de la historia del cine. Con apenas 21 días de rodaje y 325.000 dólares, Carpenter y el director de fotografía Dean Cundey construyeron una película cuya simpleza es su mayor virtud. El film juega magistralmente con el encuadre y la profundidad de campo, obligando al espectador a examinar cada rincón de la pantalla en busca de la presencia ominosa de Michael Myers. Su dualidad cromática —con tonalidades frías en los exteriores y cálidas en los interiores— refuerza el contraste entre el peligro acechante y la ilusoria seguridad del hogar.
Además, Carpenter no necesita explicaciones grandilocuentes para dotar a su antagonista de un aura aterradora. Myers es la maldad pura, una figura fantasmal que encarna el miedo irracional. Su presencia en pantalla está cuidadosamente medida, dejando que la imaginación del espectador haga gran parte del trabajo. Esta economía de medios, que potencia la inmersión y la angustia, es un testamento a la eficacia del cine clásico de terror.
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Halloween (2018): el exceso disfrazado de homenaje
Cuatro décadas después, Halloween regresó con una secuela directa que prometía recuperar la esencia del original. Sin embargo, aunque David Gordon Green demuestra respeto por el material base, la película se pierde en una sobrecarga de subtextos y elementos metatextuales que terminan diluyendo su impacto.
Si bien Jamie Lee Curtis brilla en su regreso como Laurie Strode, su personaje es reformulado en clave de empoderamiento contemporáneo, transformándola en una especie de Sarah Connor que, aunque funcional en la trama, rompe con la vulnerabilidad que la hizo memorable en 1978. La narrativa introduce a tres generaciones de mujeres Strode y presenta a Myers como una metáfora del trauma y la violencia masculina, pero en el proceso, pierde la atmósfera de terror puro que definía el original.
Además, el film cae en la tendencia moderna de suavizar el horror con humor, utilizando personajes secundarios como válvulas de escape cómicas. Esta estrategia, lejos de enriquecer la experiencia, reduce la tensión y aleja a la película del tono opresivo que hacía del Halloween de Carpenter un clásico del terror.
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El declive del cine y la nostalgia mal entendida
El problema no es solo Halloween (2018), sino una tendencia generalizada en el cine actual. Las continuaciones y remakes de clásicos rara vez logran capturar el espíritu del original porque buscan actualizarlo a una audiencia moderna sin entender qué hizo que la obra primigenia funcionara. Mientras Carpenter jugaba con el fuera de campo y el sonido para generar angustia, Green opta por mostrarlo todo, perdiendo el misterio. Mientras el Halloween original planteaba una historia simple pero efectiva, su continuación moderna introduce capas y capas de subtexto que terminan por opacar la esencia del terror puro.
El cine, como cualquier arte, cambia con el tiempo. Pero si esta evolución implica la pérdida de la atmósfera, la sutilidad y el impacto genuino, quizá no estemos ante un progreso, sino ante un retroceso disfrazado de modernidad. Y Halloween, en sus dos versiones, es el reflejo de cómo el tiempo no siempre mejora las cosas.