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Ashitaka Miyazaki


Seguramente sean las dos princesas, Kaguya y Mononoke las que mejor retratan la personalidad de los dos genios de Ghibli. Si Takahata es puro talento, realidad y costumbrismo, Miyaki es lo mismo en términos de arte, fantasía e idealización de nuestro mundo y ahí, en esa idealización, es donde La Princesa Mononoke saca lo mejor de Miyazaki o más bien, saca su lado más salvaje e incontrolable lo que claro está, termina desembocando en genialidad.

Un plano donde aparece por primera vez Mononoke con el rostro ensangrentado, es el símil perfecto de lo distinta que es esta princesa al ser comparada con la fragilidad de Kaguya y es ahí donde vemos la mayor potencia creativa de Miyazaki comparada con la de su compañero, amigo y rival. Seguramente hay películas más reconocibles del universo Miyazaki como por ejemplo El Viaje de Chihiro o Mi Vecino Totoro pero, ninguna obra del director alcanza la potencia bruta de la historia de Mononoke y Ashitaka. El espíritu vengador que vemos en el filme no entiende de reglas fílmicas ni sociales. La obra sobrepasa el canon de la compañía y del propia artista para introducirnos en un viaje de violencia y venganza que no deja claro nunca si el fin justifica los medios o los medios son realmente el fin de la historia que se nos cuenta. Es justo a mitad de metraje cuando el espectador empieza a no tener claro dónde está el lado de la luz o el de la oscuridad, ya que sólo Ashitaka (mañana brillante) parece mantener la cordura hasta que eso sí, queda poseído por los mismos espíritus malignos del bosque. Su brazo, símil del brazo creativo de Miyazaki, expulsa violencia incontrolable en una especie de río de tinta fangosa, esa misma que sale de la pluma y del brazo de Miyazaki en esta película o expresión de arte, fuerza y venganza que parece mostrarnos uno de los mayores genios creativos que ha dado el cine.

Sin duda, cada uno puede mayor cariño a una u otras obras del autor pero, lo que no se puede negar es que La Princesa Monoke es el «Vértigo» de su director, es la obra donde lo consciente y racional se deja dominar por el talento más animal. Quizás Toshio Suzuki fue el «culpable» de sacar toda la ira y potencial de su director estrella.