La Carta es una obra comedida en su concepción. Una película de perfil bajo en su preparación que se destapa como algo muy grande por medio del talento de su equipo creativo del que destacamos a su guionista, a su director de fotografía, a su director y a su actriz principal, reina absoluta de la función junto a los planos secuencia de William Wyler, los claroscuros y enrejados de Tony Gaudio y los diálogos de Howard Koch. Por supuesto no vamos a olvidar la música de Max Steiner.
La Carta no es ambiciosa y se reduce a unos pocos lugares que la convierten en una obra de esas que podemos llamar, teatrales, como también lo es la actuación de Bette Davis, pero, ese minimalismo de la puesta en escena inicial se convierte en canibalismo cuando vemos las miradas expresivas de la Davis y la concepción de secuencias de Wyler. A la media hora de película, el abogado Howard Joyce (magistral James Stephenson) se encuentra en la habitación de la penitenciaría con Leslie Crosbie (Bette Davis). El abogado pregunta a la acusada sobre sus últimas conversaciones con el asesinado Geoffrey Hammond. Stephenson gira sobre sí, se dirige al fondo de la habitación, vuelve a girar, pasa al lado de Davis y se sienta delante de ella dando la espalda a la cámara. Desde que ella entra en la habitación, Wyler usa un plano secuencia donde sólo ha realizado unas correcciones mientras los actores se mueven por la habitación.
La conversación entre los dos actores continúa. Él pregunta, ella responde. Pero no existe contra-plano. Wyler, durante esta conversación mantiene todo el rato a Stephenson de espalda, y nos regala unos silencios entre pregunta y respuesta y unos gestos de Davis que son minutos de oro en el cine.
Cuando Leslie Crosbie le dice a Howard:
Howard, te juro que yo nunca he escrito esa carta.
Por fin llega el contra-plano. Y es entonces, cuando Wyler da por terminado este hermoso plano secuencia de cuatro minutos que percibo la magia de lo que he visto.
La fotografía es irreprochable, de una gran belleza estética y de un simbolismo extremadamente convincente. Todo está cuidado para contar una historia que no pierde el interés en ningún momento y que no renuncia a adentrarnos en la dudosa materia de la que está formado nuestro interior, tanto en su aspecto emocional como en el de los valores éticos. El trabajo de los actores, como digo, hacen transparente la contradicción que en muchas ocasiones nos encontramos entre los diferentes planos que conforman nuestra realidad como seres humanos.
Al terminar de ver la obra uno se da cuenta que la escasez de planos ayuda a sentir la historia como algo mucho más natural y vivo que lo que se siente con la forma actual de concebir el cine a base del cambio continuo de estos. Esta claro que el diseño a base de largas secuencias es más difícil de planificar y no respeta el error de filmación y actuación pero, es lo menos que se le puede exigir a los creadores de este caro arte llamado cine.