Exploradores

Exploradores

Hemos mencionado ya en más de una ocasión que, de entre todos los jóvenes talentos surgidos bajo la égida de la célebre factoría Amblin, Joe Dante se erige, sin duda alguna, como el más audaz y disruptivo, el auténtico enfant terrible de su generación. En 1985, año crucial para Amblin con el lanzamiento de obras tan icónicas como Los Goonies de Richard Donner, Regreso al futuro de Robert Zemeckis y El secreto de la pirámide de Barry Levinson, Dante osó trazar un camino paralelo, gestando una producción propia bajo el título de Exploradores, que, sin duda, aspiraba a emular el inconfundible sello Amblin.

Crítica de la película

El cine de fantasía de los años 80, particularmente el dirigido a un público juvenil, poseía la envidiable capacidad de transportar al espectador hacia un universo donde lo inverosímil se tornaba posible. Sin duda, Exploradores buscaba replicar ese anhelo, sumergiendo al público en un relato donde los sueños más descabellados adquirían cuerpo y forma.

La historia se centra en Ben Crandall, un joven común y corriente, fascinado por las mujeres y profundamente obsesionado con el cine de ciencia ficción y los extraterrestres. Su imaginación se ve desbordada por la posibilidad de vida alienígena y los misterios que albergan las estrellas. De forma insólita, Ben comienza a experimentar sueños recurrentes que le revelan un complejo circuito con una clave científica escondida. Junto a su amigo Wolfgang, un prodigio intelectual nacido en el seno de una familia típicamente alegre y disfuncional, logran recrear dicho circuito en un ordenador, lo que provoca la aparición de una enigmática burbuja de energía con la capacidad de cambiar de tamaño y desplazarse a gran velocidad. Esta burbuja, además, puede contener en su interior a un ser humano. Motivado por el deseo de realizar su más grande sueño —viajar al espacio—, Ben convence a Wolfgang y a su amigo Darren de construir una pequeña nave espacial que puedan introducir en la burbuja para embarcarse en una aventura cósmica. Una quimera infantil, sin duda, pero no por ello menos cautivadora.

Lobby card ochentoso de Exploradores de Joe Dante

Joe Dante, que se había consolidado como maestro del cine de terror a finales de los años 70 con títulos como Piraña y Aullidos, transmutó en un auténtico genio del entretenimiento durante la siguiente década, regalándonos cintas inolvidables como El chip prodigioso, la irreverente No matarás… al vecino, o la inolvidable Gremlins. Tras el arrollador éxito de esta última, Dante, fascinado por el guion de Eric Luke —un proyecto que había deambulado de despacho en despacho sin lograr luz verde hasta recalar en Paramount Pictures— decidió embarcarse en lo que sería su particular incursión en la fantasía y ciencia ficción familiar.

En medio del fervor causado por producciones como E.T., el extraterrestre o Los Goonies, ambas tan cercanas temporalmente a Exploradores, los ejecutivos de Paramount vieron una oportunidad en esta nueva propuesta. Inicialmente, Wolfgang Petersen fue considerado como el director ideal, pero finalmente optó por dirigir Enemigo mío para la Fox. El éxito de Gremlins posicionó a Dante como el candidato idóneo, entusiasmado ante la posibilidad de repetir en el género fantástico.

Así, Exploradores se erige como una pieza representativa del cine juvenil americano de los años 80, impregnada de un encanto inefable, una ternura y un sentido de la aventura que, lamentablemente, se han ido diluyendo en el cine contemporáneo. Las influencias de películas como Tron, Star Wars y, por supuesto, las ya mencionadas Los Goonies y E.T. son palpables, y tanto Dante como Luke rinden un homenaje claro al cine clásico de ciencia ficción, como se evidencia en las múltiples referencias a joyas del género, tales como Vinieron del espacio, La guerra de los mundos o Ultimátum a la Tierra.

Sin embargo, pese a los esfuerzos de Dante y al virtuosismo técnico de Rob Bottin en los efectos especiales, la película adolece de ciertas debilidades. El guion resulta inconsistente y no aporta novedad a la temática de los «niños aventureros». La química entre los protagonistas es, por momentos, forzada, y los desajustes narrativos, especialmente en el tercio final, generan situaciones absurdas y desconcertantes. Todo ello contribuye a que Exploradores no alcance el estatus de clásico que, bajo otras circunstancias, podría haber logrado.

La principal razón de este tropiezo radica en las limitaciones impuestas a Dante. La premura con la que los ejecutivos adelantaron la fecha de estreno forzó al director a abandonar una gran cantidad de material en la sala de montaje, privando al filme de una visión más depurada y coherente. Los jóvenes Ethan Hawke, River Phoenix y Jason Presson no logran conectar del todo con el público, en particular Phoenix y Presson, cuyas interpretaciones resultan irritantes. Por otro lado, las apariciones de figuras veteranas como James Cromwell y el inseparable de Dante, Dick Miller, se ven recortadas por falta de tiempo.

El momento más memorable de la película quizás sea cuando los extraterrestres revelan a los jóvenes su visión pesimista sobre la humanidad, un mensaje que, con mayor libertad creativa, Dante podría haber profundizado con mayor destreza. A pesar de su fracaso en taquilla, con el tiempo Exploradores ha adquirido el estatus de cinta de culto entre los aficionados al género.

En última instancia, uno no puede evitar preguntarse cómo habría sido la película si hubiera sido realizada bajo el ala protectora de Spielberg y Amblin, pues sin duda podría haber alcanzado el lugar reservado a los grandes clásicos juveniles de la época. Aún así, sigue siendo una obra representativa del estilo Amblin, digna de ser revisitada.

Un ejemplo de esta amputación creativa se halla en el final original de la película, que ofrecía una reflexión mucho más aguda sobre la naturaleza de los sueños, el escapismo infantil y el desencanto inherente al contacto con lo desconocido. Este final, que algunos han descrito como onírico y existencial, fue suprimido en favor de un desenlace más ligero y accesible, en consonancia con las expectativas comerciales de la época.

Esta intervención es, en sí misma, una ilustración paradigmática de las tensiones entre la industria cinematográfica y la autoría artística, una constante en la obra de Joe Dante, quien ha declarado en diversas entrevistas su frustración ante la imposibilidad de realizar Exploradores tal como la había concebido originalmente. Curiosamente, esta circunstancia no solo condicionó la recepción inicial de la película, sino que contribuyó a su posterior redescubrimiento, ya que con el paso del tiempo, ese halo de «obra incompleta» ha dotado al filme de un carácter aún más enigmático y entrañable para los aficionados al cine fantástico.

LOS 3 CHIFLADOS

Un detalle singular y fascinante sobre Exploradores radica en la elección de sus protagonistas, en particular, el casting de un joven River Phoenix, quien haría su debut cinematográfico en esta película. Phoenix, que más tarde sería celebrado como uno de los talentos más prometedores de su generación, encarnó al personaje de Wolfgang Müller, un genio precoz atrapado en una familia caóticamente pintoresca. Lo que resulta notable es que, en sus primeros días en el set, Phoenix, aún inseguro en su nueva condición de actor, insistía en realizar sus líneas con un pesado acento alemán, con la intención de subrayar las raíces germánicas de su personaje.

Este curioso detalle de actuación fue, sin embargo, objeto de debate. Joe Dante, aunque apreciaba el entusiasmo y el compromiso del joven intérprete, consideró que el acento podría distraer al público y restar verosimilitud al conjunto de la película. Así, tras varias conversaciones entre el director y el actor, se optó por suavizar el acento, dejando apenas un leve atisbo del origen cultural del personaje. Esta decisión, en apariencia minúscula, es un testimonio de la sensibilidad de Dante hacia los matices de la interpretación juvenil y su capacidad para equilibrar el realismo y la fantasía en la construcción de personajes.

No obstante, este episodio ofrece un indicio de la singularidad y la meticulosidad que ya caracterizaban a Phoenix, rasgos que más tarde definirían su corta pero brillante carrera en Hollywood. Así, Exploradores, más allá de su narrativa de ciencia ficción, se erige también como un documento inicial del nacimiento de una estrella, cuyo talento emergente sería reconocido en los años venideros.

Este episodio subraya cómo las dinámicas entre director y actor en una obra que, en su concepción, es pura fantasía juvenil, pueden incidir directamente en la creación de personajes que perduren en la memoria colectiva del cine.

Otro detalle digno de análisis, especialmente desde una perspectiva académica, es el tratamiento que Exploradores hace de la ciencia y la tecnología, elementos que en la década de los 80 comenzaron a redefinir los imaginarios del cine juvenil y de ciencia ficción. En este sentido, la película de Joe Dante se adscribe a una tendencia que, con obras como Tron o Star Wars, situó el avance tecnológico en el centro de la narrativa, pero lo hizo desde una óptica marcadamente lúdica y utópica, propia de la era pre-digital.

El circuito que los protagonistas recrean, y que da lugar a la burbuja de energía con propiedades físicas extraordinarias, no solo funciona como un dispositivo narrativo central, sino que es un símbolo claro del optimismo tecnológico que impregnaba a la sociedad de aquel entonces. En la película, la tecnología no es retratada como una amenaza o una fuerza de control, sino como una extensión del deseo humano de explorar, de desafiar los límites del conocimiento y de alcanzar lo desconocido. Este enfoque es profundamente representativo del ethos cultural de los 80, una época en la que la informática y la exploración espacial se presentaban ante el público con un aura de maravilla y promesa.

Lo interesante, y lo que otorga a Exploradores un matiz más profundo, es que esta visión se entrelaza con un homenaje explícito al cine de ciencia ficción clásico, especialmente a las películas de los años 50. La construcción de la nave espacial por los tres adolescentes, un proyecto de bricolaje casi inocente, es un guiño a los tiempos en que los viajes espaciales y los encuentros con alienígenas eran fantasías pulp antes de convertirse en realidades técnicas. A través de esta fusión de ciencia ficcional “naïve” con la entonces incipiente era digital, Dante establece un diálogo entre dos épocas del cine y de la tecnología, vinculando la nostalgia de un pasado cinematográfico con el futuro que apenas comenzaba a vislumbrarse.

Este uso de la tecnología como vector de aventura y descubrimiento —y no de destrucción, como sería el caso en muchas películas de ciencia ficción posteriores— convierte a Exploradores en una obra casi utópica dentro del género, una rareza que refleja el espíritu de su tiempo y su fe en las posibilidades de la ciencia. Sin embargo, esta confianza también se ve matizada por el desencanto que experimentan los protagonistas al encontrarse finalmente con los extraterrestres, cuya visión del ser humano resulta inquietantemente pesimista. Aquí, Dante introduce un giro filosófico al relato, sugiriendo que, aunque la tecnología puede llevarnos más lejos de lo que nunca habríamos imaginado, los dilemas éticos y existenciales siguen siendo intrínsecos a nuestra condición humana.