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Tras haber alcanzado un notable éxito en Hollywood, consolidándose como uno de los directores más destacados de su tiempo, Otto Preminger (Bonjour Tristesse, Exodus) se aventuró en Londres para realizar esta inquietante obra que se sumerge en una trama grotesca y deliberadamente perturbadora. La película narra la angustiosa odisea de una madre estadounidense, interpretada por Carol Lynley, quien se enfrenta a la desesperante desaparición de su hija en plena luz del día. La investigación que se despliega ante ella se convierte en un laberinto oscuro, un rompecabezas siniestro donde cada pieza parece desvanecerse en la bruma de la desesperación, reflejando así la fragilidad de la condición humana.

El rapto de Bunny Lake

Preminger, considerado uno de los grandes cineastas europeos que cruzaron el Atlántico, despliega una cuidada puesta en escena que, a través de su magistral uso del blanco y negro, logra insuflar a la narrativa una poderosa fuerza visual, característica de un director de raíces germánicas. Aunque su legado está indisolublemente asociado a obras como Laura, Al borde del peligro y Anatomía de un asesinato, con El rapto de Bunny Lake logra concebir una de sus narrativas más intrigantes. A pesar de su fracaso comercial y crítico en el momento de su estreno, esta película ha sido revalorada con el tiempo como una joya de culto, evocando un estilo hitchcockiano en terrenos que el propio maestro del suspense nunca exploró.

El rapto de Bunny Lake

Aparte de la maestría de Otto Preminger al contar esta intrincada historia, las interpretaciones de Carol Lynley y Keir Dullea se erigen como pilares fundamentales que sostienen la calidad del filme. La madre, en su búsqueda incesante, no desmerece en absoluto en las interacciones que comparte con el comisario Newhouse, interpretado por el venerado Laurence Olivier. Sin embargo, es el contexto visual, ese Londres de los años sesenta, que se plasma en una paleta de tonos sombríos y contrastantes, lo que le confiere a la película un aura casi etérea. La banda sonora de Paul Glass, inquietante y envolvente, también juega un papel crucial al exacerbar el miedo y la desconfianza que permea cada escena, elevando así la atmósfera de incertidumbre.

Preminger, con una destreza admirable, logra mantener un equilibrio que no solo satisface al espectador más tradicional del género, sino que también ofrece un trasfondo psicológico más profundo, desafiando ciertos tabúes de la época. En la misma línea de otros grandes thrillers de su tiempo, como ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver, El rapto de Bunny Lake se erige como un paradigma del cine psicológico de los años sesenta, un ejercicio narrativo que trasciende su época.

El clímax se alcanza en la inquietante tienda de muñecas, donde los juegos de luz y sombra evocan reminiscencias del expresionismo alemán, dotando a la narrativa de un aire macabro que intensifica la tensión del relato. La utilización de ángulos de cámara innovadores y una narrativa sin interrupciones multiplican la intensidad de la experiencia, creando una atmósfera de claustrofobia que atrapa al espectador en la angustia de la protagonista. La orquestación visual y sonora de Preminger culmina en una obra que, aunque a menudo pasó desapercibida en su tiempo, merece ser reconsiderada y celebrada como una de las grandes contribuciones al cine de suspense psicológico. La profundidad de su trama, la riqueza de sus personajes y la brillantez de su dirección hacen de El rapto de Bunny Lake un hito que continúa resonando en el imaginario cinematográfico contemporáneo.