Ver Hausu (House, 1977)
Sumergirse en Hausu es como atravesar el umbral de un sueño febril donde las leyes de la lógica han sido devoradas por un piano insaciable. Esta película, más que un relato, es una experiencia sensorial que embriaga y desorienta, como un collage compuesto por fragmentos arrancados de un poema surrealista. Es el encuentro de lo grotesco y lo sublime, un choque entre la pureza infantil y los terrores más primitivos, un lienzo fauvista animado donde los colores, las formas y las emociones se despliegan sin ataduras racionales.
Al igual que las visiones de Piranesi, donde las escaleras conducen al abismo y los espacios desafían la perspectiva, Hausu construye un universo en el que cada rincón guarda una sorpresa ominosa. Su narrativa, despojada de toda previsibilidad, se asemeja a las dislocaciones temporales de El año pasado en Marienbad o a la imaginería psicoanalítica que brota en Un perro andaluz. Ver Hausu (House, 1977)
Nobuhiko Obayashi parece guiarnos como un demiurgo excéntrico, desplegando ante nuestros ojos un espectáculo que desafía la percepción y cuestiona los códigos del cine convencional. En Hausu, la casa encantada es mucho más que un espacio físico: es un laberinto simbólico, un teatro onírico donde el subconsciente, con todas sus ansiedades y maravillas, toma el mando. Como si Buñuel hubiese dirigido un episodio de Scooby-Doo, esta obra se mueve entre la parodia y el horror, entre el juego y la reflexión. Ver Hausu (House, 1977)
A fin de cuentas, Hausu no es simplemente una película; es una experiencia liminal, un puente hacia un cine que se atreve a existir en los márgenes, allí donde los sueños y las pesadillas convergen para revelar una verdad que la realidad, siempre tan rígida, no puede contener.
El instante adecuado para redescubrir un fenómeno incomprendido: la singularidad de Hausu (1977)
Nos encontramos ante una obra que trasciende el concepto de «cine de culto» para instalarse como un enigma irreverente y audaz. Hausu, de Nobuhiko Obayashi, es una sinfonía al exceso, un canto visual que amalgama lo grotesco, lo sublime y lo delirante. Este caleidoscopio japonés, incomprensible para las sensibilidades comerciales, invita a aquellos espíritus intrépidos a un festín sensorial. Quien se atreva a cruzar el umbral de su rareza, hallará una piedra angular de la serie B, con ecos que resuenan en obras como The Rocky Horror Picture Show (1975) y Suspiria (1977), de Dario Argento.
Contexto histórico: un año de convergencias galácticas y oníricas
1977 fue un año polarizado en el arte cinematográfico. Mientras el mundo occidental abrazaba la épica espacial de Star Wars, Japón lanzaba al imaginario colectivo una anomalía que desafiaba los cánones: Hausu. Producida por Toho, esta película dividió profundamente a su audiencia, generando adoración y rechazo con igual intensidad, como si estuviéramos frente a una obra que hubiese escapado de las páginas alucinadas de Lewis Carroll. Hausu’ (House, 1977)
El germen de Hausu es tan inusual como su ejecución. Surgida de la mente joven e irreverente de la hija de Obayashi, quien rechazaba la previsibilidad de las historias adultas, su espíritu recuerda a las disquisiciones sobre la infancia presentes en Alicia en el País de las Maravillas o las visiones surrealistas de Un perro andaluz (1929), de Buñuel y Dalí. En esta ocasión, la imaginación desbordante de una niña fue llevada al límite del absurdo por un cineasta decidido a romper todas las reglas.
Sin storyboards ni un plan claro, el rodaje se convirtió en un laboratorio creativo donde los efectos especiales se improvisaban con la misma lógica que rige un sueño febril. Al igual que las piezas más radicales del dadaísmo o las películas experimentales de Maya Deren, Hausu emerge como un collage de lo inesperado: despojada de racionalidad, pero rebosante de significado simbólico.
Una deconstrucción del género y una oda al postmodernismo
En su esencia, Hausu juega con los elementos clásicos del kwaidan eiga (cuentos japoneses de fantasmas), desfigurándolos con una sensibilidad pop psicodélica. Lo que podría haber sido una película de terror convencional se transforma en una experiencia multigenérica y fragmentada, que recuerda el espíritu irreverente de películas como Pink Flamingos (1972), de John Waters.
Obayashi utiliza el cine como un lienzo experimental: fondos pintados a mano, efectos visuales de bajo presupuesto, flashbacks que emulan el cine mudo, y una estructura narrativa que evoca las rupturas del tiempo en Last Year at Marienbad (1961), de Alain Resnais. Cada técnica está cargada de intención, pero opera al margen de cualquier norma convencional, creando un efecto de extrañamiento constante que aliena tanto como fascina.
Los iconos y símbolos de una obra irrepetible
Entre sus elementos más memorables se encuentra Snowflake, el gato que parece invocar a los espíritus y cuyo simbolismo resuena con el de figuras como el conejo blanco de Alicia. Además, los pianos devoradores, esqueletos danzantes y escenas de kung-fu surrealista otorgan a la película una cualidad única: el caos nunca ha sido tan meticulosamente encantador.
Como en las mejores obras postmodernas, Hausu no solo rompe las reglas, sino que las utiliza para construir algo profundamente subversivo. Compararla con Scary Movie sería limitar su alcance; en todo caso, su belleza plástica e innovación se acercan más al espíritu de Eraserhead (1977), de David Lynch.
Una obra que desafía el tiempo
Aunque los críticos la desdeñaron inicialmente, la historia ha reivindicado Hausu. En su llegada a Estados Unidos en 2009, fue celebrada como un artefacto único, incomprensible pero irresistible. Como ocurre con filmes subvalorados como Glass (2019), de M. Night Shyamalan, Hausu es un recordatorio de que las narrativas audaces a menudo necesitan décadas para ser comprendidas y amadas.
Hausu (House, 1977)
En definitiva, Hausu es un ejercicio de libertad artística que abraza lo onírico, lo absurdo y lo visualmente impactante. Una obra que, como 2001: A Space Odyssey (1968), no busca ser entendida, sino sentida, una experiencia que cada espectador debe descifrar en sus propios términos.