El conformista y la reinvención de la imagen cinematográfica: un arte de formas, luces y sombras
La historia del cine está marcada por momentos en los que la imagen deja de ser un mero vehículo narrativo para convertirse en un acto de pensamiento visual. El conformista (1970) de Bernardo Bertolucci, en comunión con la fotografía de Vittorio Storaro, representa uno de estos hitos, donde la estética no solo enriquece la narración, sino que la subvierte, la disecciona y la resignifica. No se trata simplemente de una obra que embellece el encuadre con una exquisita composición, sino de una película que desentraña la relación entre forma y contenido, entre luz y psicología, entre espacio y alienación. El cine, con El conformista, dejó de ser una mera proyección de la realidad para convertirse en una interrogación plástica sobre la naturaleza misma de la imagen.

El encuadre como estructura ideológica
Si la puesta en escena de Bertolucci es rigurosa, es porque obedece a una lógica visual donde la simetría y la geometría no son caprichos estilísticos, sino una manifestación del mundo que habita su protagonista, Marcello Clerici. La arquitectura fascista, con su frialdad monumental y sus perspectivas deshumanizadoras, se convierte en un reflejo del propio Clerici, un hombre que, en su deseo de encajar, ha reducido su propia existencia a un sistema de líneas rectas, a un mecanismo sin fisuras. Aquí, la imagen no ilustra el drama: lo constituye. La estructura visual de El conformista es la encarnación de su discurso ideológico, de la alienación que oprime y de la belleza perversa del orden totalitario.

La luz y la sombra como relato interior
Pocos directores de fotografía han entendido el poder psicológico de la luz como Vittorio Storaro. En El conformista, cada fuente luminosa es una manifestación del conflicto interno del protagonista. La alternancia entre luz y sombra, entre espacios cegadores y penumbras opresivas, no es un recurso expresionista arbitrario, sino una forma de exteriorizar el dilema moral del personaje. La luz dorada de los recuerdos, la penumbra azulada de la conspiración, la brutalidad de los contrastes que marcan el presente de Clerici: cada decisión lumínica es una pincelada en el retrato de su alma.

El color como arquitectura emocional
Si la luz modela el tiempo y el espacio en El conformista, el color lo impregna de sentido. La película establece una dialéctica cromática donde los tonos cálidos y fríos se disputan el dominio de la imagen. Los ocres, marrones y dorados de la Italia fascista no solo evocan una época, sino que encapsulan la nostalgia deformada de Clerici por un mundo ordenado. En contraste, los azules de París o los verdes de la naturaleza desafían esta construcción visual, anunciando la posibilidad de otra realidad, una que nunca podrá alcanzar. El cine de Bertolucci, a través del diseño cromático de Storaro, nos habla con el color tanto como con la acción, otorgándole una dimensión casi metafísica a la imagen cinematográfica.

El legado de una revolución estética
Lo que El conformista consolidó no fue solo un estilo, sino una filosofía del cine. Su influencia es palpable en la evolución del cine moderno, desde la meticulosa composición de Kubrick hasta la poesía visual de Wong Kar-wai. Su lección es clara: la imagen no es solo un acompañamiento de la historia, sino una arquitectura que sostiene el pensamiento cinematográfico. Ver El conformista es entender que el cine no solo se ve, sino que se experimenta en cada línea, en cada luz, en cada color. La imagen, bajo la mirada de Bertolucci y Storaro, no es solo una representación del mundo: es una revelación.

El conformista (1970): la revolución estética de Bertolucci y Storaro
En la historia del cine, pocas películas han redefinido el lenguaje visual con la contundencia de El conformista (1970). La alianza entre Bernardo Bertolucci y Vittorio Storaro no solo cimentó una estética inconfundible, sino que también estableció un nuevo paradigma en la concepción de la imagen cinematográfica. Desde su estreno, esta obra ha sido una piedra angular en el desarrollo de la fotografía, la composición, la puesta en escena, el uso del color y la iluminación, ejerciendo una influencia innegable en generaciones de cineastas posteriores.

La luz como discurso ideológico
Storaro, en su primera gran colaboración con Bertolucci, no se limitó a iluminar espacios: esculpió volúmenes, moduló emociones y tradujo los estados psicológicos del protagonista en claroscuros cambiantes. La luz en El conformista no es meramente naturalista ni expresionista; es un puente entre ambas, una suerte de neoclasicismo cinematográfico que mezcla el rigor pictórico del Renacimiento con las sombras marcadas del noir. La presencia recurrente de luces sesgadas, encuadres velados por celosías y una atmósfera que se siente etérea pero opresiva consolidaron una estética que cineastas como Francis Ford Coppola en The Godfather (1972) y Ridley Scott en Blade Runner (1982) adoptarían con fervor.

Composición y geometría del poder
Bertolucci y Storaro concibieron una puesta en escena donde la geometría tiene un peso ideológico ineludible. Los espacios fríos, de simetría inhumana y líneas rígidas subrayan la anulación del individuo dentro de la maquinaria fascista. Las figuras humanas se encajan dentro de arquitecturas que los reducen a marionetas de un orden superior, un concepto que influenciaría a cineastas como Stanley Kubrick, cuyo Barry Lyndon (1975) adoptó una rigidez similar en la composición de sus encuadres.

El color como psicología de la imagen
Si bien el cine en color ya había demostrado su capacidad narrativa en los años previos, El conformista llevó esta exploración a un nivel superior. Storaro empleó una paleta cromática que reflejaba el conflicto interior del protagonista: los ocres y marrones de la Italia fascista se alternan con los azules fríos de París, y los verdes sombríos emergen como presagio de la fatalidad. Esta codificación cromática tendría un eco en cineastas como Wong Kar-wai, cuyo uso del color en In the Mood for Love (2000) parece una relectura del poder emocional que El conformista asignó a la tonalidad visual.

Escenografía y decorado: la opresión como entorno
Los escenarios en El conformista no son meramente decorativos: son protagonistas. Los grandes salones vacíos, las oficinas monumentales y los espacios de transición (pasillos interminables, escalinatas asfixiantes) refuerzan la sensación de alienación. Esta concepción del espacio como vehículo de angustia existencial sería emulada por cineastas como David Fincher, cuyas atmósferas densas y meticulosamente diseñadas en Se7en (1995) o Zodiac (2007) comparten esa sensación de encierro conceptual.

Legado e impacto en el cine moderno
La estética de El conformista transformó el cine posterior de manera irreversible. Su influencia no solo se percibe en la gran producción hollywoodense de los setenta y ochenta, sino también en el cine de autor contemporáneo. La meticulosa construcción visual de cineastas como Paul Thomas Anderson (There Will Be Blood, 2007), Denis Villeneuve (Blade Runner 2049, 2017) y Luca Guadagnino (Call Me by Your Name, 2017) tiene raíces profundas en la alianza Bertolucci-Storaro.

Con El conformista, el cine dejó de ser solo narración y se convirtió en pintura en movimiento, en un arte donde cada fotograma es un lienzo. A más de cinco décadas de su estreno, sigue siendo una biblia estética que todo cineasta estudia y reinterpreta, perpetuando la revolución visual que Bertolucci y Storaro iniciaron en 1970.







