Crítica Rambo: Acorralado parte II
La incomprendida grandeza de Rambo: génesis del héroe lúdico
Criticada ayer, hoy y, sin duda, mañana. Sin embargo, estas arremetidas no logran opacar la verdad esencial de Rambo: una obra genial y visionaria que, como tantas otras incomprendidas, quedó atrapada entre los prejuicios de una crítica más preocupada por su discurso ideológico que por la esencia misma del cine que observaba.
Fue en 1982 cuando Sylvester Stallone, con Acorralado, sentó las bases de lo que más tarde sería el cine de acción de los años ochenta. Esta primera entrega, impregnada aún por los ecos del cine de los setenta, era más una reflexión social teñida de adrenalina que el espectáculo puro que estaba por llegar. Pero Stallone, con el instinto de un pionero, estaba ya gestando un subgénero, una nueva gramática cinematográfica. En 1985, Rambo: acorralado parte II definió esa revolución: el héroe lúdico y el ritmo vertiginoso se consolidaron como las señas de identidad de una década. Crítica Rambo: Acorralado parte II
La incomprensión de su tiempo
En su momento, la crítica miró hacia otro lado. En lugar de entender a Rambo como una obra fantástica que redefinía el entretenimiento cinematográfico, se le exigió un realismo y un peso social que no buscaba ofrecer. No pretendía diseccionar las secuelas del conflicto vietnamita ni ser un espejo de la realidad política; Rambo era un manifiesto de lo lúdico, un canto a la acción como forma pura y estilizada.
Consciente de su objetivo, Stallone se despojó de las limitaciones de la serie B para abrazar la espectacularidad de una gran producción. Cada secuencia de acción fue meticulosamente planificada, cada set piece diseñada con una ambición que superaba lo convencional. Helicópteros surcando cielos incendiados por el atardecer, junglas exuberantes que contrastaban con la furia roja del protagonista: la puesta en escena de Rambo trascendía la simple narrativa, elevándose a un plano visual casi operístico. Crítica Rambo: Acorralado parte II
El héroe como obra de arte
Para dar vida a este nuevo arquetipo, Stallone se preparó físicamente hasta alcanzar una plenitud casi escultórica. Cada músculo, cada vena, parecía tallado para reverberar en la pantalla, convirtiendo su cuerpo en un espectáculo en sí mismo. Pero no bastaba con la apariencia: el héroe necesitaba también una personalidad icónica, una identidad que resonara más allá de la historia. Aquí es donde entra la mano de James Cameron, quien, aunque crítico con el resultado final, contribuyó a forjar los cimientos de un personaje inolvidable.
Rambo no solo mostraba acción, la definía. En apenas 90 minutos, la película ofrecía un ritmo implacable, calculado al milímetro para cautivar sin respiro. La duración breve era parte del arte: como una sinfonía bien afinada, no había lugar para el aburrimiento o el exceso. Crítica Rambo: Acorralado parte II
Un legado eterno
La imagen de un helicóptero recortado contra un sol ardiente o la furia de Rambo enfrentándose a sus enemigos en parajes selváticos se han convertido en íconos imborrables del cine de acción. Rambo es más que una película; es un hito, un testamento a la capacidad del cine para reinventarse y sorprender.
Por todo esto, y mucho más que ha sido explorado en otros análisis, Rambo: acorralado parte II no solo ocupa un lugar destacado en la historia del cine de acción; es una obra que redefinió el género y que, como todas las grandes creaciones, seguirá siendo revisitada, reinterpretada y admirada por generaciones venideras.