Crítica ¿Quién es esa chica?

Crítica ¿Quién es esa chica?

Crítica ¿Quién es esa chica?

¿Quién es esa chica?: un colorido eco de inocencia fílmica

En el vasto archivo de la memoria cinéfila, hay películas que permanecen como joyas intemporales y otras que, en su momento, parecieron desentonar con las expectativas. ¿Quién es esa chica? (1987), dirigida por James Foley, pertenece a esta última categoría: un remake irreverente y desbordante de color de La fiera de mi niña (1938), el clásico inmortal de Howard Hawks. Sin embargo, años después, lo que en su día se consideró un fracaso, resplandece con un magnetismo especial que sólo el tiempo y la nostalgia saben revelar.

Un remake que navega entre dos mundos

Crítica ¿Quién es esa chica?

Madonna como musa ochentera

El corazón de la película es, sin duda, Madonna, cuyo carisma anárquico y desbordante infunde a su personaje —Nikki Finn— una energía casi hipnótica. Aunque los críticos de la época fueron despiadados, acusándola de sobreactuar y de no estar a la altura de Katharine Hepburn, su interpretación adquiere, vista hoy, un encanto fresco y desinhibido que encapsula la esencia de los ochenta: una década donde el exceso y la irreverencia eran parte de la búsqueda de identidad cultural.

El lenguaje visual: entre el videoclip y el cine

La magia de una época irrepetible

Quizá el mayor triunfo de ¿Quién es esa chica? sea su capacidad de capturar la inocencia y el optimismo característicos de su época. En un mundo donde la industria del cine estaba aún descubriendo los límites del mercado global y la cultura pop dominaba con fuerza, películas como esta no temían abrazar el absurdo y la excentricidad. Vista con los ojos de hoy, su falta de pretensiones se siente refrescante, un recordatorio de que el cine también puede ser un juego, un baile despreocupado que invita a perderse en sus colores y sonidos.

Una obra fallida, pero encantadora

Conclusión: el magnetismo de la imperfección

En definitiva, ¿Quién es esa chica? es una obra que, lejos de ser perfecta, brilla precisamente por sus imperfecciones. Es un testimonio de una época en la que la inocencia y la alegría eran parte fundamental del cine comercial, y donde la experimentación visual encontraba un espacio en el que florecer. Foley y Madonna, juntos, crearon una película que, aunque fallida en su día, hoy posee un encanto nostálgico que la eleva como una pieza singular e irrepetible. Es una obra que merece ser redescubierta, no como un reemplazo de Hawks, sino como un reflejo vibrante de los ochenta: un tiempo donde el color, la música y la excentricidad eran parte del corazón mismo del cine.

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