La mecánica del silencio: Una reflexión sobre The Mechanic (1972) de Charles Bronson
En el vasto universo del cine de acción, The Mechanic (1972) emerge como una joya atípica, un filme que trasciende las convenciones habituales del género gracias a su enfoque sobrio y existencialista. Dirigida por Michael Winner y protagonizada por un Charles Bronson en la cima de su carrera, esta película se aleja de la estridencia habitual para sumergirse en una reflexión fría y calculada sobre la naturaleza de la violencia, el oficio del asesino y la soledad inherente al profesional que vive en las sombras.
El personaje de Arthur Bishop, interpretado con la lacónica intensidad característica de Bronson, es un asesino a sueldo cuyo dominio absoluto sobre su trabajo refleja una perfección casi clínica. Sin embargo, bajo la superficie de esa imperturbabilidad se esconde una figura profundamente alienada, un hombre atrapado en una vida de mecánica repetición y desprovista de cualquier sentido emocional o moral. Bishop no mata por pasión ni por venganza, sino por deber: su vida es una coreografía de muerte donde cada movimiento, cada detonación, se ejecuta con precisión matemática, como si el acto de matar fuera un problema técnico y no una cuestión ética.
Lo que convierte a The Mechanic en una película singular dentro del cine de acción de su época es su silencio y su atmósfera de fatalismo. En lugar de diálogos frenéticos o confrontaciones ruidosas, Winner nos ofrece una narración que confía en el poder del gesto mínimo, en el peso del silencio entre sus personajes. La relación entre Bishop y su joven aprendiz, interpretado por Jan-Michael Vincent, es tan intrigante como perturbadora. El mentor se enfrenta a su propia obsolescencia a medida que introduce a la siguiente generación en un oficio tan viejo como el hombre: el arte de matar. Esta dialéctica entre el maestro y el discípulo nos conduce a una inquietante meditación sobre la traición, el legado y la inescapable naturaleza cíclica de la violencia.
En definitiva, The Mechanic no es solo una película de acción: es un estudio sobre la deshumanización progresiva en un mundo donde la eficiencia se sobrepone a la moralidad. Charles Bronson, con su economía expresiva, encarna perfectamente a un hombre que ha sido reducido a una función, un «mecánico» que, en última instancia, está tan vacío y prescindible como las máquinas que utiliza para destruir.
En el panorama contemporáneo del cine de acción, la saga The Mechanic emerge como un estudio de las tensiones inherentes al héroe postmoderno, atrapado entre la nostalgia por una era dorada y las exigencias del cine comercial actual. Partiendo de una película clásica protagonizada por Charles Bronson en la década de los setenta, este remake —y su posterior secuela— encarna no solo el reciclaje de una fórmula exitosa, sino la búsqueda de una identidad en un género que lucha por encontrar su lugar entre la autenticidad del pasado y la superficialidad de la modernidad.
A través de Arthur Bishop, un asesino meticuloso y perfeccionista, la saga explora la figura del antihéroe como síntoma de una época que ha perdido las certezas morales que definían a los héroes de antaño. En Bishop, vemos tanto la maquinaria precisa del asesino calculador como los destellos de vulnerabilidad de un hombre que busca, sin encontrar, un propósito en un mundo saturado de violencia estilizada y motivaciones ambiguas. Con un lenguaje cinematográfico que oscila entre la solemnidad y el espectáculo, The Mechanic se posiciona como una saga que, aunque anclada en los códigos de acción contemporáneos, dialoga en profundidad con el cine de acción clásico, enfrentando al espectador a la paradoja del héroe que, para sobrevivir en este nuevo orden, debe aceptar su propia autodestrucción.
CRÍTICA MECHANIC: RESURRECTION (2016)
No podemos negar que la primera entrega de esta «franquicia» resultó ser un trabajo notable dentro del cine de acción contemporáneo. Similar a lo que ocurrió con The Equalizer, esta saga parecía recoger el testigo de una película ya existente, resurgiendo a modo de «reboot», y quizás, en parte gracias a esa referencia original, el resultado fue sorprendentemente superior a lo esperado. Sin embargo, es posible que el verdadero desafío surja cuando la inspiración inicial se agota, y en lugar de evolucionar, la narrativa debe partir desde un vacío creativo.
Como bien decía el clásico film Cero en conducta, esta secuela parece merecer una calificación similar en lo que respecta a la labor de sus creadores. Arthur Bishop regresa, rebosante de testosterona ochentera, pero lo que nos ofrece es una continuación insípida que, aunque no llega a ser ofensiva, tampoco consigue forjar el vínculo necesario entre espectador y héroe, algo esencial para que este tipo de cine funcione.
El mayor problema radica en su concepción misma. El guion de Philip Shelby y Tony Mosher comete el grave error de estancarse en su propio marco, repitiendo los mismos esquemas de la primera entrega sin aportar una evolución significativa. Resurrection no es más que otro episodio autoconclusivo, carente de trascendencia; un capítulo que, si se omite, no afectará en lo más mínimo a la salud cinematográfica del espectador.
La trama es simple, casi rudimentaria: tras fingir su muerte, el exasesino vive en un retiro bucólico en Río de Janeiro bajo la identidad de Santos. Pero su tranquilidad no dura mucho. Rian Crain, su némesis, lo atrae con una trampa en la forma de Gina Thorne, una mujer que aparentemente está en peligro. Bishop la rescata, pero pronto sospecha que su encuentro no es fortuito. La verdad se revela: Gina está siendo utilizada como cebo para enamorar a Bishop y manipularlo, obligándolo a cometer una serie de asesinatos.
Con una premisa tan predecible, lo que sigue es una sucesión de personajes planos y arquetípicos: el villano es monolíticamente malvado, sin matices; Gina, una mujer decorativa, bella pero vacía de profundidad; y el héroe, invencible, enfrentándose a una estructura narrativa que recuerda más a un videojuego que a una película, con jefes finales que debe derrotar uno a uno hasta llegar al antagonista principal, quien, como es de esperar, resulta ser un hombre envejecido.
A pesar de contar con nombres de peso como Tommy Lee Jones en el papel del villano y Jessica Alba como la figura femenina de turno, las actuaciones no logran generar ninguna conexión emocional. Ni siquiera la participación de la talentosa Michelle Yeoh consigue elevar el nivel interpretativo del filme.
Lo único que realmente sostiene esta secuela es, como era de prever, Jason Statham en su habitual rol de héroe de acción. Las secuencias de combate cuerpo a cuerpo son ágiles y bien coreografiadas, haciendo uso de técnicas visuales que aceleran las escenas para intensificar la acción. Un ejemplo destacado es la escena en la piscina colgante de Sídney, que consigue mantener un mínimo de tensión.
El atractivo comercial de Statham parece asegurar la continuidad de la franquicia, a pesar de la falta de sustancia en su argumento. No obstante, si esta saga aspira a perdurar, se hace imprescindible una evolución tanto narrativa como estética. Lo que comenzó como un homenaje al cine de acción de videoclub necesita asumir mayores riesgos creativos si no quiere quedarse en el mero reciclaje de fórmulas trilladas. Porque, al fin y al cabo, si algo nos enseñaron esas viejas producciones de serie B es que, incluso dentro de los límites de lo convencional, siempre hay espacio para la originalidad y el riesgo.
The Mechanic (1972, 2011 y 2016)
CRÍTICA THE MECHANIC 1 (2011)
Lo que más se echa de menos en el cine comercial contemporáneo es, sin duda, ese inconfundible y magnético estilo ochentero que, en su momento, redefinió el cine de acción. Directores visionarios como John McTiernan y James Cameron, junto a titanes de la interpretación física como Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis, no solo dejaron su huella, sino que esculpieron un legado imborrable que aún reverbera en la conciencia colectiva. Hoy, sin su presencia, pareciera que el género de acción ha perdido su brújula moral y estética.
La nueva ola de cineastas y actores, con Michael Bay a la cabeza en el ámbito de la dirección y figuras como Vin Diesel o Jason Statham frente a las cámaras, se queda, tristemente, en un simulacro de aquel esplendor pasado. En lugar de sofisticación, la acción se ha convertido en una exageración vacua, dominada por el frenesí del montaje sobre la cuidada planificación, y con narrativas que carecen de un objetivo claro, perdiendo de vista al público al que pretenden apelar. Dentro de este panorama, nos centraremos en el londinense Jason Statham y su papel protagonista en The Mechanic.
Desde que Stallone lo situara como su sucesor en Los Mercenarios, Statham ha ocupado una posición prominente dentro del reducido círculo de los «action-actors» de la actualidad. No obstante, lejos de consolidarse como una ventaja, su prolífica filmografía en el género ha resultado más una desventaja. Sus personajes y actuaciones, lejos de enriquecer el género, lo han empobrecido, con títulos que rozan lo autorreferencial en su decadencia, como Crank o la saga Transporter. Estos filmes, si algo aportan al cine, es la esperanza de que, con su autodestrucción, se produzca un renacimiento del género.
Sin embargo, la redención es posible, y es precisamente esa sensación la que The Mechanic logra evocar. Este remake de la clásica cinta setentera protagonizada por Charles Bronson (que, por ironías del destino, también verá su Justiciero de la Noche reinventado por Bruce Willis), cumple con su cometido: ofrecer un entretenimiento honesto sin subestimar la inteligencia del espectador.
En el apartado interpretativo, el verdadero acierto no recae tanto en Statham, sino en la elección de Ben Foster. Con su mirada peculiar y su talento indiscutible, Foster aporta un nivel de profesionalidad que eleva cada una de sus interpretaciones. No obstante, es justo reconocer que Statham cumple con su rol, empezando a esbozar las pinceladas de ese carisma que lo podría consolidar como un héroe de acción contemporáneo.
Desde el punto de vista argumental, The Mechanic no busca revolucionar el género, ni lo necesita. Su trama, sencilla y directa, fluye sin mayores complicaciones, permitiendo que el verdadero foco recaiga en la acción. Y aquí es donde la película supera a muchas de las producciones actuales. No porque las escenas de acción sean un prodigio de planificación –de ser así estaríamos hablando de una obra maestra, lo cual no es el caso–, sino porque la película aborda la acción con seriedad. Aunque hay momentos que desafían la credulidad, la película se esfuerza por mantener un tono realista, algo esencial para generar empatía y tensión en el espectador. Cuando los personajes enfrentan el peligro, el riesgo se siente tangible; no son figuras indestructibles que saltan desde rascacielos para caer ilesos. Aquí, la fragilidad humana está implícita, y eso es lo que mantiene al espectador al borde de su asiento.
En resumen, The Mechanic es una recomendación ideal para aquellos que buscan un filme de acción sin mayores pretensiones intelectuales, pero con un respeto básico hacia su audiencia. Una cinta diseñada para ofrecer 90 minutos de entretenimiento sólido, dirigida a quienes saben apreciar la tensión y la adrenalina sin que los personajes parezcan salidos de una caricatura infantil.