Crítica Frankenweenie
Frankenweenie: una carta de amor a los monstruos clásicos y a la melancolía cinematográfica
La versión de Frankenweenie (2012) es una resurrección en sí misma: un acto de alquimia visual que toma el cortometraje de acción real que Tim Burton creó en 1984 y lo expande hasta convertirlo en un largometraje animado en stop-motion. Este recurso, característico del director, funciona aquí como un ritual de evocación: figuras articuladas, fotografiadas cuadro a cuadro, que no solo se mueven, sino que parecen respirar una vida prestada, una metáfora perfecta del tema central de la película.
Victor Frankenstein, un joven científico amateur, desafía las leyes de la naturaleza para devolver a la vida a su fiel perro Sparky, fallecido en un accidente. Este gesto, que podría leerse como un homenaje a la novela inmortal de Mary Shelley y al cine de terror clásico, transforma a Victor en una figura arquetípica del creador trágico, enfrentado a las impredecibles consecuencias de su acto. Sin embargo, en lugar de teñir la narrativa de un tono lúgubre, Burton elige el camino de la ternura y la nostalgia, elementos potenciados por la paleta en blanco y negro que impregna cada fotograma. Crítica Frankenweenie
La fotografía, obra de Peter Sorg, no solo recrea la estética del cine de terror de los años treinta, sino que la trasciende. Las sombras alargadas y los contrastes marcados entre luces y tinieblas capturan la esencia de películas como Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935), mientras que los detalles minuciosos del diseño de arte evocan la iconografía de la serie B de los años cincuenta. Desde los techos abovedados hasta los laboratorios chisporroteantes, cada elemento visual resuena como una nota melancólica en la sinfonía de Burton.
La banda sonora, compuesta por el inseparable Danny Elfman, actúa como el pulso emocional de la película. En sus acordes encontramos ecos de partituras góticas, como las de James Bernard para las películas de la Hammer, pero también el inconfundible sello Elfman, con sus coros etéreos y melodías que parecen balancearse entre lo macabro y lo onírico.
El guion, escrito por John August, equilibra el homenaje explícito con la capacidad de conmover. Los guiños a clásicos como Godzilla o Drácula de Bela Lugosi son descarados, casi infantiles en su entusiasmo, pero es precisamente esa sinceridad la que permite que la película funcione como una obra atemporal. No es solo un pastiche; es una celebración del cine como lenguaje universal, un altar construido con amor hacia las figuras monstruosas que habitan en nuestra memoria colectiva.
Aunque se ha criticado que Burton trabaja en «piloto automático» desde Big Fish (2003), frankenweenie desmiente en parte esa percepción. Puede que no tenga la frescura experimental de sus primeras obras ni la mordacidad de Beetlejuice (1988), pero ofrece algo más valioso: una madurez nostálgica, una mirada que se reconcilia con el pasado sin perder de vista el corazón que late en el centro de la historia.
Disney, irónicamente, redime su decisión de despedir a Burton en los años ochenta al darle luz verde para rehacer este proyecto. El resultado es una película que, aunque diseñada para un público adulto más que infantil, se siente como un regreso al hogar, un espacio donde los monstruos son celebrados y la muerte, desafiada. Es, en el mejor de los sentidos, un cuento gótico contemporáneo, un recordatorio de que las mejores historias no solo hablan de lo que perdemos, sino de lo que intentamos recuperar.
En un contexto donde la animación compite con propuestas más comerciales como Hotel Transylvania (2012), Frankenweenie se alza como una obra de autor: imperfecta, sí, pero profundamente sincera. En su ADN palpitan las influencias de la Universal, de Ray Harryhausen, e incluso de Burton mismo, en un ejercicio de autoconsciencia que, lejos de agotarse, se siente revitalizado.
El resultado es más que una película; es un espejo que refleja nuestra capacidad de amar lo que ya no está, de mantener vivos los recuerdos y de celebrar, una vez más, la magia del cine.