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Crítica Frankenweenie

Frankenweenie: una carta de amor a los monstruos clásicos y a la melancolía cinematográfica

La versión de Frankenweenie (2012) es una resurrección en sí misma: un acto de alquimia visual que toma el cortometraje de acción real que Tim Burton creó en 1984 y lo expande hasta convertirlo en un largometraje animado en stop-motion. Este recurso, característico del director, funciona aquí como un ritual de evocación: figuras articuladas, fotografiadas cuadro a cuadro, que no solo se mueven, sino que parecen respirar una vida prestada, una metáfora perfecta del tema central de la película.

Crítica Frankenweenie

La fotografía, obra de Peter Sorg, no solo recrea la estética del cine de terror de los años treinta, sino que la trasciende. Las sombras alargadas y los contrastes marcados entre luces y tinieblas capturan la esencia de películas como Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935), mientras que los detalles minuciosos del diseño de arte evocan la iconografía de la serie B de los años cincuenta. Desde los techos abovedados hasta los laboratorios chisporroteantes, cada elemento visual resuena como una nota melancólica en la sinfonía de Burton.

Aunque se ha criticado que Burton trabaja en «piloto automático» desde Big Fish (2003), frankenweenie desmiente en parte esa percepción. Puede que no tenga la frescura experimental de sus primeras obras ni la mordacidad de Beetlejuice (1988), pero ofrece algo más valioso: una madurez nostálgica, una mirada que se reconcilia con el pasado sin perder de vista el corazón que late en el centro de la historia.

En un contexto donde la animación compite con propuestas más comerciales como Hotel Transylvania (2012), Frankenweenie se alza como una obra de autor: imperfecta, sí, pero profundamente sincera. En su ADN palpitan las influencias de la Universal, de Ray Harryhausen, e incluso de Burton mismo, en un ejercicio de autoconsciencia que, lejos de agotarse, se siente revitalizado.

El resultado es más que una película; es un espejo que refleja nuestra capacidad de amar lo que ya no está, de mantener vivos los recuerdos y de celebrar, una vez más, la magia del cine.

Crítica Frankenweenie