Crítica de Una bala en la cabeza
Walter Hill, 2013
La reivindicación del cine de acción clásico
Una bala en la cabeza, dirigida por Walter Hill, se erige como un homenaje desenfadado al cine de acción ochentero, una declaración de intenciones que se entrega sin complejos a los códigos más emblemáticos de la serie B. Ambientada en una Nueva Orleans devastada tras el huracán Katrina, la historia sigue a Jimmy Bobo (Sylvester Stallone), un veterano asesino a sueldo, y su búsqueda de venganza contra Keegan, una máquina de matar que elimina sin piedad a su compañero. A regañadientes, Jimmy une fuerzas con Taylor Kwon (Sung Kang), un detective de métodos ortodoxos, en un enfrentamiento contra una red criminal que ha infiltrado las altas esferas del poder y la policía.
El regreso de Walter Hill
Desde el inicio, Una bala en la cabeza no oculta su esencia: es cine de acción clásico en su estado más puro. Walter Hill, director de obras icónicas como driver (1978) y límite: 48 horas (1982), resurge tras una década de ausencia en el largometraje. Su estilo, afilado y directo, recupera una fórmula que parecía desplazada por las tendencias del nuevo milenio, marcadas por el bullet time y la estilización extrema popularizada por los Wachowski. En este contexto, Hill nos ofrece una película que reivindica las raíces del género, desprovista de pretensiones y fiel a sus orígenes.
Una narrativa sin artificios
La trama de Una bala en la cabeza no pretende reinventar el género. Basada en la novela gráfica de Alexis Nolent, el guion opta por la simplicidad narrativa: una historia lineal de venganza y redención con todos los elementos característicos del cine de acción clásico. Desde los chascarrillos cargados de sarcasmo hasta los duelos armados coreografiados con precisión, la película mantiene un ritmo dinámico que se ajusta al disfrute inmediato del espectador.
Hill incorpora toques de western moderno, con armónicas melancólicas y paisajes urbanos decadentes que sitúan la acción en una Nueva Orleans desgarrada, un marco perfecto para este relato de antihéroes. Además, su estructura de buddy movie, aunque predecible, logra transmitir cierta nostalgia hacia el cine de parejas disparejas de décadas pasadas, a pesar de que la química entre Stallone y Kang resulta irregular. Crítica de Una bala en la cabeza
Un reparto entre lo mítico y lo funcional
El elenco refuerza el carácter intencionalmente nostálgico de la película. Sylvester Stallone asume su papel con una comodidad que solo alguien de su trayectoria puede ofrecer, mientras que Jason Momoa encarna a Keegan, un villano físicamente imponente pero carente de la profundidad y el carisma de los antagonistas más memorables del género. Sarah Shahi, como la hija del contacto de Jimmy, aporta un toque visual refrescante, aunque su personaje queda relegado a un rol secundario.
No obstante, el punto más débil del reparto es Sung Kang, cuya interpretación como Taylor Kwon carece del magnetismo necesario para igualar a Stallone. En una buddy movie, la interacción entre los protagonistas debería ser el motor emocional de la narrativa, pero aquí se siente más como una obligación funcional que como una verdadera asociación.
La honestidad de lo simple
La mayor virtud de Una bala en la cabeza reside en su honestidad. Walter Hill no pretende engañar al espectador: es un ejercicio de cine de acción clásico, directo y sin adornos superfluos. Es un relato diseñado para entretener y para recuperar el placer simple de los disparos, las persecuciones y los enfrentamientos físicos, todo aderezado con frases lapidarias que evocan la época dorada del género. Crítica de Una bala en la cabeza
En su sencillez, la película logra conectar con quienes aprecian el cine de acción sin artificios, un cine que no busca ser elevado o filosófico, sino simplemente recordar que, a veces, la diversión reside en lo visceral. Con todo, Una bala en la cabeza no aspira a ser un referente moderno del género, pero sí a reivindicar las raíces de un cine que, aunque aparentemente pasado de moda, sigue teniendo mucho que ofrecer.