Puntuación: *****

El estreno de Toro, nos hace recordar la crítica de su filme anterior, una película genial que nos descubrió a una de las grandes promesas o ya realidad del cine español de los próximos años.
\’\’Año 2041. Un futuro cercano en el que los seres humanos viven acompañados de criaturas mecánicas. 
Álex, un reputado ingeniero cibernético, regresa a Santa Irene con un encargo muy específico de la Facultad de Robótica: la creación de un niño robot. Durante diez años de ausencia, la vida ha seguido su curso para su hermano David y para Lana, quien, tras la marcha de Álex, ha rehecho su vida.
La rutina de Álex se verá alterada de forma casual e inesperada por Eva, la increíble hija de Lana y David, una niña especial, magnética, que desde el primer momento establece una relación de complicidad con Álex. Juntos emprenderán un viaje que les precipitará hacia un final revelador.\’\’



El cine español recibió otra obra a celebrar, y de nuevo, de manos de otro debutante, Kike Maíllo. Llevaba más de año y medio esperando, con muchísimas ganas, ver esta obra que apuntaba maneras, así como un pequeño paso en lo que a efectos especiales se refiere para el cine patrio, ya que en su teaser trailer se mostraba una escena realizada milimétricamente, y con asombrosa solidez todo hay que decirlo, en la que se nos presentaba a un robot y un científico (interpretado por un convincente Daniel Brühl) donde ambos interactuaban entre sí, y haciendo de ello un proyecto donde la imaginería visual rememoraba a los grandes clásicos de la ciencia ficción. ¿Y esto estaba realizado por españoles? Se preguntaron muchos. Pues sí, pese a la tirria y los topicazos del público que sigue pensando que nuestro cine se resume a tetas, travelos y guerra civil. Y es que, como decía Antonio Machado, lo que se ignora se desprecia.
Y de esta forma, nos ha llegado EVA, con tan solo un presupuesto de 4 millones de euros, se convierte en un regalo para los sentidos, ya sea por su nivel artístico, donde los paisajes nevados se mezclan con un acertado y acogedor estilo retro (en este sentido me viene a la cabeza otra obra destacable de la sci-fi que usaba el mismo recurso como es Gattaca de 1997, dirigida por Andrew Niccol) en mezcolanza con la tecnología más vanguardista, los robots, las inteligencias artificiales y las emocionales, los recuerdos. O la música, realizada como si se nos estuviera contando un cuento, creada por Evgueni Galperine, y que recuerda vagamente a Danny Elfman en las películas de Tim Burton. O la excelentísima fotografía de Arnau Vals Collomer, siempre presentando el mundo real, las calles y el ser humano como algo frío y carente de vida, con grises a tutiplén, en contraste con una gama de naranjas, sepias y cálidos cuando nos acercamos al mundo electrónico, en una más que evidente crítica a la realidad que estamos construyendo, y quien no sea esclavo de un ordenador, smartphone, tablet o red social que tire la primera piedra… (por cierto, el rodaje tuvo lugar en el Pirineo Aragonés y en Suiza, otro claro ejemplo de cómo localizar un lugar perfecto). Pero la fuerza de este conjunto no sería nada sin el guión. Sin historia, ni personajes, no habría nada. La historia lo es todo.

Tomando como base las leyes de la robótica de Asimov, el guión de Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca y Aintza Serra nos narra una historia intimista sobre la familia, la construcción de ésta y el conflicto que surge de la misma, el pasado que siempre vuelve, la nostalgia y hacia dónde puede ir la humanidad, el amor y las consecuencias de ello, todo con una sutileza pasmosa que nos envuelve en una burbuja y nos lleva de la mano hasta un final que para nada se intuye feliz, tal y como se deja vislumbrar desde su primera escena donde el personaje interpretado por Marta Etura se encuentra al borde de un abismo. También destacar la construcción de personajes, empezando por la misma Eva (Claudia Vega, la naturalidad personificada) y terminando por los secundarios como Max (un gracioso y mécanico Lluis Homar que lo borda) y el gato robótico de Alex, entre otros ya mencionados.

El director, Kike Maíllo, sabe dónde poner la cámara en todo momento, sus composiciones y encuadres son inteligentes, apoyándose en un montaje equilibrado y sereno, sin recurrir a efectismos propios de este tipo de producciones. En conclusión, estamos sin duda alguna ante una de las grandes de este año que, nuevamente, pasará desapercibida para el público mayoritario, pero que viene a dar otro soplo de aire fresco a nuestro cine, y que resalta, una vez más, que tenemos una cantera de cineastas con ganas de contar historias, y sobretodo, hacer buen cine. Nada que envidiar a propuestas como I.A. de Steven Spielberg, qué quieren que les diga. Me quedo con la sobriedad y solidez de EVA mil veces, y no quiero ni pensar qué hubiera sido de este proyecto con un mayor presupuesto, Kike Maíllo, tengo ganas de ver otra película tuya. Así, a pelo.

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