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Estaba todo preparado y ordenado, perfecto incluso diría salvo por faltar la caja de embalaje. Llovía intensamente pero tras un parón repentino, fue el momento perfecto para cruzar la calle dirección a la tienda en busca de esa caja soñada. Incluso un arcoiris asomaba en el cielo el cual, fue rápidamente deslucido por la belleza de aquella caja que lucía preciosa en su escaparate.
Un azul turquesa dominaba los cuatro lados solo eclipsado por unas franjas verticales verde menta que formaban un conjunto perfecto. Al mismo tiempo podía apreciarse el interior forrado en terciopelo oro que servía para enfatizar aún más los sueños que irían dentro de él. Un lazo violeta remataba los intensos colores de esa caja soñada pero fue al abrir la puerta de la tienda cuando vi, como una mano atrapaba la caja para llevarla al mostrador y entregársela a su nuevo dueño. De repente, ya solo quedaba una caja donde guardar los sueños tantos años planeados, era una caja blanca sin líneas decorativas, sin lazo ni terciopelo. Es cuando me di cuenta que esa era mi verdadera caja.

By Lucen

Todos los géneros poseen obras de culto pero quizás, sea el musical el que mayor número de ellas contenga. Desde ‘El Muro’ de Alan Parker a ‘Xanadú’, pasando por ‘Quadrophenia’ o ‘Cry baby’, el musical parece nacido para eso, para sorprender y crear rarezas que perduren para siempre pero, de todas las obras de culto que posee el género, seguramente las más bonita, cuqui, coqueta y especial, sea sin duda ‘Los Paraguas de Cherburgo’.

Demy, su director, opta por salirse del ritmo habitual de los musicales norteamericanos, en los cuáles a priori y viendo solo las imágenes, parece haberse basado para en cambio, optar por algo mucho más delicado o «mono» en castellano, «cute» en inglés o «miñó» en francés. ‘Los Paraguas de Cherburgo’ es como una caja de macarons o más bien como una pastelería pintada con los colores de los macarons. Aquí no hay grandes piezas musicales que impacten, ni escenas de baile, no hay chapoteos bajo la lluvia, sino paseos bajo la lluvia. En la obra de Demy los charcos nunca salpicarían al pisarlos, simplemente crearían una leve onda.

De este modo la música no marca el tono de forma protagonista, la música es un leve telón de fondo que sirve de decoración. Tampoco se canta, simplemente se habla de forma melódica y además, no hay maldad, Cherburgo es un sitio donde el mal no tiene cabida. En ‘Los Paraguas de Cherburgo’ no hay malos y buenos, solo hay buenos, no hay odio, hay amor, no hay rencor, hay compresión no hay fealdad, solo belleza. Cherburgo es una isla mágica, un lugar idílico donde el negro y el gris no tienen lugar ni siquiera cuando llueve gracias a unos paraguas de colores que sirven de escudo a la amenaza exterior.

Pero con todo esto dicho, la historia no deja de ser una historia trágica donde la gente también sufre y donde la vida no trascurre como uno quiere sino como a uno le viene. Y quizás ese sea el mayor contraste de una obra única, inimaginable y redonda que te absorbe desde su inicio gracias a su color y a su sabor, y también, a su fondo, un fondo formado por papel pintado y por notas musicales que aumentan la belleza de cada uno de los personajes que levitan por escena.

Nunca lo cursi fue tan impactante y lo blanco tan impuro.